Rvdmo. P. Juan Gil y García

Primer Prefecto Apostólico del Chocó.

(1.867 – 1.912)

23 de Febrero de 1.912 – Quibdó

El 28 de Abril de 1.908 la Santa Sede, a través de la Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, creó la Prefectura apostólica del Chocó, encomendada a los Hijos del Corazón de María y nombró su primer prefecto al R.P. Gil y García, «a quien dotes de ánimo y mente hacen sobremanera recomendable para ese cargo».

Era segoviano, como lo fueron, entre muchos, el P. Francisco Sanz que también habría de regir la Prefectura Chocoana y el famoso canonista Felipe Maroto, que años adelante sería superior general de la Congregación.

Juan Gil García nació en Navares de en Medio el 30 de Marzo de 1.867. De 15 años ingresó en el postulantado de Segovia, en 1.884 pasó a comenzar noviciado en Barbastro, se ligó al Instituto en 1.885, cursó los estudios superiores en Santo Domingo de la Calzada y el 11 de Julio de 1.892 fue ordenado sacerdote en Victoria. ¿Cómo fue de estudiante el P. Gil? Respuesta del P. Alsina:

«Diga usted sencillamente que siempre mereció omnímoda confianza de los Padres Superiores; que siempre le fueron encomendados los empleos y cargos más distinguidos de nuestros colegios, los que exigen mayor lealtad y confianza; en fin que todos sin distinción lo amaban; y habrá compuesto su más cumplido elogio»

Su primer destino: Auxiliar del maestro de novicios en Cervera. Allí colocado por su radiante ejemplaridad.

Pero su gran vocación era la de predicador ambulante. En Abril de 1.894 recibió destino para la comunidad de Almendralejo, provincia de Badajoz, en donde al año siguiente debió suceder como superior al P. Inocencio Heredero, considerado en los países extremeños y en otros de España, como verdadero portento en la oratoria evangélica. Muerto el 21 de Junio de 1.895, se pensó en el P. Gil para el gobierno de aquella casa. Tal era el concepto en que se le tenía. Su predicación, su trato, su don de gentes, sus virtudes humanas y sobrenaturales le granjearon cariño y colaboraciones valiosas. «Con sus desvelos -escribe el Padre Medrano- y el trabajo de sus compañeros, cambió el aspecto de la ciudad”.

Con el apoyo entusiasta de personas aristocráticas como la señora Condesa de Oliva, cuyos tesoros estaban siempre a su disposición, realizó mejoras muy notables en la Casa y en la Iglesia; fundó un colegio de primera enseñanza titulado del Inmaculado Corazón de María; estableció la catequesis frecuentada por más de trescientos niños; el Ayuntamiento de la ciudad bautizó una plaza con el nombre del Corazón de María; al P. Gil se debe la fundación de nuestra casa-colegio de Jerez, cuya fundadora, doña Cecilia de Arteaga, le apreciaba entrañablemente;… No es extraño que los Superiores Provinciales, satisfechos de la labor del Padre Gil, le mantuvieran gobernando la casa de Almendralejo por el largo espacio de 10 años. A 12 de octubre de 1.906, fue nombrado Superior de la Casa de Plasencia; y allí seguía demostrando las mismas prendas y aptitudes cuando el 28 de Abril de 1.908, fue sorprendido con el nombramiento de la Santa Sede, a presentación de nuestros superiores, para primer Prefecto Apostólico del Chocó.

Su nombramiento fue recibido con aplausos; la despedida cariñosa que le tributaron las ciudades de Jerez, Zafra, Almendralejo, Plasencia, Madrid, Aranda, Barcelona, Vich, dan testimonio del alto concepto en que se le tenía. Mas él dejó atrás todos estos cariños, entusiasmos y amistades; y ansioso de conocer a sus nuevas ovejas, embarcose en Barcelona con rumbo hacia Colombia, el 11 de Noviembre de 1.908, para desembarcar en Puerto Colombia el 13 de Diciembre. Tan sinceros como cariñosos fueron los agasajos de que fueron objeto en Cartagena, así el Padre Gil y sus Misioneros, como el Padre General quien quiso acompañarlos en esta primera expedición.

A porfía se desvivían por testimoniarles su cariño el Señor Arzobispo Don Pedro Adán Brioschi, los padres Jesuitas, sobre todo el intrépido e inolvidable Padre Beristain, quien profesó a los nuestros tal afecto, cual no lo pudiera tener mayor para con sus propios hermanos en religión. Los Padres Eudistas, que ofrecieron caritativo hospedaje en el Seminario Conciliar; los caballeros todos, distinguiéndose entre ellos don Luciano Posso; y en fin, el pueblo en general a quien quedaron agradecidísimos nuestros Padres.

