JOSÉ BUSQUET

JOSÉ BUSQUET

Nació el R. P. José Busquet el día 3 de octubre del año 1865, en el pueblo de Santa Margarita de Montbuy. Tuvo la suerte feliz de ver la luz primera en un hogar eminentemente cristiano, ungido con sentimientos profundos de fe y religiosidad, que avaloran más que los otros títulos terrenos la consideración y renombre de una familia.

Todos los días, según el testimonio de su hermano, el R. P. Juan, se rezaba en aquella casa el santo Rosario, mezclándose de admirable modo el honrado trabajo de un taller de carpintería con el suave murmullo de las oraciones. Bajo la mirada cariñosa y vigilante de sus buenos padres recibió esmerada educación y modeló su carácter moral y religioso.

A los nueve años sintió los primeros toques de la vocación al estado eclesiástico; pero no se decidió resueltamente a seguir el divino llamamiento hasta que nuestros misioneros de la casa de Vich predicaron en el pueblo de Santa Margarita de Montbuy una misión, que resultó muy fructuosa. Cultivó con esmero el estudio del latín, y, después de cuatro meses de notables adelantos, bajo la acertada dirección de un sacerdote de Igualada, presentóse a los superiores del Seminario de Vich. Sometido a riguroso examen, obtuvo la nota de meritissimus, y, descubriendo en él cualidades sobresalientes, le admitieron en tan acreditado centro del saber y de la virtud, que ha dado a nuestro Instituto tantos y tan distinguidos miembros.

Dotado de nobles sentimientos y ansioso de mayor perfección espiritual, visitaba y trataba frecuentemente a los fervorosos Padres que por entonces habitaban en nuestra casa madre, y no cabe duda que debió influir fuertemente en el corazón del joven seminarista la observancia, el recogimiento y la ejemplaridad que resplandecían en aquel lugar, santificado por nuestro venerable Padre Fundador. El agradecido Padre Busquet recordaba en distintas ocasiones, con honda emoción de su alma, el perfume de virtudes que aspiró en aquel ame no jardín vicense.

En agosto de 1881 le vemos comenzar el noviciado en el colegio de Barbastro, acariciando sublimes ideales de ciencia y de virtud; el prudente maestro R. P. Joaquín Juanola modeló diestramente en el corazón del joven novicio la imagen del misionero perfecto, y éste se adaptó, sin ningún esfuerzo, a la piedad y ejercicios propios del año de prueba. Cuantos le conocieron en aquella época pudieron observar maravillados lo privilegia do de su talento, la formalidad de su carácter y una visible ecuanimidad de espíritu que se trasparentaba en su exterior; todos formaron de él halagüeñas esperanzas y notaron en su conducta destellos luminosos de lo que había de ser andando el tiempo.

Siempre se manifestó agradecido al insigne favor de la vocación religiosa, y en las diferentes cartas que escribía a su buen hermano el R. P. Juan patentizaba, con frases llenas de sinceridad y entusiasmo, su recono cimiento al Inmaculado Corazón de nuestra Madre.

De Barbastro pasó a Vich, donde, convenientemente preparado por uno de los más hábiles cinceladores de almas en nuestra Congregación, el P. Girbau, se consagró a Dios con los votos religiosos el día 1 de enero de 1883, continuando el estudio de la Filosofía y mereciendo siempre notas de sobresaliente en aplicación, talento y conducta. Las respuestas que daba en clase, según confesión de un condiscípulo suyo, eran claras y precisas; la nobleza y sencillez de carácter constituían la nota más atrayente de su personalidad; una modestia sin afectación resplandecía en su rostro; poseía natural cortesía en acciones y palabras, dominio completo de su genio, mostrándose muy atento a cualquier beneficio que recibía.

Muchas veces confesó llanamente que los años deslizados en Vich fueron los más felices de su vida, y no es de extrañar que experimentase justa pena al abandonar aquel teatro de sus primeros fervores, teniendo que marchar, en compañía de cuarenta condiscípulos, al recién fundado colegio de Santo Domingo de la Calzada, para dedicarse al estudio de la Teología Dogmática.

En el Capítulo General celebrado en Madrid en junio de 1888 resolvióse enviar a Roma algunos estudiantes aventajados que hubieran terminado la carrera, para que se perfeccionaran en las ciencias eclesiásticas, y especialmente en el Derecho Canónico. Uno de los designados para ir a la ciudad eterna fue el R. P. José Busquet, el cual aún no estaba adornado con la dignidad sacerdotal. La responsabilidad que contraía ante la Congregación era muy grave; pero él dio brillantísimo remate al compromiso contraído, según lo patentizó, a ojos vistas, con el inmenso caudal de conocimientos adquiridos y con el doctorado en ambos Derechos por el Seminario Pontificio de San Apolinar, que allí obtuvo.

Vuelto de Roma, lo vemos de nuevo en Santo Do mingo de la Calzada, donde merece, por el adorno de sus virtudes y por el brillo de su ciencia, ser promovido a las sagradas órdenes: el día 27 de diciembre del año 1891 recibía el presbiterado de manos del entonces obispo de Calahorra, Excmo. Sr. Cascajares.

