BERNARDO SALA

BERNARDO SALA

Uno de los primeros que se unieron a Claret a la hora de la fundación de la Congregación fue el P. Bernardo Sala, hermano del P. Esteban y uno de los que más se distinguieron en el naciente instituto. Había profesado solemnemente en la Orden benedictina, cuando la exclaustración que los Regulares en España padecieron el año fatal de 1835 le obligó a buscar un refugio en sus Hermanos de Italia, y en efecto, fue recibido con muestras de singular aprecio en el célebre monasterio de San Martín de Scalis, en Sicilia, cerca de Palermo. Conoció muy pronto el Abad el superior talento de su nuevo huésped, y deseoso de aprovecharse de él le nombró bibliotecario y catedrático de Teología moral. Desempeñó estos cargos con gran acierto y á satisfacción de Superiores y alumnos, hasta que los acontecimientos políticos del infausto año 1848 le obligaron a regresar a su patria. Acostumbrado al suave yugo del Señor, se le hacía pesadísimo el vivir sin él, y como en España estaban los conventos arruinados y no había aún esperanzas de su próximo restablecimiento, buscó en nuestro incipiente Instituto algo que se pareciera a la observancia regular, para practicarla en él hasta que hicieran mejores días para su Orden. Halló aún más de lo que se creía, y se consoló no poco en el Señor de poder vivir entre los nuestros guardando la más estricta observancia, cual pudiera desearla en los rígidos monasterios de su Orden.

El Padre Fundador le admitió gustoso, porque descubrió en él dotes singulares, que podían ser de mucho provecho a la Congregación. Aunque en ella se dedicó a todos los trabajos propios de un Misionero, sobresalió de una manera especial en la enseñanza, en la cual hizo mucho fruto como profesor de Teología moral, de Sagrada Escritura y de derecho canónico. Se señaló más por su ciencia y erudición que por las cualidades propias para el trato social; abstraído en sus letras y en las obras que el celo por la gloria de Dios le sugería, era silencioso, y en las conversaciones gastaba muy pocas palabras. Este defecto natural quedaba con creces compensado con los profundos conocimientos que poseía en todas las ciencias, pero de un modo singular en sagrada Liturgia, con la observancia exactísima de todas las reglas y con la puntualidad con que asistía a todos los actos de Comunidad, en los cuales siempre se le hallaba el primero. Su laboriosidad, puntualidad y exactitud en todas las cosas le habían valido ya en Italia el que algunos monjes le llamaran por donaire el P. Minuti. Aquella boca, que parecía cerrada cuando se trataba de cosas frívolas o poco importantes, brotaba en pocas sentencias raudales de sólida doctrina cuando se le consultaba algún caso o alguna cuestión, como muchas veces acaecía a causa de sus singulares talentos. Luego veremos el impulso que dio a las Hermanas Carmelitas de la Caridad, cuando, después de su hermano, fue nombrado Director de ellas.