MIGUEL ROTA

MIGUEL ROTA

Acerca de la santidad de este buen Padre nos bastaría el testimonio de nuestro Padre Fundador quién lo tenía por religioso modelo. Estando en 1865 en la Comunidad de Vic pasaron todos los individuos con la alegría que podemos suponer por la habitación de su venerable fundador. Uno de los padres de la comunidad, el benemérito padre Lorenzo Font, hubo de indicarle que acaso no había en la comunidad toda la observancia del fervor que sería de desear: a lo cual replicó al instante el Santo Fundador: pero en cambio ahí tiene usted a los Padres Clotet y Rota, que son modelos.

Los cofundadores se dieron cuenta del buen espíritu del padre Rota, de su habilidad para los negocios y de su fidelidad a toda prueba, y por eso lo vemos interviniendo en todos los capítulos generales que se celebraron posteriormente a su ingreso en la congregación: no tardaron en confiarle el delicadísimo cargo de ministro general, cargo que desempeñó hasta la muerte y en el cual prestó servicios indecibles a nuestras comunidades, a las de Europa y a las de África y América: por eso la mayor parte de su vida religiosa la pasó en Barcelona, en el piso que ya desde los tiempos de la revolución del año 1868 tenía allí la congregación, y desde allí era quien agenciaba los viajes a ultramar, el envío de materiales a Fernando Poo, quien dirigía las finanzas de los colegios de la congregación. Su figura, pues, es importantísima para la historia del Instituto durante los 30 años que Dios le concedió de vida después de haber en él ingresado.

Todos lo pintan como hombre amante del retiro, observantísimo de las constituciones, penitente a veces hasta el exceso, hombre de mucha unión con Dios, adictísimo a la congregación. Formó el espíritu del hermano Giol, quien alaba muchísimo la virtud del P. Rota: gracias a los escritos de este hermano sabemos algo de lo que pasaba en aquella residencia de Barcelona: no se omitía ningún acto de comunidad y como solo eran dos, era frecuente que durante la plática dominguera llamarán a la puerta y el hermano fuera a ver quién llamaba, teniendo que interrumpir el P. Rota sus pláticas por no haber quién escuchará.

El hermano Giol era cocinero pero apenas cocinaba, dice, porque yo comía poco y el padre Rota comía menos: de resultas yo me enfermé, continúa el hermano Giol ,y el médico me regañó mucho por no comer lo suficiente y el buen padre Rota tomó el regaño para sí, pues lo necesitaba más, ya que era más mortificado que yo.

Por motivo de los asuntos y diligencias que debía hacer, a veces no se podía acostar antes de las 12:00 de la noche y siempre se levantaba a las 4, de manera que apenas dormía: dirigía la meditación y jamás consintió que el hermano recogiera el libro para que pudiera mientras tanto descansar un poco. En cuanto a observancia era un modelo, de manera que se le puede llamar la regla viva.

Por disposiciones amorosas de la divina providencia el P. Rota fue asistido en su última enfermedad por el P. Clotat: ¡que dicha la suya! comentaba con santa envidia el hermano Giol porque el P. Clotet es un Santo y fue el mismo P. Clotet quien escribió estas palabras que retratan el espíritu robusto del padre Rota: laborioso, amante del retiro, observante de las reglas a pesar de sus numerosas ocupaciones, no dejaba ningún acto de comunidad, siendo puntual a todos ellos, ni se quejaba del trabajo, consagrándose a él hasta apurar todas las fuerzas. Parco en el comer y en el bebe,r hombre de oración y mortificación, se había preparado para recibir la visita de la muerte con la paz y la alegría de los justos.

Más asaltado del temor de haber dado mal ejemplo en cosas que jamás había advertido, dijo que deseaba se supiese su disposición de arreglarse la sotana en la forma común a la de todos los nuestros, para vestírsela así y ser con ella enterrado. Como sacerdote secular que era al entrar en la congregación su sotana no se conformaba en todo con la de los nuestros: la diferencia había de ser insignificante cuando el pP. Clotet afirma que nunca había caído en la cuenta: pero al timorato P. Rota le parecía que había escandalizado y sentía la necesidad de reparar el escándalo dando una pública satisfacción. Cosas de Santos.

Se había ejercitado mucho en la presencia de Dios, y para fomentar la era muy amigo de jaculatorias que le servían maravillosamente en medio de aquella barahúnda de negocios que le obligaban a estar en continuo movimiento. Nos dice el P. Aguilar que nunca salía sin entrar en la capilla y decir con una sencillez infantil: Jesús me voy: y al llegar su primera visita era para el Señor, diciendo con una fea encantadora: Jesús ya he vuelto.

El P. Clotet nos cuenta el desarrollo de su enfermedad y cómo recibió los sacramentos con pleno conocimiento y con la tranquilidad de quien tiene la conciencia pura de pecado. Su muerte fue edificantísima como edificantísima había sido toda su vida en la congregación. De su observancia afirma el H. Giol que deseaba se cumpliera la regla a la letra sin querer admitir más interpretaciones que tienden a torcer el sentido que nuestro Santo Padre quería significar y la Iglesia quiso aprobar al dar el decreto definitivo sobre nuestras santas constituciones.

José Berengueras