Destinado por breve tiempo a la residencia de Calahorra, fué nombrado, con aplauso de todos, profesor de Teología Moral en el Colegio Máximo de Santo Domingo de la Calzada, cargo que desempeñó por espacio de veinte años. Notorios son los triunfos que alcanzó y los frutos que cosechó en la cátedra; tranquilo, pero laborioso retiro, desde el cual la acción desarrollada por el   P. Busquet se extendió a toda la Congregación, dando los últimos retoques a tantos jóvenes misioneros, llamados a realizar en todo el mundo grandes y estupendos milagros de santo apostolado.

El Rvmo. P. José Xifré se acercaba ya a la avanzada edad de ochenta años; su robusta constitución se resentía de achaques habituales, y, deseando dejar arreglados los asuntos de la Congregación, convocó un Capítulo General extraordinario, que se celebró en Cervera en el mes de septiembre del año 1895. Entre los distinguidos y venerables miembros de aquella asamblea figura ya el joven P. Busquet, representando al M. R. P. Villaró, imposibilitado de asistir a causa de gravísima enfermedad, que le llevó al sepulcro.

Restituido a la cátedra calceatense, su figura iba cada día agrandándose, envuelta en la veneración de sus discípulos y aureolada con rayos de sabia experiencia y recto juicio. Era necesario que aquel criterio, formado en las doctrinas del Doctor Angélico y de San Alfonso de Ligorio, diese sazonados frutos para bien de nuestro Instituto, y que se justipreciasen en altas esferas sus méritos adquiridos, y así lo comprendieron los que por entonces acertadamente gobernaban la Congregación, pues notamos que en el Capítulo General de Vich de 1899 era nombrado consultor general, en cuyo cargo perseveró hasta 1912.

Al. convertirse la casa de Aranda de Duero en Colegio Central de nuestro Instituto, pasó el M. R. P. Busquet a gobernar aquel plantel de jóvenes misioneros. Pasados algunos años en tan beneficiosa ocupación, cesó en los cargos de consultor general y superior y marchó a la casa de Madrid, dedicándose de lleno a la predicación y dirección de las almas.

En 1918, previa una breve estancia en Segovia, pasó al rectorado del Seminario de Sigüenza, por nombramiento de su insigne obispo, el doctor Nieto. Aquí le quería el Señor manifestar las glorias del Tabor y las tinieblas del Calvario, saliendo purificado de la prueba.

Para que no se apagase aquella luz y no se malograsen las energías de su recio espíritu, los superiores le trasladaron al Colegio Máximo que la provincia Bética posee en la ciudad de Zafra, llegando a tierras extremeñas el 6 de septiembre de 1920. Encontró suficientes fuerzas en su alma, a pesar de su quebrantada salud, para desempeñar la cátedra de Derecho Canónico y para, más tarde, contribuir, como prefecto, a la formación espiritual de nuestros jóvenes estudiantes. Tenía a la sazón cincuenta y cinco años; las largas dolencias y tribulaciones de espíritu habían debilitado su vigorosa naturaleza; los que un día fuimos sus discípulos de Moral y le conocimos en el apogeo de sus energías, notamos pronto el rápido agotamiento de su cuerpo y hasta la ofuscación de su clara inteligencia; el valiente luchador iba a ser vencido por los golpes certeros de la muerte. Ocho años vivió en este colegio, amado y venerado de todos. Poco antes de su muerte y atendiendo a lo precario de su salud, los superiores le indicaron prudentemente la conveniencia de entregarse al descanso, dejando el pesado cargo de prefecto de los señores estudiantes; así lo hizo, aunque con muestras de natural sentimiento, pues les profesaba cariño paternal y no se resignaba fácilmente a dejar tan grata compañía. ¡Le engañaba su noble y delicado corazón! Y algunas lágrimas brotaron de sus ojos al abandonar la dirección de sus amados jóvenes.

Mucho había trabajado por la Congregación, a la cual dio días de gloria; justo era que recibiese el premio merecido.

El día 18 de diciembre de 1927, muy de madrugada, sentí en la habitación del Padre un ruido fuerte y extraño; acudí presuroso, y al penetrar en ella observé que brotaba de su frente abundante sangre: al levantarse de la cama había sufrido un desvanecimiento y caído en tierra. Parece ser que este accidente le dispuso para el último ataque cerebral, que le ocasionó la muerte. Nos hallábamos los Padres rezando las preces de mediodía, y noté su falta en la biblioteca; fui a su cuarto y lo encuentro sentado en la silla, algún tanto entontecido, pues no respondía claramente a mis preguntas. Comprendiendo que se trataba de una conmoción cerebral, hubo de ser llamado urgentemente el médico, quien apreció de muy grave el caso. Al punto se aplicaron remedios muy enérgicos, consiguiendo aliviar algún tanto al paciente, y, observando que a ratos perdía el conocimiento, aprovechamos algunos momentos de lucidez para que se confesase y recibiese la comunión.

Fue necesario establecer guardia continua para asistirle. Todos los Padres, Estudiantes y Hermanos se ofrecieron con la mejor voluntad, y era un espectáculo encantador y tierno ver la caridad y solicitud con que el enfermo era servido de día y de noche.

En los últimos días de su existencia descubrió el Padre Busquet los ricos tesoros de virtud que encerraba en su corazón: paciencia inalterable, gratitud en todo y para todos, sólida piedad, filial confianza en el Corazón de Ma1 ría e insaciables ansias de repetir las jaculatorias que se le sugerían.

Con tan inequívocas pruebas de predestinado, entregó plácidamente su alma en las manos del Criador en la madrugada del día 4 de enero de 1928.

Félix Gil cmf.