Enviados a Quibdó como precursores los Padres Quiroga y Lanas y los Hermanos Simón y Goñi, el 23 de Diciembre partieron los Padres Alsina y Gil hacia Bogotá para presentar sus credenciales al Señor Ragonesi, Delegado Apostólico, al Presidente de la República don Rafael Reyes, al Señor Arzobispo Primado don Bernardo Herrera Restrepo y además para tramitar asuntos pertinentes a la misión que se les había confiado.

Llegados a Bogotá el 11 de Enero de 1.909, en cuatro días arreglaron complicados asuntos y el 14 emprendieron su viaje de regreso a Cartagena a donde llegaron el 21 y encontraron la segunda expedición formada por los Padres Andrés Vilar, Juan Codinach, José M. Fernández y los hermanos Félix Reca y Juan Casals.

El 6 de Febrero zarparon desde Cartagena de Indias rumbo a Quibdó a donde llegaron el domingo 14 por la tarde. El recibimiento fue triunfal.

«No han olvidado aún los asistentes -escribía algunos años después el P. Medrano- los entusiastas saludos, los efusivos abrazos, los animados vivas, el saludo oficial o discurso pronunciado por el Señor Gobernador don Eduardo Ferrer, la elocuentísima contestación del Padre Gil, gran maestro de la palabra, y la sinceridad con que en el templo parroquial, hermosamente engalanado, abrió por primera vez su corazón a los fieles que colmaban las naves de la Iglesia. El P. Gil recordaba con ternura tan grandiosa recepción que repetidas veces fue tema de sus conversaciones familiares».

Etopeya del Padre Gil

«Trabajosamente se borrará de la memoria aquella figura robusta y bien formada; aquella fisonomía varonil; aquel porte jovial y grave; aquella sinceridad y hasta familiaridad en el trato; aquella grandeza de corazón que abarcaba a todos; aquella ecuanimidad que le hacía alternar ya con las clases llamadas elevadas, ya con las clases más humildes…”

Todas estas cualidades integraban en el Padre Gil aquel don de gentes con que se ganaba el afecto universal sin distinción; bastaba tratarle para sentírselo aficionado; y lo mismo jugaba y se bromeaba con los niños, que dialogaba con las autoridades y hombres de poder; no tenía enemigos; agradaba cuando sus palabras y ademanes expresaban amistad y no ofendía cuando en fuerza de su deber, tronaba contra los vicios; tan solícito se le veía presenciando el arreglo de la Iglesia para su festividad, como tomando parte en los regocijos públicos; y esa misma anchura de corazón y amplitud de miras obligábale a abrir de par en par las puertas de su alma a la expansión por acontecimientos felices, y era causa al mismo tiempo de sufrimientos morales que penetraban pero muy adentro. No todos conocían estas penas porque sabía cubrirlas con el velo del disimulo; pero quien estas líneas le dedica tuvo ocasiones de comprenderlas y admirarlas; ciertas defecciones en la amistad y agradecimiento; la relativa esterilidad en los trabajos; el mismo atraso en la cosa pública; la escasez de recursos para llevar a cabo sus planes y proyectos; la disminución del personal con que contaba; la muerte y separación de Misioneros que eran su brazo derecho y a quienes amaba entrañablemente; la poca salud de quienes trabajaban y que frecuentemente se veían reducidos a la condición de enfermos… Porque con éstos él se constituía en enfermero… Quien esto escribe -el Padre Medrano- tomó de sus manos la primera dosis de quinina que apuró en su vida y la primera taza de remedio que en el Chocó pasó por su boca. «Cuídenme bien a los enfermos -decía- que nada les falte; pues si es preciso venderemos hasta los libros». Mas a qué entretenernos en delinear la figura y el carácter de aquel cuyo recuerdo está impreso en la memoria de los habitantes todos del Chocó… Veámosle trabajando desvelado por la evangelización de su grey.

Una intensa actividad pastoral

No bien se apagaron los ecos del imponente recibimiento, y fueron cumplidos los primeros deberes de cortesía, siguió para la ciudad de Istmina, acompañado del Padre General, a fin de tomar providencias sobre la fundación de un centro de trabajos evangélicos en la Provincia del San Juan; lo que se efectuó al año siguiente con el establecimiento de la casa en la capital de la región. Este viaje fue rápido; pues urgía el regreso a Quibdó, para despedir al Padre General quien se volvió a Europa dejando bien cimentada la nueva comunidad.

