Martín Jové

  1. Martín Jové Martí

(Junio 1870 – Mayo 1947)

Mayo 3 de 1947 – Caracas

Uno de nuestros más aventajados misioneros populares en España, Colombia y Venezuela.

Nació en Vallbona de las Monjas (Lérida) el 7 de junio de 1870.

Profesó en Barbastro, en manos del P. José Xifré, el 9 de marzo de 1888. Fue ungido sacerdote en Vitoria el 8 de junio de 1895. Falleció en Dos Caminos – Caracas- el 3 de mayo de 1.947. En total: 77 años de vida y 52 de ejemplarísimo sacerdocio.

Su carrera ministerial se desarrolló en las siguientes etapas:

El 8 de septiembre del mismo año de su ordenación (1895) llegó a Las Palmas (Isla Canarias). El 21 de febrero de 1899, arribó a Santa Cruz de Tenerife, en las mismas islas, dichas Afortunadas. El 5 de agosto de 1900, llegó a Barcelona. El 17 de julio de 1901, a Vich; y al mes siguiente, 19 de agosto, entró en Alagón. El 6 de octubre de 1.902, pasó a Selva del Campo, donde permaneció por espacio de 11 años. Hasta aquí llegó su carrera de Misionero en la Madre Patria; porque el año 1913 fue destinado a Colombia, cuyas playas pisaba en Cartagena el 16 de julio del mismo año 1.913.

Solo estuvo en Cartagena un año largo; porque el 7 de octubre del siguiente 1914, el Rmo. P. Alsina lo envió a Bogotá, adonde llegó el 18 del mismo mes.

El 15 de septiembre de 1923 pasó a Bosa; el 1 de julio de 1926 volvió a Bogotá; el 28 de julio de 1929 llegó a Barranquilla; el 29 de septiembre de 1930 entró en Medellín. El 13 de Enero de 1936 salió para Bogotá. Fue destinado a Zipaquirá, a la que llegó el 18 del mismo mes. El 28 de octubre de 1937 regresó a Bogotá. Con fecha 11 de agosto de 1937 se le había comunicado su traslado a Pereira, el que seguramente no se hizo efectivo, porque el 2 de octubre del mismo año se hallaba nuevamente en Bogotá. En esa misma fecha, dos de octubre de 1937, fue trasladado a Los Dos Caminos (Venezuela), donde permaneció hasta su muerte, acaecida el 3 de mayo de 1.947.

De puertas adentro, en la Congregación, desempeñó muy distintos cargos: Director de escuelas en Las Palmas de Gran Canaria; Consultor en Alagón y Selva del Campo, superior de varias comunidades de Colombia, párroco en Cartagena y Barranquilla y predicador ambulante a lo largo de su vida sacerdotal. Su última misión en España la tuvo, en compañía de los padres Font Molas y Juan Blanc, en Vic, del 8 al 22 de mayo de 1913, con motivo de las fiestas constantinianas. El 10 de junio ya embarcaba para Colombia en donde prodigó la palabra divina desde su mismo arribo. En el libro Claretianos en Colombia -I.pp.218-219- se reproduce la carta que desde Cartagena, a 14 de octubre de 1913, escribía al P. Martín Alsina, refiriéndole misiones en los pueblos de la costa, penalidades, ministerios y sacramentos administrados, particularmente bendición de matrimonios y arreglos de hogares por la ley de la Iglesia…

Ambiente muy diverso al que había vivido en sus tierras españolas…

De sus años de residencia en Bogotá se sabe que no existe población de Cundinamarca donde no hubiera resonado su voz.

Sí manifestaba repugnancia a predicar en ciudades, y declamar sermones que llaman de campanillas, como panegíricos selectos; por esto, y para explicar cierta interpretación equivocada, pudo escribir en 1933: «No me he negado a predicar, ni dentro ni fuera de la ciudad. Una cosa es resistencia; otra cosa es repugnancia». A esta actividad y disposición contribuiría, no poco ciertamente, su facilidad, nada común ni mezquina, para desenvolverse en el púlpito: la cual corría pareja con su condescendencia en prestar ayuda, cuando la solicitaban. Vaya por vía de anécdota, y para interrumpir la monotonía de esta relación, la prestada en Quibdó en 1914. Era el mes de Junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El Rmo. P. Alsina llegaba a Quibdó, acompañado desde Cartagena por el Rdo. P. Jové. Cuando el vapor atracó en el puerto, las campanas esparcían el segundo toque para la Misa Solemne con panegírico. El preparado para predicar (quien esto escribe lo sabe muy bien) ofreció al P. Jové el sermón (digamos y confesemos sotto voce, que en esto no merece aprobación); el P. Jové naturalmente rehusaba; mas al oir que el oferente le decía: «Si quiere librarme de una fiebre, predique en mi lugar», inmediatamente aceptó, yendo, podemos decir, del barco al púlpito. En relación con la facilidad que poseía, corre fama de que el P. Jové escribía y aprendía sus sermones; y tal vez la verdad histórica no mire con malos ojos esta aseveración. Con fecha 26 de abril de 1940, cuando ya contaba 70 años, escribía: «Considero que tengo una plática empezada desde hace tres meses y no he podido continuarla por falta de manos».

