Pablo Desantiago

  1. Pablo Desantiago Gallo

(1.891 – 1.941)

Septiembre 3 de 1.941 – Santo Domingo de la Calzada

Las promociones actuales no saben ni imaginan quién fue en sus días y en nuestra Provincia el P. Pablo Desantiago. Fue, sencillamente, el rey de nuestros oradores y predicadores. Un coloso de las misiones. El sacerdote más eucarístico que hemos tenido.

Es conveniente perfilar bien su figura y destacarla por justicia y para ejemplaridad.

 Nació en Villamañán (Provincia de León) el 9 de Julio de 1.891.

Predicaba en Villamayor de Campos, por tierras de Zamora, aquel otro aventajado misionero que fue el P. Damián Janáriz. Y un día don Eleuterio, notario, después de ayudar a misa al P. Damián, le preguntó directamente: “¿Le parece a usted si valdría mi hijo para misionero?”

El Padre lo examinó, le conversó y lo animó. El niño Pablo era despejado, educado, sano, elegante, de finos modales y piadoso. Y a poco se fue al postulantado de Segovia donde educaban y formaban misioneros tan acreditados por su santidad, su sabiduría y su pedagogía como los Padres Burgos, Casanueva, Guevara, Arumí…

Años de humanidades en Segovia y Valmaseda; noviciado en Segovia bajo la dirección atinada del P. Guevara. Para profesar el 8 de Septiembre de 1.907.

Estudios de filosofía en Beire y de Teología en la Calzada y la unción sacerdotal el 27 de Junio de 1.915.

Y apareció el orador, o mejor dicho, el soberano ministro de la palabra divina. Fue en Aranda de Duero, entonces cenáculo de los apóstoles cordimarianos, donde el P. Desantiago recibió el espaldarazo de misionero, que ya habría de guardar por vida hasta su muerte. Murió en plena predicación de la novena cordimariana.

Dejemos que el P. Janáriz cuente la primera salida…

«La primera misión que dio fue en mi compañía, en Villaescusa de Roa, Provincia de Burgos y diócesis de Osma. Se portó muy bien como perfecto misionero y excelente compañero, dando a entender lo que había de ser en el correr de los tiempos. Predicó las pláticas en el ejercicio de la mañana y los doctrinales en el de la noche. Ejecutando todo con expedición y muy a satisfacción de los oyentes. El día que fuimos a Villaescusa estaban los campos cubiertos de nieve, soplaba fuerte viento y caía grande helada, dejando los árboles cubiertos de escarcha, que parecían florecidos. Desde la estación de Roa nos condujeron en un carro sin toldo y muy incómodos asientos. Me daba lástima ver al Padre cómo sufría, y al dirigirle algunas palabras de aliento me contestó animoso y satisfecho: «No sufra ni se preocupe por mí, que voy contento de poder padecer de esta manera en mi primera misión y poner así sólidos fundamentos en mi vida apostólica». Después de muchos años, cuando volvió a Aranda, recordó con satisfacción lo sucedido en su primera misión. Y tal recuerdo constituye uno de los lindos capítulos de sus «Impresiones Eucarísticas» dedicado a su compañero de misiones el P. José López, que era nativo de Villaescusa de Roa…

¿Por qué a este superdotado, que desde sus mismos años de estudio se perfilaba como orador espléndido, lo envió el P. Alsina al Chocó? Presiones hubo para que lo dejaran en España y así lo había determinado ya el P. General. Pero el P. Pablo soñaba con ser misionero entre infieles y se ofreció voluntario al P. General. -“Se va para el Chocó, pero despídase del púlpito…” «Pero bien se ve -concluye el Padre- que ni siquiera eso» pues era el gran orador de los quibdoseños, y como decía un misionero del Chocó, los enseñó muy mal y ya no admitían otra voz en las grandes solemnidades.

El 10 de Julio de 1.916 entraba con pie ungido de evangelista en el Chocó que no abandonaría hasta Enero de 1.922, salvo una breve interrupción en 1.917, cuando para salvar su vida, atacada del terrible beriberi, hubo de trasladarse a Cartagena. En Diciembre regresó totalmente repuesto. Su labor principal -según dice el Informe- se desarrolló en Quibdó. Casi sin interrupción desempeñó cátedras en el colegio oficial, mientras ayudaba en la parroquia, ya en el catecismo, ya en la dirección de la revista «La Aurora», donde lucía su pluma bien afilada, ya en el púlpito que era su gran dominio. Alguna vez salía a los caseríos cercanos a celebrar y explicar la doctrina.

La estadística de sus ministerios en el Chocó apunta: 647 bautismos, 40 matrimonios, 410 confirmaciones.

