Joaquín Gelada y 2 compañeros

BEATOS P. JOAQUÍN GELADA Y COMPAÑEROS

Mártires

 

Sumario

El testimonio martirial que tantos hermanos claretianos han dado ha de situarse en el contexto de la Guerra Civil española (1936-1939). Los PP. Joaquín Gelada e Isaac Carrascal y del Hno. Félix Barrio pertenecían a la comunidad de Castro Urdiales, en la provincia de Santander. La provincia claretiana de Castilla de entonces tenía en esta ciudad una comunidad que tutelaba el colegio Barquín del Corazón de María. Cuando estalló la revolución del 18 de julio de 1936, el alcalde de la ciudad aconsejó a los milicianos que respetasen a todas las personas, también a los claretianos. Estos siguieron en el colegio hasta el 18 de agosto. Después de esa fecha, todos los padres y hermanos del colegio se dispersaron para salvar sus vidas. Pero allí quedaron tres: los PP. Joaquín Gelada e Isaac Carrascal y el Hno. Félix Barrio.

Obligados a abandonar el colegio, se trasladaron al Asilo del Sagrado Corazón, regentado por las religiosas Siervas de Jesús, del que eran capellanes. En el mismo Asilo los tres claretianos se fueron enterando de la suerte de sus hermanos de las comunidades de Castro Urdiales y de San Vicente de la Barquera. Varios habían sido ya fusilados. No tardando mucho, les seguirían ellos.

A media mañana del 13 de octubre de 1936 llegó un tropel de milicianos fuertemente armados, irrumpieron en el Asilo y ordenaron la entrega de los tres claretianos. Una vez detenidos fueron conducidos al convento de las Clarisas, convertido en cárcel. Esa misma noche fueron trasladados los tres a nuestro colegio donde ya les esperaba un auto que los habría de conducir desde Castro Urdiales hasta la cuesta de Jesús de Monte. En el trayecto uno de los milicianos se ensañó con uno de los padres golpeándole brutalmente. A los golpes respondió con mansedumbre: «Podéis matarme, pero yo no puedo renegar de mi Religión».

Finalizado el penoso viaje, los milicianos canjearon a los misioneros por otros presos. Los nuestros fueron asesinados por unos desconocidos cerca de Torrelavega (Santander – España) el 14 de octubre de 1936.

Al recordar a los mártires claretianos de Castro Urdiales queremos hacer memoria de su muerte como acto supremo de generosidad. Su última palabra fue de perdón hacia aquellos que les mataban y de amor a Jesús y al Corazón de María.

********************************

Testimonio martirial

El martirio de los PP. Joaquín Gelada e Isaac Carrascal y del Hno. Félix Barrio se sitúa en la ciudad de Castro Urdiales, provincia de Santander. La provincia claretiana de Castilla tenía en esta ciudad una comunidad que tutelaba el colegio Barquín del Corazón de María.

Cuando estalló la revolución del 18 de julio de 1936, el alcalde de la ciudad suplicó a los milicianos que respetasen a todas las personas, también a los claretianos. Estos siguieron en el colegio hasta el 18 de agosto. Después hubieron de dispersarse para salvar sus vidas. Pero en el colegio quedaron tres: los PP. Joaquín Gelada e Isaac Carrascal y el Hno. Félix Barrio.

Obligados a abandonar el colegio, se acogen al Asilo del Sagrado Corazón, regentado por las religiosas Siervas de Jesús, del que los misioneros eran capellanes. Se instalaron en la casa del guardián de la finca. Allí llevaron una vida profundamente religiosa.

Los tres misioneros, que compartirían idéntica suerte, permanecieron unidos por un común sentimiento de fraternidad y también por un fuerte sentido de responsabilidad, dado que las religiosas del Asilo y las niñas atendidas permanecieron en aquel lugar. Por otra parte, el P. Carrascal, que era su capellán, no quiso abandonarlas en aquellas circunstancias sin los auxilios espirituales.

