RAMÓN HOMS

RAMÓN HOMS

Barcelona. Tres son las virtudes en que principalmente resplandeció el P. Ramón Homs durante los breves años que he podido conocerle de cerca y vivir bajo su suave y prudente gobierno: la observancia, fervor y celo.

Observancia.— Era exactísimo en comenzar los actos de comunidad a las horas competentes y en suplirlos cuanto antes, si alguna vez sus ocupaciones le impedían la asistencia. Las disposiciones de los superiores, y aun una simple insinuación de su voluntad, eran para él un precepto expreso que ejecutaba con religiosa exactitud, prescindiendo siempre de respetos humanos que tenía por completo bajo sus Aun durante su larga enfermedad, tenía siempre a la vista el cumplimiento de las Santas Reglas; y el temor de faltar a ellas y ser motivo de desedificación le impidió por mucho tiempo el dejarse visitar por el médico y el consultar con un especialista, por más que la necesidad y urgencia fueran evidentes.

Fervor.—Su devoción y fervor fue siempre notable, constante y progresivo a medida que iba acercándose a sus últimos días, Era devotísimo de la Santísima Virgen, a quien obsequiaba todos los días con las partes del Rosario, no olvidando el ejercicio del Via Crucis y las visitas al Santísimo Sacramento, que renovaba con frecuencia en casa. y omitía raras veces al salir de ella, a pesar de las distancias enormes en que están muchas veces las Cuarenta Horas en esta capital.

Celo.— Su celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas fue constante, activo, industrioso y reconocido por todos los que le conocieron, Cuando su salud se lo permitía se ocupaba en dar ejercicios a Comunidades religiosas, Colegios, Casas de asilo y de Caridad. Visitaba las cárceles, predicaba y exhortaba a los presos con admirable paciencia, sufriendo y disimulando los desprecios y hasta insultos con que le correspondían a veces, repartiéndoles para mejor atraerlos medallitas, rosarios, estampas y libritos que con industriosa caridad sabía recoger a este fin de limosna. Aun estando muy delicado, no dejó su invariable costumbre de visitar semanalmente el santo Hospital para consolar, confesar y predicar a los enfermos, siendo en este punto motivo de edificación y de admiración para los Hermanos, Religiosos, sacerdotes y demás personas concurrentes en aquel grandioso establecimiento. Cuando oía alguna blasfemia se contristaba profunda y visiblemente, y no dejaba de avisar a los delincuentes con prudente caridad. Sabía aprovechar admirablemente las ocasiones favorables para avisar a los distraídos en el importante negocio de su salvación, valiéndose al efecto de santas industrias y de atinadas reflexiones. Hijo amante y celoso del Inmaculado Corazón de María, fue constante defensor de la Congregación, de los Superiores y de todos sus individuos; no podía tolerar la murmuración y todo cuanto redundase en menosprecio de la misma, siendo incansable en arbitrar medios para allegar recursos y limosnas con que atender a las necesidades del Instituto.

Su muerte.— Ocupado en la predicación de los ejercicios a las Religiosas Mínimas de esta ciudad, fue atacado por un serio catarro que degeneró pronto en pulmonar, dando por consecuencia, la reproducción de la enfermedad que había sufrido muchos años antes estando en Vich. Por más que le daba poca importancia e iba continuando en sus trabajos apostólicos, le fue preciso rendirse más tarde a efecto de otra afección en la laringe que en pocos días le dejó completamente afónico, y debía, según parecer de los facultativos, causarle una muerte horrorosa, o sea la de asfixia lenta. Mas nuestra bondadosa Madre quiso librar a su hijo de tan apurado trance. El día 17 del corriente, festividad del Corpus Christi, después de celebrar la santa Misa y de practicar todas sus devociones cotidianas, le sobrevino un derrame cerebral que en breves minutos acabó con su preciosa existencia, habiendo tenido una muerte la más dulce y apacible.

Ramón Fluviá, C. M. F.