«En el Primer Congreso Mariano Nacional en Quibdó, los sermones del Triduo, relata el Informe, estuvieron a cargo del P. Desantiago. Al anochecer el Triduo resultó imponente y la palabra elocuente y armoniosa del P. hizo de las glorias de María un ramillete de arte y poesía. En la Misa campal, patético y solemne, supo elevar muy alto su palabra en la inauguración del imperecedero monumento… Y para cerrar las fiestas, relatando los inmensos dones de María, fue realmente el último canto del cisne».

A fines de 1.921 sale del Chocó, destinado al Colegio Zipaquireño de San Luis, en donde pudo prolongar su apostolado docente y desplegar su prosa magnífica como director de la Revista «Ideales» desde su fundación en 1.922 hasta 1.925 en que cedió el puesto al P. Eleuterio Nebreda. A poco empieza su vida de misionero itinerante por toda Colombia, envolviéndola en las lumbres de su elocuencia y en las llamas de su apostolado. Era excelente en todo género de predicaciones: el sermón, el panegírico, el novenario, la plática o la catequesis. Deslumbraba por el brillo de su palabra, pero alumbraba y encendía. «Le oí -recuerda el P. Villarroya- unos ejercicios a sólo hombres en la Catedral de Medellín. Asistían en número de 4.000 llenando la vasta Iglesia. Los sermones eran por la tarde y duraron una semana. La víspera de la Comunión General estuvimos confesando hasta las 11 de la noche. Al regresar a casa, acompañado del P. Germán Montoya, Párroco de la Catedral, tuve la curiosidad de preguntarle cuántos sacerdotes estaban confesando y me dijo que eran 22».

Antes de puntualizar algo más su historia como orador sagrado adelantemos unos juicios sobre sus dotes y recursos. Dice un testigo:

«Se dieron en él cita un conjunto de cualidades de orden físico, intelectual, moral y afectivo, que raras veces se encuentran en un solo sujeto. Su presencia era verdaderamente egregia, su fisonomía simpática y atrayente, su voz timbrada y de modulaciones sueltas e insinuantes, que llegaban al alma de quienes le oían. Unía a todo ello, (a pesar del régimen vegetariano, que siguió con un rigor y una exactitud rayana en el heroísmo por los sacrificios de sus gustos que le hubo de costar), una resistencia férrea que le permitía predicar casi a diario cuatro, cinco y hasta ocho o diez veces, siempre con la misma naturalidad, con la misma entonación, como si estuviera completamente descansado».

Empalmaba las predicaciones una con otra ininterrumpidamente en partes muy distantes entre sí, sin descanso ninguno, aunque hubiera pasado la noche en el tren, casi siempre en tercera, para subir al púlpito en cuanto bajaba. A pesar de eso, nunca dio muestras de cansancio. Y así no un mes, ni dos, sino varios años enteros.

A estas cualidades de orden físico juntaba otras de orden intelectual muy notables. En la manera de exponer los asuntos que trataba en sus sermones se echaba de ver en seguida al hombre que había estudiado y leído mucho y que había asimilado sus lecturas. La originalidad con que trataba siempre sus temas denunciaba una inteligencia en pensar por cuenta propia que no se contentaba con decorar lo que había leído, sino que le daba un matiz propio y característico.

El Señor le dotó también de una voluntad enérgica y firme con que supo vencer las más arduas dificultades. En el cumplimiento del deber por nada y por nadie cedía nunca.

Pero entre sus cualidades naturales, la que más resaltaba en el Padre Desantiago era su uso del don de la palabra. Daba gusto oírle hablar. Manejaba el lenguaje y las ideas con una soltura, con una fluidez y con una elegancia y unción que deleitaba y conmovía. Para predicar apenas necesitaba prepararse, y más de una vez cambió el tema de sus sermones a ruego de otras personas que deseaban hablase de determinados asuntos, sin que nadie notara su falta de preparación inmediata, con pasmo de las personas que lo sabían. «Todo hablaba en él a las almas, ase gura el Padre Ildefonso Martínez: su voz metálica y unciosa, su gesto noble y elegante, su actitud siempre digna y acompasada, su estilo suelto con cierto resabio americano…, en fin, su trato simpático y su conversación amena era una cadena con que encadenaba las almas y las atraía fuertemente hacia su persona».