Acto seguido organizó los trabajos, enviando al San Juan a los Padres Quiroga y Codinach, a fin de recorrer los pueblos y celebrar la próxima Semana Santa en Istmina y Nóvita respectivamente; de allí volvieron a mediados de Abril. Entretanto el Reverendísimo Padre con los demás celebraban en Quibdó la novena y fiesta de San José, que comenzó con la bendición de la nueva imagen regalada por una aristocrática dama de Almendralejo, siguió con los ejercicios al Instituto Pedagógico y terminó con lucida comunión general, Misa solemne con panegírico por el mismo Padre Prefecto, y procesión por las calles de la ciudad; al novenario Doloroso, todo él predicado por el P. Gil, y la Semana Santa con once sermones y cinco procesiones, calificadas por él mismo de admirables.

Siguió el mes de Mayo de cuya celebración quedó satisfechísimo; y a principios de Junio envió al San Juan al Padre Fernández, mientras él con el P. Quiroga visitaba los pueblos del contorno hasta Lloró, inclusive, volviéndose a Quibdó para celebrar el Corpus y demás fiestas. A fines de Junio siguió para el San Juan, en donde permaneció por todo el mes de Julio y en donde las muestras de afecto que recibía fueron turbadas por la triste noticia del fallecimiento de su querido Padre Lanas, y de la salida apresurada del Padre Vilar y Hermano Goñi, que acompañados del Padre Quiroga se dirigieron a Urrao, en busca de la salud harto quebrantada. A principios de Agosto estaba ya en Quibdó; y en Octubre siguió al Golfo de Urabá con la comisión demarcadora de límites, a fin de visitar los pueblos de aquella costa; llegó hasta Cartagena donde abrazó a los Padres y Hermanos de aquella reciente comunidad; predicó varias veces; y el 22 de Diciembre se embarcó de nuevo para Quibdó, acompañado de nuevos Padres y Hermanos llegados de España. Apenas descansó porque a fines de Enero marchó otra vez a Istmina, para instalar la comunidad que debía encargarse de toda la Provincia de San Juan. El año de 1.910 fue para él de sinsabores, entre otras causas, por la muerte inesperada del hermano Simón; por verse obligado a separarse de varios Misioneros que hubieron de volver a España estropeados, singularmente su brazo derecho, el Padre Quiroga, quien partió con la enfermedad que lo llevó al sepulcro. Se quedó en Quibdó casi solo devorando amarguras, tuvo que enviar a Cartagena al P. Fernández, tan maltrecho, que los médicos pensaban también embarcarlo para España; y sólo se templó esta soledad, cuando en Febrero del año siguiente 1.911, recibió nuevo esfuerzo con la llegada de otros expedicionarios venidos de España, quienes desembarcaron en Quibdó el día 3, acompañados del intrépido Padre Fernández y del Hermano Julián Notiboli, ya repuestos de sus enfermedades.

Y a vueltas de esas correrías, de esos trabajos y de esas aflicciones, no dejó de preocuparse por la restauración y mejoras de las casas e Iglesias, singularmente de la Casa de Quibdó, en la que introdujo reformas de consideración, y de su Iglesia Parroquial cuyas torres y fachada forró de zinc; y cuyas naves laterales ensanchó; a la cual dotó de vitrales de colores, de bancos, de cuatro nuevos altares y de varias artísticas imágenes, de ornamentos, floreros, candeleros, etc. etc., muchos de los cuales objetos ya han desaparecido consumidos por la acción conjunta y maléfica del tiempo y del clima. Atendió con interés a las Asociaciones establecidas en la Parroquia, especialmente a la Archicofradía del Corazón de María, fundada en Mayo de 1.909, y a la que dejó en estado floreciente. En fin, a todo atendía como pastor solícito; y en Mayo de 1.910, para dar mayor impulso a sus proyectos y afianzar más sus trabajos, proyectaba un viaje a Bogotá, que hubo de suspender por algunos días, apenado por la enfermedad y muerte de uno de los Misioneros más robustos y recién llegados, el Padre Ferreróns.

Nuevas diligencias en Bogotá.

