Severo Catalina

SEVERO CATALINA

CARTA A ISABEL II – 1869

 

Señora:

 

He retardado el honor de escribir a Vuestra Majestad (!) porque espe-

raba poder darle conocimiento de estar cumplidas todas sus órdenes. Hoy,

con mucha alegría, así por el aspecto general que ofrecen las cosas de

España como por las buenas y agradables noticias que de aquí puedo trans-

mitir, llego a los reales pies de Vuestra Majestad, dando cuenta ante todo

de lo que al Padre Santo se refiere . La primera carta de Vuestra Majes-

tad y después la del día 7 juntamente con la de Su Alteza el Príncipe de

Asturias han sido acogidas por el Sumo Pontífice con particulares mues-

tras de alegría y revelando por todos los medios imaginables el especial

y paterno amor que a Vuestra Majestad profesa y a su augusto ahijado.

En la larga audiencia que me concedió oí repetidas veces de sus labios

estas mismas manifestaciones así como la esperanza que le anima de que

Dios ha de acortar el plazo de la tribulación. Estoy seguro de que Su

Santidad contestará muy en breve a las cartas de que he tenido la honra

de ser portador; y que la respuesta ha de ser por extremo grata y satis-

factoria al corazón de Vuestra Majestad. Se habló extensamente del señor

Claret. Yo manifesté a Su Santidad el grado de admiración y respeto que

Vuestra Majestad profesa a su Confesor y la pena que le causaría la

prolongación de su ausencia, toda vez que el apartamiento absoluto no era

ni verosímil siquiera, conociendo la virtud de aquel Prelado y la mayor

obligación en que lo ponen las circunstancias por que pasa Vuestra Majes-

tad. El Papa se dignó mostrarse completamente de acuerdo con esta idea

y recordando que ya en otra ocasión manifestó deseos de retirarse de la

vida de palacio y Su Santidad le hizo desistir , dejó traslucir la idea de

que lo mismo hará en el caso presente, con tanto mayor motivo (son fra-

ses del Pontífice) cuanto que ahora no dirá que los ministerios y los hom-

bres políticos le ponen embarazos o lo creen influyente en la política.

Deduje, pues, de esta franca manifestación de S. S. que su consejo al señor

Claret será el que vuelva al lado de Vuestra Majestad sin perjuicio de que

pase aquí los días que crea necesarios para sus ejercicios espirituales. Con

el Cardenal Barili había tenido ya dicho señor Claret una conversación en

la cual sólo expresó generalidades acerca de su deseo de consagrarse a la

vida de las misiones . Yo me propuse apurar un poco más el asunto, y

en efecto, habiendo venido a verme el señor arzobispo al día siguiente de

su llegada a Roma , yo me apresuré a pagarle la visita por la tarde, y

aunque no lo encontré como a él le había sucedido conmigo, repetí el

viaje y logré por completo mis deseos. Díjome que la incesante murmu-

ración de que años han es objeto y las instancias reiteradas de muchos

amigos, le creaban una situación harto violenta y poco acomodada a su

carácter; que largo tiempo hace pidió ya la venia de Vuestra Majestad para

retirarse y que desde la entrada en Francia había significado su propósi-

to de consagrarse por algún tiempo a prácticas espirituales como en otros

años acostumbró hacer en San Lorenzo del Escorial; que nunca ha dicho

ni autorizado a nadie para decir que se despide para siempre del cargo

que desempeña cerca de Vuestra Majestad y que por ahora estará a ver

venir dejando que pase el turbión de las calumnias y de las difamaciones

que se ha desbordado sobre todo lo santo y respetable de nuestra Patria.

