Santa María Magdalena de Pazzi

SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI

Virgen

 

Vida

San Antonio María Claret tuvo una devoción especial a aquellas mujeres santas que, a pesar de vivir en el claustro, sobresalieron por el celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas que ardía en sus corazones. Una de ellas fue santa María Magdalena de Pazzi, cuya memoria celebramos hoy.

Esta gran mujer nació en Florencia el 2 de abril de 1566 de noble familia. Fue bautizada al día siguiente de su nacimiento y le fue impuesto el nombre de Catalina. Desde niña tuvo una especial sensibilidad por la vida sobrenatural y se sintió atraída al coloquio íntimo con Dios. Recibió una esmerada formación religiosa como interna en el monasterio de las Damas de san Giovannino. Recibió la primera comunión poco antes de cumplir diez años y días después se entregó para siempre al Señor con una promesa de virginidad. Al poco iniciará un éxodo por diversas experiencias místicas que le durarán toda su vida y le proporcionarán el nombre de la Extática.

El 14 de agosto de 1582 convivió por espacio de quince días en el monasterio de las carmelitas de santa María de los Ángeles, para conocer la Regla y comprobar si ésa llegaría a satisfacer su particular inclinación. La experiencia colmó sus más íntimos deseos y se decidió a ingresar allá. La motivó también sin duda el privilegio dado a las carmelitas, en aquel entonces y por concesión excepcional, de poder comulgar diariamente. El 1 de diciembre de 1582, sábado anterior al primer domingo de Adviento, traspasó Catalina para siempre los umbrales de la clausura y entró a formar parte de aquella comunidad carmelita de santa María de los Ángeles. Su deseo de asemejarse más «a su Esposo crucificado» fue complacido al tomar la decisión de dejar el mundo y entrar en el Carmelo, donde en 1583 recibió el hábito de la comunidad y el nombre de sor María Magdalena.

Al año siguiente se le manifestó una misteriosa enfermedad que los médicos declararon incurable. Las superioras resolvieron que hiciera cuanto antes la profesión religiosa. Esta se efectuó el 27 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad. Magdalena, llevada al coro, emitió para siempre ante el Señor sus votos de castidad, pobreza y obediencia sobre una camilla acomodada delante del Altar de la Virgen. Así inició su andadura como carmelita profesa con una vida entregada a la oración y a la penitencia. Quedó curada el 16 de julio del mismo año de 1584.

Desde el momento de su enfermedad tuvo inicio una intensa época mística, de la que procede la fama de los éxtasis de la joven religiosa. Se trataba de experiencias místicas, vinculadas a la recepción de la comunión eucarística, que duraban por espacio de varias horas.  También pasó por largos años de purificación interior, de grandes pruebas y tentaciones. En ese contexto se enmarcó su ardiente compromiso por la renovación de la Iglesia.

Se cuenta la anécdota de que el 3 de mayo de 1592, año en que le confiaron el oficio de sacristana, en uno de sus arrebatos místicos, corrió por todo el monasterio tocando la campana, llamando a sus hermanas de comunidad con el grito: «¡Venid a amar al Amor!». El grito de esta gran mística todavía hoy hacer oír su voz en toda la Iglesia, difundiendo el anuncio del amor de Dios por toda criatura humana.

Como Catalina de Siena, se sintió obligada a escribir algunas cartas para pedir al Papa, a los cardenales de la Curia, a su arzobispo y a otras personalidades eclesiásticas un decidido empeño para la renovación de la Iglesia, como reza el título de uno de sus manuscritos que las contiene. Fueron doce cartas dictadas en éxtasis, tal vez nunca enviadas, pero que permanecen como testimonio de su pasión por la Esposa del Verbo, la Iglesia. Tal fue su compromiso en la ardua empresa de la renovación de la Iglesia y particularmente de los religiosos.

Su dura prueba terminó en Pentecostés de 1590; pudo entonces dedicarse con toda energía al servicio de la comunidad, en particular a la formación de las novicias.

Santa María Magdalena no escribió nada por propia iniciativa, pero fue obligada por obediencia a poner por escrito cuanto espiritualmente le sucedía. Así se recogieron, dictándolas ella, sus confidencias más íntimas. Cinco libros conservan las principales revelaciones y doctrina de Magdalena: Los Cuarenta días, Los Coloquios, Las revelaciones e inteligencias, La prueba y Renovación de la Iglesia además de diversos avisos, sentencias y cartas familiares. Todos abundan en conceptos sublimes, sentimientos intensos, variedad de símbolos, llameantes oraciones,… a veces deja frases sin concluir.

Esta virgen carmelita es una de las más grandes místicas, extáticas y estigmatizadas de todos los tiempos. Después de casi cuatro siglos, su mensaje espiritual sigue siendo actual. Todo él gira en torno a lo que constituye el núcleo de cristianismo: Dios es amor y El amor es Dios, núcleo percibido con una claridad y evidencia extraordinaria. Pero ante la indiferencia y la ingratitud humanas, la Santa no pudo menos de dejar escapar de continuo un amargo quejido de dolor «¡El amor no es amado!». Por eso su más absorbente preocupación fue la de hacer amar al amor.

