EL COCINERO VASCO DEL P. CLARET

El año 1920 moría en Madrid Simón de la Pedrosa, que había sido cocinero del P. Claret desde 1861 a 1868. El año 1917 había solicitado al Rmo. P. Martín Alsina ingresar en la Congregación, pero el P. General no lo consideró oportuno por lo avanzado de su edad. No obstante, encargó que se le atendiera en todo lo que necesitara.

Había nacido Simón de Pedrosa en La Hoz (Álava) en 1834. En 1861 entró al servicio del P. Claret como cocinero, portero y otras ocupaciones. Antes había sido voluntario de las Provincias de África y había trabajado en el Seminario de Vitoria acompañando a un hermano suyo sacerdote. Fray Félix Villabuena, capuchino, catedrático de Teología de El Escorial le había llamado al Monasterio como cocinero del Seminario y de la comunidad. Y fue allí donde el P. Claret, que era Presidente del Monasterio, le conoció y le tomó a su servicio.

En aquel tiempo el P. Claret vivía ya en la plaza de Antón Martín, en el piso principal junto al Hospital y la Iglesia de Montserrat, donde llevaba viviendo desde 1859. Simón permaneció fielmente a su lado hasta que en 1868 el P. Claret tuvo que abandonar la corte camino del destierro en 1868, acompañando a la Reina. El P. Claret siempre se lo llevaba consigo en los desplazamientos. Esta vez le tuvo que dejar en San Sebastián. Desde allí Simón volvió a Vitoria y entró a trabajar en Correos en 1869. Pero cayó muy enfermo y tuvo que dejarlo. Se había casado en 1865 y tras la muerte de su mujer en 1901 puso una hospedería abierta y pudo dar carrera a su hijo Saturnino que llegó a ser abogado, aunque al final de su vida se encontró solo y desamparado. Cuando murió vivía en la calle Silva de Madrid, desde donde podía ver, según él, la torre del Santuario del Corazón de María, que le traía a la memoria el recuerdo del Santo Arzobispo, al cual se encomendaba diariamente.

Como ya he dicho, servía al P. Claret en todo lo que necesitara, y comía siempre a su mesa junto con Ignacio Betríu, otro fiel servidor que con el tiempo entraría en la Compañía de Jesús. Por lo visto, antes de Simón había tenido el P. Claret otro sirviente llamado Lorenzo, de Valladolid, que le dio muchos disgustos. En la casa vivían también D. Carmelo Sala y D. Felipe Rovira y posteriormente D. Lorenzo Puig y el H. Saladich. Con frecuencia veía Simón por casa a D. Paladio Curríus, que venía de El Escorial, donde también conoció a D. Jerónimo Pagés, a D. Dionisio González y a D. Juan Nepomuceno Lobo. También conoció al P. Xifré, al Sr. Aguilar, futuro obispo de Segorbe, y al Sr. Besalú, a los que cedía su alcoba cuando se hospedaban en la casa.

Refiriéndose Simón a las costumbres alimenticias del P. Claret, comentaba que éste nunca entraba en la cocina. A las ocho se tomaba el chocolate. A las doce y media arroz, bacalao o merluza o algún día otro pescado o sardinas. A veces alguna tortilla. No probaba el vino, aunque se ponía en la mesa. Fruta del tiempo. En general comía un plato, un principio y una fruta. No merendaban ni tomaban nada entre la comida y la cena. La cena consistía en patatas fritas o arroz y raras veces ensalada. Entre desayuno, comida y cena no pasaban los gastos de un duro. Alguna vez el P. Claret gustaba de servir a la mesa.

El tiempo que no dedicaba a la cocina lo ocupaba Simón en hacer rosarios, cortar estampas, arreglar libros o irlos a buscar a casa de Aguado, en la calle de Pontejos. La vida en la casa era muy regular. Por la mañana el P. Claret tocaba la campanilla a las cuatro y media, porque era el primero en levantarse. Las piezas de la casa eran un recibidor, cuatro alcobas, la cocina, el comedor y el oratorio. En el piso primero había una puerta que comunicaba directamente con la iglesia. Vivían en silencio y trabajo, fuera de un rato después de comer y cenar. Se juntaban por la mañana, al mediodía y por la noche para hacer juntos las oraciones. Cada mes se hacía un día de retiro y todos los años los ejercicios espirituales.

Según declaraciones de Simón al P. Postius[1], el P. Claret se confesaba cada semana con D. Carmelo y todos con él. Era de muy buen conformar y no se quejaba nunca de nada. Nunca le reprendió y todo estaba muy bien para él. Lo que más le gustaba era predicar. Tenía una pronunciación clarísima, pero no muy fuerte, y se le entendía muy bien. Era bajito, regordito y noble con todo el mundo. No tenía coche. Iba siempre a pie y Simón le acompañaba siempre. Cuenta con gran candidez que una vez que tenía que ir a predicar a San Luis, en la calle de la Montera, le llevó por la calle de Fuencarral en vez de ir por la Puerta del Sol, y a pesar del rodeo no se quejó. Daba muchas limosnas a todos, particularmente los sábados, y muchos libritos, sobre todo Camino Recto, que encargaba repartirlo a Simón. Y en la iglesia presidía las Conferencias y los coros de la Academia de San Miguel. Daba las audiencias con regularidad y no procuraba destinos, ni se metía en política. Tampoco recibía regalos. Una vez recibió una alfombra de la Reina. No iba de visitas y rara vez llevaba las grandes cruces de Isabel la Católica y Carlos III.

Como podemos ver, Simón de la Pedrosa conoció al P. Claret desde una perspectiva nueva que sirve para acercarnos a aspectos muy humanos desde la visión de un cocinero, vasco, por cierto, que no es mal gusto. Un buen modo de ir definiendo un poco más el perfil de un gran santo del siglo XIX.


[1] El año 1917 el P. Juan Postius, siendo Simón ya anciano, preparó escrupulosamente una entrevista para conocer de primera mano aspectos desconocidos de la persona del P. Claret desde la perspectiva de su cocinero, aunque ya a la distancia de 50 años.