¿Cuál era el estilo del P. Jové en su predicación? Digamos que sencillo, claro del todo, inteligible por sus oyentes. Las veces que le oí confirmé este concepto: allí nada había de florido; y si no abundaban, tampoco faltaban incorrecciones. Ignoramos si en sus mocedades usaría, o si sus capacidades permitirían usar de estilo más elevado. En cierta ocasión, y con motivo de la fama que cierto Padre nuestro iba adquiriendo en la República por su elvada oratoria, oímos al Padre Jové esta expresión: «Pocas almas convertirá de esa manera: yo también en mis tiempos usaba ese lenguaje, pero estoy convencido de que así poco fruto se reporta». Se equivocaba el P. Jové en lo primero: precisamente por aquellos días, nuestro predicador revolvía las conciencias de millares de hombres en una Catedral, según oí no al Padre interesado,sino a otros Religiosos, no tan susceptibles de alucinación. No comparto la opinión de quienes defienden que la exposición del Evangelio está reñida con formas elegantes. De todos modos, el P. Jové puede estar catalogado entre todos aquellos a quienes se oye con gusto, principalmente en Misiones, Catecismos, Retiros, y demás predicaciones, que, por su oratoria y elocuencia, no se mueven en regiones de altas calorías. Con fecha 15 de diciembre de 1935, durante el tiempo de su estancia en cierta Comunidad (5 años largos), mientras que dos Padres eran solicitados constantemente para predicaciones, a él sólo dos veces le pidieron nominalmente. Gracias al cuidado que el P. Jové derrochaba para anotar menudencias, podemos archivar en esta necrología la cuenta de predicaciones pronunciadas por el Padre durante sus cincuenta años de sacerdocio. Traslado al pie de la letra.

Genero de Predicación                       Número de piezas oratorias

Sermones        692       692

Pláticas           11.328            11.328

Ejercicios         222      5.328

Misiones         149      1.625

Novenas           99        902

Género de Predicación                       Número de Piezas oratorias

Retiros             31        100

Septenarios      44        308

Meses enteros              22        660

XL Horas        74         222

Cuaresmas      5          75

Semanas Santas          27         135

Triduos           40        120

            Visitas Pastorales: 5 en 42 pueblos, con 2 pláticas diarias.

TOTAL                       21.495

Son cifras que podríamos llamar claretianas porque recuerdan las estadísticas de los novenarios, sermones, misiones que según cálculos se atribuyen al misionero Claret.

Sabido es que, por estas regiones el trabajo del púlpito fuera más llevadero, si no se llevara consigo la tarea abrumadora del confesonario. Y el P. Jové no dejaba resbalar esta carga apoyándola en los compañeros, cuando los tenía.

En la crónica de Medellín se lee este elogio: «Una de las virtudes más dignas de encomio en el P. Jové es su asiduidad al confesonario para atender la confesión de los fieles, y la presteza en asistir a los enfermos». Y el mismo Padre Jové termina la nota transcrita de sus predicaciones, calculando las horas gastadas en el confesonario en 150.000.

También, a la zaga de su fundador, el P. Jové fue un convencido y un apóstol de la prensa.

Tomo los datos de la memoria gratulatoria, que, en 1945, conmemorando sus Bodas de Oro Sacerdotales, apareció en el Boletín de la Provincia, completándolos con los que el mismo Boletín inserta en 1947, al dar la noticia de su muerte. El de mayor éxito y popularidad es el «Ejercicio del Cristiano» con 13 ediciones, que suman 245.500 ejemplares. Además de la utilidad que ofrece al pueblo cristiano, oí decir al mismo Padre que en su mente bullía la idea de que el opúsculo sirviera a los Padres jóvenes para adquirir facilidad y soltura de expresión en el púlpito, al formular las preguntas y desarrollarlas con mayor o menor acierto. Siguen la «Novena de la Asunción» en 4 ediciones, con 40.000 ejemplares; «Nociones de Catecismo», en dos ediciones, con 20.000 ejemplares; «Novena de Aguinaldos» en cinco ediciones, con 25.000 ejemplares. Total de opúsculos, 330.500 ejemplares.