El 16 de Abril de 1.911 en la Pascua de Resurrección, el prelado Chocoano, en la segunda de sus cartas pastorales, encarecía oraciones a su pueblo para el feliz éxito de sus diligencias en la Capital de la República. Nombró Vicario General al Padre Nicolás Medrano y partió en la compañía del amable Padre José M. Fernández, como secretario.

En Bogotá cautivó con su trato y su hidalguía al Presidente, que lo era el patricio antioqueño don Carlos E. Restrepo y comprobó el aprecio y la estimación del Arzobispo don Bernardo Herrera y Restrepo que en tal ocasión ofreció a nuestro Instituto el Templo del Voto Nacional, efectivamente aceptado por el Padre Alsina, que para concluirlo envió desde España al P. Antonio Pueyo, el hombre para tal empresa y otras muy notables y duraderas.

Medellín, 1.911

En Bogotá, el Presidente Carlos E. Restrepo le encomendó entrevistarse en Medellín con una señorita Laura Montoya que le tenía el palacio asediado de telegramas relativos a una proyectada fundación misionera. Y así sucedió.

Segunda quincena de Agosto. Día de la Asunción en Medellín:

En el Colegio San Ignacio de la capital antioqueña se encontraron el prelado misionero y la misionera fundadora y concertaron trabajar unidos por la promoción espiritual y cultural de los aborígenes del Chocó.

–           Pero -le pregunta el Prelado- ¿sí encontrará usted compañeras para semejante empresa?

–           Ni se preocupe V.R. -respondió ella- que locas ha habido en todos los siglos y yo me las encontraré. Yo sé que para esta obra sobre todo en sus principios, no se necesita sino la condición de que sean locas. Se rió a mandíbula tendida y me dijo:

–           Búsqueme pues para muy pronto las loquitas…»

            Estas conferencias que fueron hasta 5, quedan aludidas en la Autobiografía de la Madre Laura.

Después, Carmen de Atrato, Urrao, Santa Fe de Antioquia, donde Monseñor Crespo los hospeda y agasaja cuatro días, Boca de Arquía y finalmente Quibdó, a donde llegan a fines de Septiembre, entre el regocijo de autoridades, amigos y feligreses en general.

Durante sus años de Prelatura el P. Gil, acosado de dificultades, achaques y muertes de sus compañeros, fluctuó entre el entusiasmo y las depresiones. Tuvo sus horas de Getsemaní. «Aquí -decía en una carta de 1.910- continúo haciendo cuanto puedo, pero sufro mucho porque este modo de vida es contra todo mi carácter y mi modo de ser». Pero siguió trabajando y planeando grandes cosas para beneficio de sus encomendados.

Sus Postrimerías

A principio de Octubre le asaltaron altas fiebres biliosas, de tal manera que resolvió retirarse de los asuntos curiales, pasando un tiempo de descanso en la casa-refugio nuestro- de don Lisandro y doña Julia, que le tenían cama preparada. Allí fue tratado con los cuidados y el cariño con que ellos sabían y acostumbraban hacerlo, pasando de este modo el mes de Octubre, hasta que ya repuesto, por consejo de los mismos y de los médicos, hubo de trasladarse a Cartagena. Recibió en efecto a los nuevos Misioneros, y con ellos regresaba a Quibdó, abrazándolos a principios de Diciembre.

Celebradas las fiestas de Navidad, cuya novena de la Luz predicó entera, terminó el año, al parecer con llena salud; y el 7 de Enero de 1.912 emprendió viaje a Istmina para visitar a aquella comunidad, celebrando antes las fiestas en el pueblecito de Paimadó. Administró el Sacramento de la Confirmación, predicando varias veces al Pueblo, pero se vió acometido por unas fiebres altas y biliosas que lo tuvieron en cama durante 10 días.

Repuesto de ellas y arreglados los asuntos de la comunidad y Parroquia de Istmina (pues no pudo visitar más poblaciones) regresó a Quibdó a principios de Febrero.

Disponíase el Padre a emprender un viaje a Europa, para asistir al Capítulo General al que había sido llamado; tenía arreglado el personal y demás asuntos de la comunidad de Quibdó; tenía preparadas sus maletas; y nada restaba por hacer sino instalar la comunidad de Hermanas de la Presentación, cuya venida él había agenciado durante su última instancia en Bogotá, y que -acompañadas del Padre Urrutia- llegaban en el vapor que se hallaba detenido en el Bajo Atrato por la sequía pertinaz de aquel verano.

