Manuel Giol

Hno. Manuel Giol

 

Sumario

El Hno. Manuel Giol y Borrás nació en Borjas del Campo (Tarragona-España), el 26 de marzo de 1849. Sus padres, labradores, lo educaron en la fe cristiana y en el amor a la Virgen, a la que todos los días rezaban el rosario en familia. Después de prestar el servicio militar (1869) y participar contra su voluntad en la tercera guerra carlista, donde experimentó vivamente la protección de la Virgen, comenzó el 13 de junio de 1876 el año de Noviciado en la Casa-Misión de Gracia bajo la sabia guía de su Maestro, el P. Jaime Constans. El 21 de julio de 1877, a la edad de 28 años, el Hno. Giol emitió su profesión religiosa.

El primer destino del Hno. Giol fue a la residencia de Alta de San Pedro, en Barcelona. En medio de sus muchas ocupaciones, el Hno. Giol conseguía guardar el recogimiento interior y el espíritu de oración, haciendo de las frecuentes salidas a la ciudad, impuestas por sus cargos, una plataforma de testimonio apostólico. Entre los rasgos más concretos de su fisonomía espiritual, podemos destacar: los tres amores, a la Santísima Eucaristía, al Corazón de María y a la Congregación; las tres virtudes: la oración, la humildad y la caridad fraterna; y el medio de la presencia de Dios. También aprovechaba cualquier ocasión para expresar su celo apostólico. Una muestra de su sentido apostólico puede ser este texto: «Yo soy Hermano; pero Hermano Misionero; y las Misiones que yo debo dar, si no son ruidosas como las de los Padres, pueden ser tan fructuosas y seguramente son menos peligrosas para el alma. La oración y el buen ejemplo, éste es el doble instrumento de mis Misiones…» (1, p. 205).

La rica y profunda experiencia espiritual y cordimariana del Hno. Giol ha quedado reflejada en los dos amplios tratados que escribió y que llevan por título Moradas en el Corazón de María del alma enamorada y Ensayo de la vida interior. A través de estos escritos, nuestro Hermano va desvelando sus experiencias en el camino de la santidad, con sus avances y sus luchas —a veces dramáticas—, con los favores de Dios y de la divina Madre, con altísimos momentos de contemplación y una permanente solicitud por el bien de la Congregación y la salvación de todos los hombres. Toda la espiritualidad del Hno. Giol se halla fuertemente marcada por su vivencia cordimariana, pudiendo resumirse en un afanoso buscar a Dios en el Inmaculado Corazón de María, confiándose a Ella con el abandono, con la entrega de un niño al amor y a los cuidados de su madre (cf. 2, p. 166s). «De un tiempo a esta parte, siento crecer en mi corazón la confianza en la celestial Señora, de modo que me parece que soy cosa y posesión suya y que Ella cuida de mí de una manera tan especial que aunque todo el infierno se pusiera contra mí, mi Madre me sacaría en salvo de todos sus ardides. Paréceme que Ella es mi corazón, mi vida, mi alma…» (Cuenta de conciencia del 26 de junio de 1897).

Mientras se hallaba en Olesa de Montserrat (Barcelona), a pesar de su extrema debilidad, el Hno. Giol encontró fuerzas para subir a pie al Santuario de Montserrat y despedirse de la Virgen Morenita. Su tránsito de este mundo tuvo lugar en la casa de Cervera, a donde fue trasladado ante el agravamiento de su salud, el día 13 de octubre de 1909.