La vida de Magdalena fue muy dura, como un continuo martirio por los demás, por la Iglesia, a la que amó apasionadamente. Porque amor es dolor, Magdalena se abrazó toda su vida a la locura de la cruz, cuyas llagas llevó impresas en su cuerpo y se ofreció como víctima de amor por los pecadores, lanzando aquel grito jamás oído: «Sufrir y no morir». Su celo, que no tenía límites, le llevaba a gritar por los claustros de su monasterio de Florencia «¡Almas, Señor; dadme almas!». Su gran anhelo quedó plasmado en esta frase: «Jesús mío, dame una voz potente que la oiga el mundo entero: nuestro amor propio es el que nos ofusca vuestro conocimiento… El amor propio que es el contrario al vuestro, Señor… ¡Amor, haz que las criaturas no amen otra cosa que a ti!».

Su espiritualidad entroncaría en la espiritualidad carmelitana. Algunas páginas de sus obras, especialmente las que se refieren a la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad y al Verbo Encarnado, merecen no solo contar como trozos selectos, en alguna antología de místicos cristianos, sino también, como se ha escrito, en algún excelente tratado de Teología.

La enfermedad le hizo sufrir intensamente los tres últimos años de su vida. El 13 de mayo de 1607, Magdalena recibió el sacramento de la unción. A las dos de la tarde del viernes 25 murió. Junto a su lecho, sus hermanas religiosas rezaron el Símbolo de san Atanasio. Antes de dos décadas el Papa Urbano VIII la proclamó beata. En 1669, Clemente IX la incluyó en el catálogo de los santos. Su cuerpo incorrupto es meta de peregrinaciones constantes.

Santa María Magdalena de Pazzi permanece como una presencia espiritual para las carmelitas de la antigua observancia. Su influencia doctrinal en la espiritualidad y en la piedad, sobre todo en la Italia de los siglos XVII y XVIII, ha sido muy notable. El representante más famoso de esta influencia es quizá san Alfonso María de Ligorio, que la cita frecuentemente en sus obras.

Consideración claretiana

En su Autobiografía el P. Claret dedica párrafos a la figura de santa María Magdalena de Pazzi a quien erige como otro de los modelos inspiradores de su celo misionero. Tres eran los valores estrechamente unidos que se dieron en la Santa: su altísima vida espiritual, su celo por la salvación de los hombres y su resuelta entereza en acometer la reforma de la Iglesia. Es figura emblemática de un amor vivo que remite a la esencial dimensión mística de toda vida cristiana, siendo un don que cada generación redescubre: saber comunicar un ardiente amor por Cristo y por la Iglesia.

Al espíritu evangelizador del P. Claret le deslumbró sobre todo el celo. Por ello, no duda en recoger en su Autobiografía párrafos muy densos de ardor apostólico. Dirá de santa María Magdalena: «Difícil sería hallar un hombre apostólico que tuviese un celo más ardoroso por la salvación de las almas. Interesábase viva y muy tiernamente por su bien; le parecía que no amaba nada al Señor, si todo el mundo no lo amaba también. Oyendo los progresos que en su tiempo hacía la Fe en las Indias, decía que, si hubiese podido ir por todo el mundo a salvar almas sin perjuicio de su vocación, hubiera envidiado sus alas a los pajarillos del aire para volar por toda la tierra» (Aut 259).

Y luego, hablando de todos los que no son cristianos, añadía: «Si yo pudiese, a todos los cogería y los juntaría en el gremio de nuestra Santa Madre la Iglesia, y haría que ésta los purificase de todas sus infidelidades y los regenerase haciéndolos sus hijos, y que se los metiese en su amoroso corazón y los alimentase con la leche de sus santos sacramentos» (Aut 260).

Más adelante, vinculando a santa Teresa de Jesús con santa María Magdalena, escribe que por sus oraciones «se salvaron muchas almas, y se salvan aún por las oraciones de las monjas buenas y fervorosas. Yo por esto he sido muy inclinado a dar ejercicios y hacer pláticas espirituales a las Monjas (no a confesarlas, porque se me llevaban demasiado tiempo), a fin de que me encomendasen a Dios. A veces les decía que ellas habían de hacer como Moisés en el monte, y yo como Josué en el campo del honor, ellas orando y yo peleando con la espada de la divina palabra; y así como Josué (cf. Ex 17,11) reportó la victoria por las oraciones de Moisés, así la espero yo por las oraciones de las Monjas, y para más estimularlas las decía que después nos [re]partiremos el mérito» (Aut 263).

BIBLIOGRAFÍA

  1. DUBOIS, H. Práctica del celo eclesiástico, Madrid 1864.
  2. LÓPEZ-MELÚS, R. M. Santa María Magdalena de Pazzi. Su vida y doctrina, Castellón 1991.
  3. MARTÍNEZ, I. Los Carmelitas. Figuras del Carmelo, Madrid 1996.
  4. PUCCINI, V. La vita di Santa Maria Maddalena de Pazzi, vergine, nobile fiorentina, Venezia 1739.
  5. YUBERO, A. Santa María Magdalena de Pazzi, Éxtasis, amor y renovación. Revelaciones e Inteligencias, Madrid 1999.