Ya puede comprender Vuestra Majestad que yo había de aspirar a algo

más concreto en esta conferencia y así llevé la conversación hacia los

asuntos de actualidad logrando que el señor Claret me hiciera la cando-

rosa declaración de que los Carlistas llevaban muy a mal su permanencia

cerca de Vuestra Majestad. Sobre este punto no era posible que yo deja-

se de manifestar mi extrañeza, la cual sirvió para que me repitiese una y

mil veces que no ha visitado a Don Carlos (u), que no lo conoce, que es

absolutamente ajeno a los pasos que en su favor se dan, y que para evi-

tar estas sugestiones, y al mismo tiempo para eludir la responsabilidad de

un viaje que Vuestra Majestad meditaba camino de España, él ha realiza-

do el suyo a Roma donde espera que su espíritu se reponga de las pasa-

das agitaciones y donde tomará consejo del Sumo Pontífice. Hablando,

pues, a Vuestra Majestad con aquella respetuosa franqueza a que le alien-

tan sus bondades, le diré mi opinión acerca del señor Claret y de su veni-

  1. No quiere dejar el puesto oficial de Confesor de la Reina de España;

no quiere estar en París mientras duren los días de la amargura; no quie-

re disgustar a los carlistas, que le echan en cara su adhesión a Vuestra

Majestad; no quiere irse con ellos, porque como no tienen generales ni

dinero, su triunfo es muy problemático. No quiere más que aguardar en

calma los acontecimientos para volver por pasiva un refrán castellano; el

refrán dice que por todas partes se va a Roma; y él se hace la cuenta de

que a cualquier parte podrá ir desde Roma. Todavía no ha tenido la soli-

citada audiencia con Su Santidad en la cual estoy seguro de que ha de

percibir bien claramente los deseos del Papa; cuando esta entrevista se

haya verificado, volveré a ver al señor Claret .

También los Reyes de Nápoles me han hecho el honor de recibirme

en uno de estos últimos días. Se informaron con mucho interés de la salud

de Vuestras Majestades y toda la Real Familia y del estado de los asun-

tos de España. Su Majestad el Rey muestra las mismas opiniones de que

di noticia a Vuestra Majestad en otra carta; cada vez me parece más inve-

rosímil la manera de discurrir y de predecir que tiene este señor; será que

yo no alcancé a las profundidades de su pensamiento; pero crea Vuestra

Majestad que me produce una impresión dolorosa el verlo tan mal infor-

mado sobre el carácter de la revolución de España y sus probables con-

secuencias. Adjunta tengo el honor de remitir a Vuestra Majestad una carta

que, aunque tiene fecha, según veo por la copia, del día 5, en que se cele-

bró la boda de Sus Altezas, no me ha sido enviada hasta ahora.

Las fiestas celebradas en esta Ciudad han sido vistosísimas . Así

como las de Semana Santa recibieron su mayor brillo de parte de los

extranjeros, reunidos aquí en multitud desacostumbrada; estas otras, diri-

gidas exclusivamente al Papa, han sido de romanos; todos los súbditos de

Su Santidad han venido a saludarlo con ocasión de su misa de oro; ver-

dadera alegría de familia, ha ofrecido este raro aniversario un espectácu-

lo que ni se había visto, ni es fácil que vuelva a verse. De todas partes

han venido ofrendas; todos los pueblos han enviado la expresión de su

honrada pobreza, ya en corderos, ya en frutas, carbón, trigo, cuanto pro-

duce la tierra y cuanto es capaz de regalar el infeliz que vive de su tra-

bajo. Vuestra Majestad sabe por experiencia cuán delicados y tiernos son

estos dones del verdadero amor de los pueblos y comprenderá la com-

placencia con que el Padre Santo los ha recibido y dispuesto que se colo-

quen donde todo el mundo los vea. Aseguro a Vuestra Majestad que yo

no pude pasar sin un recuerdo de 1866, que me arrancó lágrimas por delan-

te de aquellos tributos tan sencillos pero tan elocuentes de la lealtad y el

cariño de los súbditos al Soberano.