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Vida y misión

El Hno. Manuel Giol y Borrás nació en Borjas del Campo, provincia de Tarragona (España), el 26 de marzo de 1849, en el seno de una familia de labradores. Fue el tercero de cuatro hermanos, de los cuales dos murieron prematuramente. Sus padres los educaron en la fe cristiana y en el amor a la Virgen, a la que todos los días rezaban el rosario en familia. En julio de 1869, al cumplir 20 años, fue llamado a Barcelona para prestar el servicio militar. Contra su voluntad tuvo que participar en la tercera guerra carlista y, en medio de una cruenta batalla, experimentó vivamente la protección de la Virgen. En 1874, una vez licenciado del ejército, se trasladó con su familia a Barcelona y allí —como el joven Claret— trabajó durante dos años con notable aprovechamiento en una fábrica de tejidos. Su vocación religiosa, alimentada desde la infancia, se decidió al conocer a los Misioneros de la comunidad de Gracia. El 13 de junio de 1876 comenzó el año de Noviciado en la Casa-Misión de Gracia bajo la sabia guía de su Maestro, el P. Jaime Constans. El 21 de julio de 1877, a la edad de 28 años, el Hno. Giol emitió su profesión religiosa. Desde ese día, el gozo de ser y llamarse Hijo del Inmaculado Corazón de María iba a acompañarle, cada vez con mayor intensidad y hondura, en sus 33 años de vida misionera.

El primer destino del Hno. Giol fue a la residencia de Alta de San Pedro, en Barcelona, donde el P. Rota, Ministro General de la Congregación, le había requerido como secretario y contable, aunque prestó también a la comunidad los servicios de cocinero, sastre y portero. En medio de sus muchas ocupaciones, el Hno. Giol conseguía guardar el recogimiento interior y el espíritu de oración, haciendo de las frecuentes salidas a la ciudad, impuestas por sus cargos, una plataforma de testimonio apostólico.

Los múltiples trabajos y mortificaciones debilitaron la salud del Hno. Giol, haciendo aconsejable su traslado a la comunidad de La Merced, en Vic, donde residió entre 1887 y 1891. En esta Casa-Madre de la Congregación, nuestro Hermano siguió dando muestras extraordinarias de virtud, no porque hiciera grandes cosas, sino —en palabras de su biógrafo— por «hacer extraordinariamente bien lo ordinario» (1, p. 111). Entre los rasgos más concretos de su fisonomía espiritual, podemos destacar los que el anciano P. Clotet —que fue su director espiritual en estos años— consideraba como característicos de un Hijo del Corazón de María. A saber, tres amores: a la Santísima Eucaristía, al Corazón de María y a la Congregación; tres virtudes: la oración, la humildad y la caridad fraterna; y un medio principalísimo para el progreso espiritual: vivir en la presencia de Dios. Tan bien asimiló el Hno. Giol este programa de vida, que podía decirse que vivía siempre tan recogido como si estuviese ante el Santísimo Sacramento, ya fuera en el momento de las comidas o cuando iba de compras al mercado.

Una vez recuperada la salud, el Hno. Giol fue nuevamente requerido a Barcelona para seguir colaborando con el Ministro General, que era a la sazón el P. Homs, volviendo a desempeñar también los oficios de portero, cocinero y sastre. Y también ahora aprovechaba cualquier ocasión para dar rienda suelta a su celo apostólico. De hecho, su forma de hablar de Dios, de la Virgen y del fruto que hacían los Misioneros llegó a despertar en muchos la vocación religiosa. Una muestra de su sentido apostólico puede ser este texto: «Yo soy Hermano; pero Hermano Misionero; y las Misiones que yo debo dar, si no son ruidosas como las de los Padres, pueden ser tan fructuosas y seguramente son menos peligrosas para el alma. La oración y el buen ejemplo, éste es el doble instrumento de mis Misiones…» (1, p. 205).

A medida que progresaba en el camino de la perfección evangélica, el Hno. Giol iba adquiriendo un profundo conocimiento de las cosas del espíritu. Alimentado con la lectura de las Sagradas Escrituras (entre ellas el Cantar de los Cantares) y las obras de los maestros espirituales (santa Teresa de Jesús, Tomás Kempis, la M. Ágreda…), estuvo guiado sabiamente por sus directores espirituales. Pero fue impulsado, sobre todo, por una estrechísima relación con el mismo Jesucristo y con el Corazón de María, su queridísima Madre, con quienes mantenía continuos y fervientes coloquios. Si en cualquier lugar podía vivir la presencia de Dios y recogerse en oración, era al celebrar la Eucaristía o en sus largas horas de oración ante el Sagrario donde su alma se sentía especialmente atraída y arrebatada por el amor divino.