Con fecha 22 de mayo de 1931, escribió al P. Villarroya, remitiéndole borradores de un devocionario que, según él, podría titularse «Vida Cristiana».

Como el P. Jové estaba desahuciado y se creía próximo a cambiar esta vida efímera por la inmortal, se los remite como «una especie de testamento». Por fortuna, y para seguir almacenando méritos, todavía esta vida siguió corriendo durante 16 años más…

Esa constante actividad en la predicación, con los trabajos de toda laya que la acompañan, y tan largas caminadas, casi todas a caballo en aquellos tiempos, parece que en el P. Jové demandan o arguyen salud y fuerzas robustas y asentadas.

Tal vez en aquellas épocas de ajetreo ministerial sí gozaría de esos dones de Dios, reforzados con los dos remedios naturales a los que el P. Jové atribuía virtud mágica, y de los que usaba con fe, rayana en fanatismo: el baño, y el famoso purgante Pagliano. No podía faltarle el baño diario y prolongado; y si el agua chorreaba sobre una piel caliente y sudorosa, tanto mejor.

No obstante la virtud atribuida a esos polvos de la madre Celestina, su salud anduvo acuchillada, contra lo que a menudo aparecía al exterior.

El P. Jové se distinguía por el cultivo de ciertas virtudes humanas muy apreciables: la limpieza, rayana en pulcritud, el orden escrupuloso en todo lo que le pertenecía o estaba a su cuidado, la puntualidad y exactitud en el cumplimiento de normas, horarios y rúbricas, la preservación del sentido de autoridad, la formalidad y seriedad en sus modales, la guarda rigurosa del silencio. De su nimiedad en cuestiones de limpieza son indicios estas anécdots de sus años de superior en Bosa.

«Una noche se dio su gira por el fregadero, a ver qué tal andaban los trastos de la cocina y comedor; y como notase, o le pareció a él que la loza y demás utensilios para el yantar cotidiano adolecían de manchas y falta de aseo, sin perder tiempo, se llegó al dormitorio de los Hermanos profesos y postulantes, y con voz paternal y autoritaria les dio esta orden terminante que fue prontamente obedecida, así se hallaran muchos de los amonestados descansando ya de las faenas del día: «Hermanitos arriba” levántense todos y al fregadero, esa loza y esos utensilios de cocina están muy mal lavados; y recuerden que estamos en la casa de la Virgen, y Ella no admite que las cosas anden así de sucias. Arriba, pues, Hermanitos! A asear todo aquello nuevamente y déjenlo todo bien compuesto; y luego que hayan cumplido este deber, pueden volverse a descansar». Vaya otro episodio. «Paseándose también por aquel os claustros del Postulantado, rezando su breviario y con los espejuelos suspendidos entre los dedos de la mano derecha, iba inspeccionando como quien no lo quiere, el barrido que en dichos claustros acababan de hacer los encargados. No pareciéndole muchas veces que el aseo se había hecho a cabalidad, mandaba llamar al Hermano ajuar y le decía: Hermanito, barra otra vez estos corredores; no lo ha hecho bien; esto debe brillar; no ve que estamos en la casa de la Virgen? ” !Y qué remedio! Con el P. Jové, en cuestión de limpieza, no se podían hacer las cosas a medias». Culto singular y vigilancia severa tributaba al silencio, ya en el fondo, ya en la forma, porque ambos regulan nuestras Constituciones. Famosa es la aversión con que miraba el teléfono en las Comunidades; aparato que él llamaba «Instrumento de faltar al silencio». Dícese que no lo ocupó una sola vez”.

