Federico Codina

BEATOS FEDERICO CODINA Y 10 COMPAÑEROS MÁRTIRES

 

LÉRIDA, o Lleida, como la llamamos hoy, es la Capital de la Provincia catalana del mismo nombre, y dista, en re­dondo, unos cin­cuenta kilómetros de Cervera y unos sesenta de Barbastro. Estallado el conflicto, la Ciu­dad se con­virtió en escenario de las mayores atrocidades revolucionarias. De los once miembros que constituían nues­tra Comunidad Claretiana, ocho Sacerdotes y tres Hermanos Coadjutores, nueve de ellos estarán inscritos en el catálogo de los Mártires.

 

El 21 de Julio por la mañana se hubieron de precipitar o suspender las Misas y todos se refugiaban en una casa vecina que los acogía con amor. Y antes de dispersarse, arrodillados todos ante el Superior ofrecieron su vida a Dios por la salva­ción de España, y, recibida la absolución general y la bendición del Padre, se dispusieron a en­tregarse a los rojos asaltantes, que ya subían desaforadamente por las escaleras y tenían vigilados todos los puestos de huida. Los milicianos se llevaban a seis directamente a la cárcel; al Padre Busquet, anciano y ciego, lo dejaban en la casa, y al Superior Padre Federico Codina lo conducían al Comité Revolucionario para declarar.

 

El Padre Federico Codina, prestada su declaración, sale a la Calle Mayor custodiado por un pelo­tón de milicianos, que le mandan caminar delante y por su propio pie hacia la cárcel. De pronto, una fuerte voz: -¡Es el Padre Superior de los Misioneros!… Así gritaba un antiguo monaguillo de nuestra iglesia. Los milicianos tuvieron bastante con aquella voz traidora. Forman un buen grupo, al que se suman mujerotas de la calle y del nuevo régimen, que gritan desaforadas: -¡Matadlo, matadlo, que es un cura!… Retiran a la gente de alrededor, y los milicianos descargan todos sus fusiles sobre el Padre, que cae tendido en lo más céntrico de la Ciudad cuando ésta hervía de gente a las once de la mañana de aquel 21 de Julio de 1936.

 

La cárcel de Lérida se convirtió en una prisión famosa. En aquellos primeros días ascendían ya a unos 650 los de­tenidos, y no son para describir las torturas a que se vieron sometidos tantos héroes de la fe y tantos patriotas de aquel rincón glorioso de Cataluña. Aquí se encuentran ya los siete Claretianos de la Comunidad, y vendrá después el Padre Juan Busquet, el anciano y casi ciego que de momento habían dejado en libertad. En la cárcel encuentran al Obispo, el inolvidable Padre Salvio Huix, santo de gran talla y gran amigo de los Misioneros, que tuvo una muerte de grandeza sobrehumana.

 

Los tres primeros mártires Claretianos van a caer muy pronto. El día 24 estaban en Lérida los fora­jidos milicianos que llegaban de Barcelona camino de Barbastro. A las 4’30 de la mañana del 25 asaltaban la cárcel para asesinar a un montón, aunque al fin se contentaron con un grupo nada más. Entre ellos, les cayó la suerte a los tres sacerdotes claretianos Padres Manuel To­rres, Miguel Baixeras y Arturo Tamarit, a los que previamente les habían preguntado si eran sacerdotes… Quince minutos después se oía desde la cárcel el sonido de los disparos provenientes desde el próximo Campo de Marte.

 

Una noche trágica. Los mártires del día 21 de Agosto constituyen un caso grandioso y excepcional dentro de la persecución religiosa de 1936. A las once de la noche empieza por todas las celdas y salones un recuento macabro. Dos milicianos, uno con una lista y otro con un farol para alumbrarle, van repasando nombres y eligiendo víctimas: “sólo Sacerdotes y Religiosos”. Fueron seleccionados ¡setenta y cuatro!, entre ellos los Claretianos Padres Agustín Lloses, Luis Albi y Javier Morell con los Hermanos Juan Garriga y Angel Dolcet. Los que marchaban en aquella procesión triunfal se despidieron con voz fuerte de los muchos que allí quedaban y que les seguirían en la gloria:  -¡Adiós! ¡Siempre  alegres! ¡Viva Cristo Rey!,,, Cargados todos en varios autobuses y custodiados por Guardias de Asalto, emprenden el camino del cementerio. Con una serenidad desconcertante y una alegría inexplicable, van cantando a la Virgen la Salve, el Ave maris Stella y el Magnificat, los himnos latinos que han dirigido miles de veces a la Ma­dre bendita… En el cementerio, atadas la víctimas de diez en diez delante de las zanjas, los asesinos hacen caer uno tras otro a los ocho grupos de aquellos mártires de la fe, que no cesaban en sus cantos y plegarias.

 

El Padre Javier Surribas pertenecía a la Comunidad de Selva del Camp, y al dispersarse la Comunidad quiso ir directamente a su familia, pero un com­pañero, deseaba ir hacia la suya pasando por Lérida… Javier, sim­pático, amable, y siempre condescendiente, contra su parecer y su gusto, se ofrece con amor fraterno a acompañarlo, y sí, llegaron los dos a Lérida, pero en la misma estación del ferrocarril era reconocido Javier como sacerdote, y allí mismo, donde empieza el paseo frente a la estación, separaron a la gente para dejar acribillado a balazos a aquel Sacerdote joven, víctima de su propia caridad…

 

El Padre Juan Busquet tuvo un cautiverio de sólo tres días, dedicados enteramente a la oración y al ministerio de la Confesión en­tre los detenidos. El día 24 de Agosto pasaba por Lérida otra columna de milicianos hacia el frente de Aragón sembrando por doquier la destrucción y el terror. Entre los veinte presos que sacaban para fusilar se encontraba el Padre Busquet, que, al aparecer en la puerta, casi a tientas porque veía muy poco y estaba lleno de acha­ques, suscitó la compasión de alguno: -¡Pobre! Que se vuelva adentro… Pero se impuso la ferocidad de aquellos salvajes, que no debían enternecerse por tonterías, y, su­bido al camión camino del Campo de Marte, el bondadoso anciano alcanzaba la palma del marti­rio después de una vida sacerdotal cargada de méritos….