Las Hermanas merecieron un trato respetuoso por parte de los milicianos, pues la mayoría de las niñas eran hijas de los obreros y milicianos. Pronto se iba a acabar esta situación de relativa tranquilidad entre las Hermanas y sus pupilas. A los dos meses, el 23 de septiembre, un jefe republicano, acompañado de una antigua alumna y otras personas, visitó el Asilo y consideró peligroso que mantuviesen las prácticas religiosas con hijas de milicianos. Los misioneros extremaron las cautelas. Esta situación no hizo retroceder al P. Gelada cuando recibió la petición de administrar la unción de enfermos a una persona en grave estado.

Los tres claretianos residentes en el Asilo se fueron enterando de la suerte de sus hermanos de las comunidades de Castro Urdiales y de San Vicente de la Barquera. Varios habían sido ya fusilados. No tardarían mucho en correr ellos la misma suerte.

A media mañana del 13 de octubre llegó un tropel de milicianos bien armados, irrumpieron en el Asilo y ordenaron la entrega inmediata de los tres claretianos. Al ver el P. Gelada que era inútil todo intento de huida, abrió la puerta de casa y los saludó con naturalidad: «Buenos días, señores. ¡Y calma, calma, no hay que apurarse! Vamos». A lo que respondieron los milicianos: «¡Ah, pájaros! Ya os hemos cogido».

El último encuentro entre las Hermanas y el P. Gelada, a quien los milicianos le permitieron despedirse en el Asilo, fue de una tremenda emoción. Arrodilladas, todas ellas le pidieron su bendición.

Los tres claretianos fueron conducidos al convento de las Clarisas, convertido en cárcel. En la cárcel no les dieron ni agua. Estando allá mandaron por la tarde al P. Carrascal de nuevo al Asilo, custodiado por un miliciano para dar este encargo preciso a las Hermanas: «Me dicen que si pueden ofrecerme tres meriendas, y tres mantas también para abrigarnos. Además, si me pueden prestar 450 pesetas para comprarnos la comida en la cantina de la cárcel de Santander adonde nos van a llevar». Y añadió: «Pidan a Dios que, si nos han de matar, muramos como mártires. Dígales también a las niñas que hagan esta misma súplica. Desde el cielo les pagaremos lo mucho que han hecho por nosotros».

Esa misma noche fueron conducidos los tres misioneros a nuestro colegio donde ya les esperaba un automóvil que los habría de trasladar desde Castro Urdiales hasta la cuesta de Jesús de Monte. En el trayecto uno de los milicianos se ensañó con uno de los padres golpeándole brutalmente. A los golpes respondió con mansedumbre: «Podéis matarme, pero yo no puedo renegar de mi Religión».

El chófer, católico convencido, fue obligado a la fuerza a conducir el automóvil. Tuvo que detenerse en un paraje donde los tres milicianos bajaron con sus víctimas y mandaron al chófer que siguiese adelante y regresase pronto. Al volver, se oyeron unos disparos. El conductor pensó que habían matado a los padres, pero los milicianos lo que hicieron fue canjearlos por otros presos. Sin embargo, los tres claretianos fueron asesinados por unos desconocidos cerca de Torrelavega.

Durante un nuevo registro en el Asilo, una Hermana preguntó a un miliciano por los tres misioneros. Aquel le contestó sarcásticamente: «¿Aquellos tres? ¡Ya están en el Cielo!». Aquel miliciano lo pudo decir de chanza. Nosotros sabemos bien que es cierto.

Al recordar a los mártires claretianos de Castro Urdiales queremos hacer memoria de su muerte como acto supremo de generosidad. Su última palabra fue de perdón hacia aquellos que los mataban y de amor a Jesús y al Corazón de María.

BIBLIOGRAFÍA

  1. MISIONEROS CLARETIANOS. Annales Congregationis, t. 33 (1937), pp. 450-460.
  2. GARCÍA HERNÁNDEZ, P. Crónica martirial. 271 Misioneros Claretianos Mártires 1936-39, Madrid 2000.
  3. TORRES, I. Mártires Claretianos en Santander, Madrid 1954.