Por lo que toca a rúbricas litúrgicas, el P. Medrano refiere este episodio:

En el mes de abril de 1914, llegaban al puerto de Quibdó los PP. Antonio Pueyo y Martín Jové. Acariciábamos un proyecto de Misión; mas el viaje se retrasó más de lo debido; y, contra el parecer del P. Pueyo, no creímos conforme convertir la Semana Santa en Semana de Misión. El P. Pueyo ofició de Preste en las ceremonias santas (no hay por qué decir que tuvo a su cargo los sermones principales); el P. Jové desempeñó el papel de Maestro de Ceremonias, manejando muy bien y autoritariamente la varilla de plata con que señalaba a cada cual su oficio, y al Preste los lugares del misal. No recuerdo si fue el viernes o el sábado santo, surgió una divergencia entre el Preste y el Maestro. Todavía estoy viendo y oyendo al P. Jové impertérrito, señalando el misal con su varilla y diciendo: aquí! Insistía el P. Pueyo en pasar la hoja, y el P. Jové se lo impedía diciendo: aquí! Creyó el P. Pueyo poner fin a la disputa silenciosa, lanzando este argumento: pero, hombre! si en Córdoba…, no le dejó proseguir el P. Jové; porque señalando otra vez con su varilla, le interrumpió diciendo: en Córdoba sí, pero en Quibdó, no: aquí! Tuve que intervenir para zanjar la cuestión, aconsejando al Preste que obedeciera al Maestro; pues confieso que infundía garantías de seguridad, no menos que gusto, el ver la seriedad y laconismo con que éste repetía, tocando el misal con su varilla: aquí!”.

Viniendo ya a sus virtudes de cristiano, de sacerdote, de religioso, algo se podrá rastrear o visumbrar por ciertos chispazos que él dejó escapar en íntimas anotaciones. En algún papel, al hacer el cómputo de sus trabajos apostólicos, en verdad muy copiosos y muy a conciencia realizados, concluía: «Todo esto mezclado con muchos pecados, impaciencias, imprudencias, precipitaciones y cansancios, dolores de cabeza sin cuento. Todo junto quizá sirva de contrapeso en la balanza divina. Siempre tendrá que intervenir la Sma. Virgen para que salga airoso del tribunal divino; de otra suerte quizá daría un tumbo fenomenal». El 12 de agosto de 1929, escribía: «Quizá influya (en el disgusto y aburrimiento que sentía) el estado moral en que me encuentro; porque, después de seis años continuos de violencia, se me ha criado un genio y un modo de ser, que yo mismo no sé. Sólo que me siento como un hueso dislocado; y si Dios no me ayudara me encuentro en capacidad de hacer cualquier disparate”.

“Por buena suerte el otro día en la meditación de la Oración del Huerto, Dios me abrió los ojos y corrí a renovar de un modo especial los votos (porque éstos los renuevo cada día) y me sentí un poco alivido y resignado. Llevo en la meditación como unos diez días y encuentro aliento. Si Dios me dejara cegar, estoy cierto que haría un disparate o una serie de disparates». Y el 22 de mayo de 1931, al creerse desahuaciado: «Cuando menos piense me llaman a cambiar el suelo por el cielo. Así lo espero, aunque, como se supone, pasando por la tostadera del Purgatorio»

El P. Jové vivía muy encastillado en Dios. Era frecuente, ya en sus pláticas, ya en sus conversaciones, oirle decir: “No aspiro a otra cosa que hacer la voluntad de Dios. Estamos en el mundo únicamente para hacer la voluntad de Dios»

Era intención suya verla patente en las órdenes de los superiores, que a veces le causaban amargura, sobre todo cuando le conferían superioratos para los cuales por achaques de salud, por temperamento, por sus especiales criterios para ver o juzgar, no se sentía competente. Con todo -advertía a su superior mayor- “No trate de darme destino conforme mi gusto, no sea caso que todo lo echemos a perder. Quiero estar solamente donde sea voluntad de Dios, sin miramientos de ninguna clase…»

Su amor al trabajo inspiraba la sospecha de que hubiera formulado voto de no perder tiempo. Siempre se le encontraba predicando, confesando, leyendo, rezando, planeando estrategias pastorales. «Estoy como desesperado -decía en alguna carta- porque no sé por donde asaltar a esta gente que son cristianos solo de nombre, irreligiosos y supersticiosos de hecho»…

En Venezuela -reducido a la inacción por enfermedades y por circunstancias peculiares, -decía: “Aquí soy capellán de misa y olla… Aquí valgo por nadie…»

El 8 de junio de 1945, estando el Padre en Dos Caminos, alcanzaba la cumbre de sus cincuenta años de sacerdocio. En Bogotá, el Boletín y la revista El Voto Nacional cayeron en la cuenta y lo comentron con los debidos y justos elogios. En Caracas nadie lo supo. Ni él dejó escapar palabra. «Réstanos, dice su necrologista el P. Medrano, evocar los destellos de su amor a la Virgen. Su piedad mariana”.

