PABLO SANCHO

PABLO SANCHO

Una de las pocas reliquias que conservábamos en Chile, avaloradas que fueron con el contacto de la- persona de nuestro santo Fundador, cuyas manos reverentemente besaron, y cuya palabra con tanta espiritual fruición oyeron, el P. Pablo desaparece de entre nosotros llevándose eso que no se puede comprar con las valiosidades presentes, por pertenecer a un pasado tan glorioso para nosotros y en el que todo era tan valiosamente cotizado por ser producto de personalidades, que tan poderosamente habían de influenciar en las futuras generaciones. Y aunque por tan sólo esto -fuera, producen al partir hondo pesar, como lo experimentan las familias cuando un accidente inesperado o una desgracia súbita arrebatan de su lado alguno de esos objetos, que no tienen _ otro mérito, muy grande por. cierto, que haber estado al servicio de seres venerandos, a quienes todavía se cubre con el respeto y cariño merecidos,

No es el P. Pablo uno de esos individuos de más brillante y celebrado apostolado, pero no ha dejado de realizar una tesonera e intensa labor, dentro del radio que le marcaban sus cualidades personales, extendido y dilatado de una manera considerable mediante su característica tenacidad con que proseguía cualquier asunto que tomaba a su cuidado.

Según él mismo nos cuenta, hasta los diez y ocho años de edad pasó en Sil pueblo natal, Fuenterrebollo, diócesis y provincia de Segovia, en donde había nacido en la noche del 29 al 80 de Junio de 1840, viviendo en la casa de sus virtuosos padres, Pedro Sancho y Jerónima Sacristán, quienes a la vez que trabajaban por trasladar al alma de su hijo los sentimientos y virtudes que en ellos dominaban, pusiéronle a su edad correspondiente en la escuela, donde fuera consiguiendo las primeras nociones de la religión y del saber, destinándolo, más tarde, a prestar la pequeña ayuda de sus brazos en las labores agrícolas a que su padre se dedicaba.

Por indicación de éste se resolvió el P. Pablo de una manera algo providencial, según él mismo confiesa, a ingresar en el Seminario de Segovia, a mediados de Septiembre de 1858, eli el que hizo los estudios’ de Gramática y cursó toda la Filosofía con regular aprovechamiento. Durante ese tiempo tuvo ocasión de tratar y conocer a nuestros Padres, quienes con los consejos que al oír las confesiones de los seminaristas le dieran, y con las exhortaciones que en sus predicaciones escuchara, fueron -despertando en el joven Pablo deseos de ingresar en nuestro Instituto y en Agosto de 1864 se dirigía a nuestra matriz de Vich, siendo las primicias que Castilla ofrendaba al Fundador de los Misioneros -que tanto y tan bueno ha trabajado en la ciudad de Segovia. Vich fue testigo de las primeras impresiones que, el espíritu del P. Pablo experimentó al encontrarse entre aquellos primeros Padres, que tanta virtud infundían porque tan perfectamente modelados se encontraban sobre la venerable figura de su Patriarca insigne; y algo de ese ambiente de patrística virtud saturado debió pegársele al primer novicio castellano, cuando ya el 8 de Septiembre de 1865 ofrendaba en manos del santo Fundador el sacrificio de su vida que mediante la profesión religiosa hacía a Dios incondicionalmente.

Feliz con la nueva filiación mariana, en la misma cuna donde a la Religión naciera, cursó los tres años de Teología dogmática, y en los primeros días del primer curso de Moral tuvo que abandonar su amado Vich, obligado por las difíciles circunstancias que en toda España se crearon con el destronamiento de doña Isabel II, y refugiarse al lado de su familia, con la que permaneció hasta Febrero del año siguiente 1869, que pasó a Prades, donde puso término a su carrera sacerdotal, recibiendo las tres órdenes mayores del señor Obispo de Perpignan, Dr. D. Esteban Ramodier.

Convenientemente equipado para la apostólica labor que persigue nuestro Instituto, pasó a Thuir algunos meses en espera de la orden que le señalara el lugar dónde debería poner a disposición de sus prójimos su inteligencia, corazón, espíritu y energías corporales, pues con todas ellas tenía obligación sagrada de servir a Dios en la salvación de las almas. Cuando en Abril de 1872, la voz que marca a cada apóstol el camino que debe seguir en la evangelización de los pueblos, señalaba a nuestro Pablo la República de Chile, donde llegaba el 22 de Mayo del mismo año, en compañía de cinco Padres y cuatro Hermanos Coadjutores. 

La casa de Santiago, que fue el lugar de su primer destino; aprovechó muy luego su concurso -para ayudar a los que en esta República se contaban tan pocos para el inmenso campo que se les confiaba misionar; y en los tres años escasos que alcanzó a permanecer en dicha casa, fueron muy útiles los ser„ vicios que prestó en el trabajo de las Misiones, recorriendo gran parte de la archidiócesis.