“En ese mismo buque pensaba iniciar su viaje; más ay! que ni él pensaba ni pensábamos nosotros que ese viaje debería ser hacia la eternidad. Acababa de recibir cartas de un hermano suyo, en las que le decía que lo esperaban con los brazos abiertos; que le fuera comunicando el itinerario, porque pensaba salir a recibirlo muy lejos; pero… juicios de Dios! solamente recibió la noticia de su muerte, y el crucifijo que usaba, y que nosotros le enviamos de recuerdo”.

“Efectivamente. Ligeras indisposiciones le molestaban, pero que ni le obligaban a guardar cama continua, ni le impedían ocuparse en sus asuntos. Jovialmente conversaba con nosotros y con los amigos que venían a despedirse. El 21 de Febrero se levantó algo tarde; y después del medio día, volvió a acostarse con algo de fiebre; como a las tres, estuve conversando con él y recibiendo algunas instrucciones acerca de varios asuntos y me retiré dejándolo tranquilo. A eso de las 6 de la tarde, uno de nuestros Hermanos (q.e.p.d) bajó diciendo con voz alterada a los que nos hallábamos reunidos: «El Padre Prefecto no me gusta nada; parece que le va a dar congestión; se le trabucan las palabras». Volamos a su lado; pero nos recibió con tal sosiego; habló con nosotros tan naturalmente, que creíamos exageración la alarma del Hermano: todavía, al irnos a acostar, denotaba calma; más cual no sería nuestra sorpresa, cuando al amanecer del 22 fuimos a saludarlo y no pudimos entender lo que decía. Inmediatamente pasamos aviso al médico de cabecera, doctor Heliodoro Rodríguez, quien calificó la enfermedad de semi-congestión, y le recetó enseguida los remedios que le parecieron convenientes. Calcúlese nuestro interés por aplicar al pie de la letra las prescripciones médicas; pero también nuestra consternación, al ver pasar el día sin mejorar en lo más mínimo; sin poder entenderle una palabra; al contemplar aquella mirada indiferente y aquella risa (perdónese la palabra) como estúpida y sin motivo alguno… Cuando el médico volvió calificó de muy grave el estado del enfermo; la noticia de la gravedad se regó como pólvora inflamada y nunca podremos relegar al olvido la ansiedad con que todos averiguaban por el curso de la enfermedad; el interés con que multitud de personas amigas ayudaban a los de casa; el trabajo de tantos señores que se prestaban a servir a los médicos; y hasta la severidad que hubo de ponerse en juego para moderar la entrada en el cuarto del paciente. Seguía este sin mejoría; y al anochecer del mismo 22, resolvieron los médicos sangrarle”.

“Todo fue inútil. A las 8 de la noche del 23 de Febrero de 1.912, la campana de la Parroquia, con tañido fúnebre, anunció a la población que el Reverendísimo Padre Juan Gil García, había fallecido”.

Murió a los 45 años de edad, y a los tres de haber pisado la tierra chocoana. Su cadáver, con insignias sacerdotales revestido, fue expuesto durante toda la noche; no hubo persona en Quibdó que no desfilara ante él, rogando por el eterno descanso de su alma y la ciudad entera se halló presente al entierro y funerales, acompañando sus restos al cementerio, dando así el último adiós a quien tanto los había amado y de quienes con igual cariño se vio correspondido.

De todas partes llegaron telegramas de pésame; y fueron innumerables las plegarias que subieron al cielo por el descanso del Rmo. P. Gil, primer Prefecto Apostólico del Chocó. Su memoria fue honrada por Resolución del Ministerio de Instrucción Pública y por artículos encomiásticos publicados en la prensa del país. Entre los Misioneros del Chocó fue creencia que en Bogotá, en la Delegación Apostólica y en el alto Gobierno se trataba de promover al P. Gil a la dignidad episcopal. Y algunos años después el Presidente Carlos E. Restrepo, en conversación con el Padre Pueyo, recordaba y elogiaba al P. Gil como el espejo de lo que debe ser un Prelado en la Iglesia.

Bibliografía

Anales de la Congregación. Volumen 13 – pp. 613.

Nicolás Medrano. C.M.F. Corona Fúnebre. Tip. El Voto Nacional, Bogotá. pp. 23.33.

Eleuterio Nebreda-Carlos E. Mesa C.M.F. Los Claretianos en Colombia. pp. 121-165.

Cristóbal Fernández C.M.F. Compendio Histórico de la Congregación. II. pp. 682-736.

Cristóbal Fernández: La Misión Claretiana del Chocó, p. 80.