“Parece que desde niño, se aposentó en su alma la devoción a la Señora, embelesándole, entre todos, el misterio augusto de la Asunción. Queda como testimonio y monumento (y él sólo fuera suficiente y rebasara), el altar y hermoso grupo de la Asunción, con los aditamentos de S. Joaquín y Santa Ana; uno de los más bellos que se exhiben y cautivan en el templo de El Voto Nacional de Bogotá; y cuya adquisición se debe a los esfuerzos personales (siempre debidamente autorizados) del P. Jové. Dicen que para esa bella imagen sirvió de tipo o de modelo otra ya existente en su pueblo natal, Vallbona de las Monjas. Ignoramos si aquélla muestra en su pecho el Corazón, como lo presenta la del Voto Nacional; sea como quiera, no descuidó el P. Jové este símbolo de filiación cordimariana, de la que se gloriaba satisfecho. Entusiasmado al ver coronados sus esfuerzos, redactó la piadosa Novena de la Asunción; de la cual, como se dijo arriba, van tirados 40.000 ejemplares, para mayor propaganda de su Misterio adorado. Sacó a las máquinas de imprimir 130.000 hojitas-estampas de la Asunción de la Virgen. Cuántas lágrimas de alegría hubieran destilado sus ojos, si entre los vivos hubiera saboreado el triunfo virginal con la Definición Dogmática del misterio de su amor y predilección!

Aparte estas estampas de la Asunción, hizo volar otras 80.000 del Corazón de María; y en éstas y aquéllas, puesta al dorso, esta oración: Oh Virgen y Madre de Dios… y luego: ora la devoción de las Tres Avemarías, ora la Consagración de los Niños al Corazón de María. Todo son manifestaciones del amor hacia la Virgen, que bullía en el alma del P. Jové. No es de extrañar la confianza que abrigaba en la intervención de la misma Virgen a su favor, cuando escribía: «Siempre tendrá que intervenir la Santísima Virgen para que salga airoso del tribunal divino: de otra suerte, quizás daría un tumbo fenomenal».

Hay en la vida del P. Jové una actuación muy digna de ser anotada.

Cuando residía en Medellín de 1930 a 1936 le tocó dirigir el alma de la señora Elisa Jaramillo, que allí vivía consagrada a favorecer y amparar niños y niñas pobres, como anteriormente lo hiciera en La Ceja. Su internado se llama de Mater Dei. En el Archivo General de las Siervas de la Madre de Dios se conservan las cartas del P. Jové a esta caritativa señora, que para fundar su comunidad acudió en repetidas ocasiones a nuestra comun idad de Jesús Nazareno, consultó para los primeros reglamentos al P. Jové, obtuvo de él un capellán permanente para su internado -lo fue el P. Punset- hasta que finalmente Dios suscitó en la persona del P. Silvestre Apodaca el asesor y director que necesitaba la Madre Elisa y su naciente institución, hoy ya aprobada por la Santa Sede. En Caracas, ya en sus postrimerías, el P. Jové se enteró de la fundación definitiva establecida en Palmira (Valle) y por carta expresó su regocijo y su hacimiento de gracias a Dios por la culminación de tan sufrido via crucis…

El P. Jové fue de los escasos sacerdotes que a la Madre Elisa dieron la mano auxiliadora cuando todo, desde el palacio arzobispal, se le negaba y se le cerraba. De manera discreta el P. Jové supo estar a su lado…

El 20 de abril de 1947 el P. Jové celebró su misa postrera. Trece días guardó cama hasta que la uremia le envenenó el organismo y le ocasionó la muerte el 3 de mayo a las 7 de la noche. Había recibido el santo viático dos horas antes. El entierro se tuvo el 4 a las 4.30 de la tarde. Los funerales, muy solemnes y concurridos, el 5. Cuenta el Hermano Garrido, su enfermero:

«Cuando por las mañanas iba temprano a preguntarle: Padre Jové cómo ha pasado la noche: -Muy mal, gracias a Dios; era su respuesta”.

Fue un gran misionero. Es incalculable el bien que hizo en sus ministerios y el que sigue haciendo mediante su «Ejercicio del Cristiano». Dios se lo habrá premiado. Y nosotros debemos imitarlo.

Bibliografía

Nicolás Medrano: Necrología del P. Martín Jové. Boletín de la Provincia Colombiana, octubre de 1951, pp. 484-515.

Carlos E. Mesa. El Voto Nacional: A la sombra de la Cruz, junio 1947. p.141.

Madre Elisa, fundadora de las Siervas de la Madre de Dios, Medellín, 1984. Carlos E. Mesa G. C.M.F.