Pero el principal campo donde el P. Pablo ha realizado su misión apostólica ha sido La Serena, adonde fue destinado en Marzo de 1875, y en donde, con pequeños intervalos de algunos meses, ha permanecido hasta su muerte, pudiéndose decir que ha pasado en esta casa cuarenta y tres años.

Durante los cinco primeros, como buen soldado de línea estuvo siempre en la brecha, tomando parte en lo fuerte de las Misiones, que en aquel entonces eran como trabajos de romanos, recorriendo íntegra toda la vasta diócesis, en el único medio de comunicación, el caballo, sobre el cual tenían que pasar días enteros a causa de las distancias, dejando oír su voz en todas las parroquias y capilla de pueblecitos y haciendas, y en las que debió desempeñar bien el puesto que le confiaron, cuando todavía nos lo recuerdan, a través de tantos años de distancia, al visitar nosotros esos mismos lugares por el Padre Pablo misionados.

Intensa era la labor que el P. Pablo en las Misiones realizaba, catequizando niños, visitando enfermos a muy largas distancias, buscando por las apartadas viviendas de los campesinos asuntos concernientes al bien espiritual de sus almas; pero desde el año 1880 tuvo que retirarse de ese apremiante trabajo, a causa de las indisposiciones de estómago que le molestaban bastante, y si bien fue saliendo a varias Misiones, quedó ya más de fijo para atender a los servicios de la ciudad. En ésta ha ejercitado un verdadero apostolado en todos los asuntos y negocios que pudieran beneficiar de alguna manera a los prójimos: trabajó con abnegación y constancia por favorecer las vocaciones al Seminario de esta diócesis, y fueron varios los que en él colocar, pasando por todo y venciendo cuantas dificultades parecían querer estorbar su obra; él cuidaba de su dirección espiritual, y entre amigos y bienhechores buscaba lo necesario para costearles la carrera, logrando de esa manera formar una porción de Sacerdotes que hoy día ocupan los puestos más importantes de la diócesis. Más tesonero y constante fue en su trabajo de confesonario, en el que ha estado dirigiendo gran parte del clero de la ciudad desde largo tiempo, y hasta sus últimos días era reclamado por varios miembros. del Cabildo y Seminario; en el que formó, en una virtud austera, bastantes prestigiosos elementos de la sociedad, tanto señoras como caballeros, cuyas familias le han conservado profunda gratitud y aprecio, y en el que procuraba favorecer con sus consejos y exhortaciones en todos sus asuntos y negocios a cuantos se confiaban a su dirección y cuidados. Esta labor realizada por el P. Pablo era conocida y apreciada en toda la ciudad, y después de su fallecimiento ha sido reconocida y celebrada por la Prensa local, la cual, haciendo justicia a la verdad, alcanzó a decir que todos podían llamarlo su Padre, porque de una manera o de otra todos habían sido por él favorecidos.

A todo esto podríamos añadir el interés que merecía para él todo lo que se relacionara con la Congregación y el empeño con que procuraba favorecerla, como lo prueba la propaganda que hizo de nuestro santo Fundador, cuando recién lida su vida se dedicó a recorrer, calle por calle, la ciudad entera para que en todas las casas se leyera y se comprara; el tesón con que trabajó por formar la valiosa colección de minerales, que nuestro Colegio de Segovia, recién constituido el Noviciado de Castilla; el celo con que procuraba de diversas maneras recaudar limosnas para ayudar a los gastos de nuestros Colegios y Noviciados; y después, la fidelidad regular con que procuraba cumplir dentro y fuera de casa la santa regla, y aunque esto no brillara tanto a los ojos de los que con él vivían; no era porque en realidad no existiera, sino porque ciertas mañas que él se daba para conseguir a la postre que se llegara a lo que él deseara, y su geniecillo algún tanto en, lo exterior agriado, que lo hacía a las veces descomponerse con quien trataba y otras cosas de parecido jaez, le hacían perder delante de sus hermanos parte del prestigio que realmente irradia la virtud, pues siempre los hombres atajados con lo que sus ojos descubren, no se quieren poner a adivinar lo que oculto se halla en el corazón.

Así vivió el Rdo. P. Pablo hasta sus últimos momentos se puede decir, pues hasta muy pocos días antes de su muerte viajaba con su paso corto por dentro y fuera de casa con el rosario en la mano por ser ya la única oración que hacía; y sin enfermedad ninguna formal, sino algo adolorido por la vejez, se fue quedando en cama, y perdiendo el apetito, hasta que el 20 de Octubre, fortalecido con todos los Santos Sacramentos, preparado con la recomendación del alma, se durmió plácidamente en el Señor, partiendo a recibir el premio de sus trabajos.

En sus funerales oficiaron como testimonio de gratitud el Ilmo. Sr. Obispo titular, Dr. D. Eduardo Solar Vicuña; el Canónigo D. Diógenes Porres, y el Rector del Seminario, ilustres penitentes del finado: asistieron con la Comunidad varios Sacerdotes, miembros de las Comunidades religiosas, caballeros y numeroso público.

Mariano Cidad, C. M. F.