Con su porte recogido y modesto, a la vez que atento y amable, con sus palabras encendidas de amor a Dios, a la Virgen y a las almas, con su testimonio de entrega y servicialidad sin límites, el Hno. Giol irradiaba y contagiaba a los demás el fuego que llevaba dentro. Pero lo que no podían imaginar, viéndolo siempre tan sereno y recogido, era el duro combate espiritual que hubo de sostener para conservar su castidad. De esta lucha interior, que vino a acrisolar su confianza y su fidelidad a la gracia, se vio finalmente libre el 8 de diciembre de 1903, fiesta de la Inmaculada Concepción de María. A su maternal intercesión atribuyó la victoria.

Vivencia cordimariana

La rica y profunda experiencia espiritual y cordimariana del Hno. Giol ha quedado reflejada en los numerosos cuadernos de notas y cuentas de conciencia que fue escribiendo a lo largo de los años, y también, de manera más sistemática, en dos amplios tratados que llevan por título Moradas en el Corazón de María del alma enamorada y Ensayo de la vida interior o —en la formulación más completa que encabeza el segundo tomo— Ensayos para la vida interior, aprendidos en el Inmaculado Corazón de María para caminar a la perfección y unir las almas con Dios nuestro Señor, por medio del ejercicio de las virtudes. Al calor y amparo del Corazón de María fue recorriendo todas las etapas de la vida espiritual, desde los primeros pasos en el camino de la perfección en el período de los principiantes, hasta las más altas cumbres de la contemplación y unión con Dios. A lo largo de todo su camino, el Corazón de María fue para él el templo donde encontraba a Dios, el altar de su vida inmolada, escuela donde recibió de tan excelsa Maestra lecciones de la más alta sabiduría divina; era la luna mística que iluminaba sus noches, la guía que le conducía en el desierto, la estrella de la mañana que lo alentaba en las largas oscuridades, el castillo rocoso donde se refugiaba en las furiosas embestidas del enemigo, era el horno y la hoguera donde encendía su amor, era su modelo y arquetipo para llegar a conseguir la más perfecta semejanza con Jesús. Todas estas bellas metáforas y otras muchas le vienen al Hno. Giol continuamente a los puntos de la pluma, para dar a entender tantas experiencias inefables. Mas, para el Hno. Giol, la Santísima Virgen era, ante todo y sobre todo, Madre (cf. 2, p. 166s).

Su enfermedad y muerte

Si el espíritu del Hno. Giol se había fortalecido y consolidado en estos años de prueba, su salud estaba muy mermada por diversas enfermedades. Este debilitamiento aconsejó un nuevo destino, que esta vez fue a la Casa Blanca, residencia-sanatorio que tenían los misioneros en Olesa de Montserrat. Entre aquellos bellísimos parajes naturales, el Hno. Giol pasó los últimos años de su vida (1906-1909). A pesar de su extrema debilidad, el Hno. Giol encontró fuerzas para subir a pie al Santuario de Montserrat y despedirse de la Virgen Morenita. Su tránsito de este mundo al Padre tuvo lugar en la casa de Cervera, a donde había sido trasladado ante el agravamiento de su enfermedad, el día 13 de octubre de 1909.

BIBLIOGRAFÍA

  1. ECHEVARRÍA, J. Biografía de Manuel Giol y Borrás, Hermano Coadjutor de la Congregación de Misioneros Hijos del I. Corazón de María, Madrid 1920.
  2. JUBERÍAS, F. Aspectos significativos de la vida cordimariana en algunos claretianos más destacados, en: C.M.F., Espiritualidad cordimariana de los Misioneros Claretianos (Vic, 1988), Madrid 1989.
  3. JUBERÍAS, F. Antología de espiritualidad cordimariana sacada de los escritos del Hermano Manuel Giol, C.M.F. y dispuesta en orden sistemático, Madrid 1954.
  4. JUBERÍAS, F. Algunas notas sobre la espiritualidad del Hermano Giol, en Boletín de la Provincia de Bética, 58 (1949) 219-241; Los escritos del Hermano Giol: su valor y su contenido, Ibíd., n. 62 (1950) 111-120; Espiritualidad cordimariana, Ibíd. n. 68 (1951) 86-92 y n. 69 (1951) 117-123.