El Papa dijo la Misa el día 11 en San Pedro, sin aparato, como la

había dicho en igual día cincuenta años antes; la Iglesia estaba llena

y la plaza de San Pedro y las avenidas del Vaticano. Su Santidad dio

la comunión a más de cien personas, de los millares y millares que para

este objeto habían madrugado; los zuavos, y los que mayor fuerza de

puños desplegaron, consiguieron llegar a la primera fila y tomar la Euca-

ristía de manos del Padre Santo. De la misa en San Pedro, de la ben-

dición del día de Pascua y de la primera misa en 1819 envío por el

correo de hoy unas fotografías que no sé si tendrán la suerte de llegar

a manos de Vuestra Majestad. Dentro de esta carta va el último pre-

cioso retrato hecho de Su Santidad para que Vuestra Majestad lo vea

en su propio despacho y en la actitud de leer alguna de sus cartas de

que yo soy feliz conductor.

El día 12 fue el Papa a la Iglesia de Santa Inés, fuera de los Muros,

a dar gracias por el milagro de que años atrás fue objeto con ocasión de

un desplome de aquel antiquísimo templo que se remonta a los tiempos

de Constantino ; hoy es la Iglesia titular de nuestro Cardenal Barili .

El Papa fue literalmente por un camino de flores desde que salió del Vati-

cano. Las iluminaciones de las tres noches han sido brillantes; para ese

género de espectáculos no hay competencia posible con estos herederos

de la Roma de Augusto y de los Emperadores Flavios.

Comprendo bien el género de arranque de Vuestra Majestad cuando,

impulsada por el corazón, piensa en el viaje a España; pero estoy seguro

también de que la razón serena acaba por vencer poniendo de relieve los

inconvenientes y peligros de aquella resolución. Vuestra Majestad se irá

persuadiendo de que, por especial designio de la Providencia, sus agen-

tes más provechosos y decididos son los revolucionarios a quienes Dios

da el triste destino de los suicidas. Creí en un principio que pasaría nues-

tra España por un período de monarquía irrisoria de unos pocos meses;

ahora veo que la corona de Vuestra Majestad vuelve a Vuestra Majestad

sin ceñir otra frente por mucho ni por poco tiempo, aun en el concepto

de aquellos mismos que creyeron que en efecto se había caído la corona;

los que siempre la hemos reverenciado sobre la misma augusta cabeza no

tendremos motivo sino para dar gracias al cielo de que ha ahuyentado

cuanto antes la niebla que ofuscaba tantas inteligencias.

Temo que esta carta va excediendo ya los límites de lo razonable;

no me atrevo, pues, a entrar en descripciones que acabarían con la pacien-

cia de Vuestra Majestad. En su día la pondré a contribución con las pági-

nas de un libro sobre Roma en que empleo algunas horas de cada día. No

tema Vuestra Majestad el tormento de Amador de los Ríos (17); en mis

capítulos hay menos literatura y más sentimiento. Un libro escrito con los

ojos en Roma y el corazón en España, aun escrito por el último de los

aficionados al arte de escribir, ha de tener algo que interese (18).

Comprendo bien que no está humanamente en manos de Vuestra

Majestad disponer el viaje a Roma tan pronto como su deseo vivísimo le

inspira. Los asuntos de España toman un carácter que no permite el ale-

jamiento de Vuestra Majestad. Eso lo conoce bien el Padre Santo, y yo

 

procuro encarecerlo.

Irán al momento las candelas benditas (>9). Me permito recordar a

Vuestra Majestad las cartas de contestación a los Cardenales.

Deseo a Vuestra Majestad con su Majestad el Rey, y Sus Altezas

Reales mucha salud y próxima cumplida satisfacción. En tanto y siempre

reitero la expresión del reverente afecto y respeto profundo con que soy.

Señora,

A Sus Reales Pies de Vuestra Majestad su humilde súbdito

Severo Catalina (20)

Roma 14 de Abril de 1869.