Oigamos al P. José López, otro de nuestros grandes misioneros populares:

«En Rionegro, de Santander del Sur, de 28.000 habitantes, tuvimos que dividir la Misión, en Misión para hombres solos y para mujeres; la Iglesia era relativamente pequeña. A la entrada nos recibieron con silbos y alaridos; pocos días después nos armaron un escándalo de padre y señor mío; a todo esto respondió el P. Desantiago con más oración, paciencia, mansedumbre, constancia, sin dejar por eso la labor evangélica. Fruto: al fin de las dos Misiones contamos 151 matrimonios arreglados y aquella población entregada al vicio y a la corrupción y a la vagamundería, que llevaba sobre sí el estigma de la Santísima Virgen porque años atrás se había profanado el cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, acribillándolo a cuchilladas; Rionegro, ese pueblo relajadísimo, alejado de Dios, de la Eucaristía, al escuchar las alocuciones eucarísticas en las comuniones generales, declamadas por el P. Desantiago, prorrumpió en gritos ensordecedores de dolor, de arrepentimiento, de expiación; y con el fin de reparar aquel brutal atentado y borrar la mancha sacrílega, se comprometieron todos los habitantes, como por voto, a costear otro cuadro artístico lujosísimo; coronar las sienes veneradas del Hijo y de la Madre tan soezmente vejados, con diademas de oro… Jamás he visto pueblo tan emocionado y compungido».

Apóstol incansable de la divina palabra, llamado por el Padre Trillos a Bucaramanga, ciudad de 70.000 almas, dejó el nombre de la Congregación sobre todas las Ordenes Religiosas. Existen en la ciudad dos Parroquias, la de la Sagrada Familia, levantada de planta por el Sr. Párroco citado y que por su grandiosidad merece el nombre de Basílica, y la de San Laureano, iglesia única por varios siglos en Bucaramanga, estilo colonial…

Aquí fue donde se abrió la Misión primero. La asistencia de sólo niños se calcula en 3.500. El entusiasmo por escuchar al P. era indescriptible, el concurso inmenso, el fruto copiosísimo. De todos los pueblos limítrofes acudieron los Sacerdotes a oírle y a ayudarnos a confesar. De hombres y caballeros, sólo dejaron de asistir los enfermos. La concurrencia se componía de todos los matices políticos, incluyendo a los más empecinados en la secta masónica y en el comunismo. Nos volvían locos aquellas filas interminables de hombres asediando los confesonarios. Hasta las once de la noche y una de la mañana estábamos segando la mies. ¡Qué bendición! ¿Y el orador en qué se ocupaba? Los ejercicios por separado a hombres, señoras y señoritas y los sermones de máxima corrieron a su cargo. Luego de haber descansado unos minutos, sentábase con los demás en el confesionario a recolectar la mies.

En Medellín, de 150.000 almas, le encargaron los retiros a sólo hombres en la Catedral. Cuando mil hombres llenaban la Catedral, 22 sacerdotes confesaron hasta las once de la noche, afirmó el párroco.

Varios años han transcurrido y todavía está fresca en la memoria de todos la figura del orador más elocuente que subió a aquella cátedra.

En 1.932, el Sr. Obispo de Pamplona le encargó una misión en la Capital…, que formara época…, pues las circunstancias porque atravesaba entonces aquella región eran delicadas…

“Ya en el carro conductor, que debía ser de los buenos, levantó la voz el P. y dijo: «En el nombre de Dios y de la Santísima Virgen, que tenemos que navegar muy duro». Al anochecer entrábamos en Capitanejo, pueblo, en que un año antes hubo una serie de muertos alevosamente. Aquí nos esperaba el carguero con las bestias que habían de conducirnos en tres jornadas a Pamplona. ¡Qué jornadas, Santo Dios! Afortunadamente los señores Párrocos que encontrábamos al paso nos facilitaron cuanto estaba de su parte para que el viaje se nos hiciera algún tanto más llevadero”.

“Después de la primera jornada, andando, andando, cabalgando, cabalgando, pusimos pie en el Páramo llamado el «Almorzadero», guarida de bandoleros en donde se han perpetrado asesinatos sin cuento, robos, atracos, actos de bandidaje inauditos. Antes de dar un paso más nos salieron al encuentro los agentes del retén de vigilancia. Cortésmente nos saludaron asegurándonos que estaba el páramo limpio de bandidos. Nos calábamos las monteras a la cabeza, precaución necesaria para evitar malignos catarros auriculares, y a medida que nos íbamos internando divisábamos los vericuetos de aquellos solitarios y temerosos albergues de los hombres fieras que día y noche acechan la presa”.

“La niebla y llovizna casi continuas, el frío intenso de aquellos parajes convidan a permanecer mudos y encogidos y abrigados hasta las cachas. Los ángeles del cielo fueron testigos de las plegarias ardentísimas, de las partes del rosario que, en el espacio de hora y media o dos horas, dirigimos al Señor y a la divina Madre, hasta divisar el otro retén de guardia, término del peligroso páramo. Al atardecer, pernoctamos en Chitagá; y, celebrada la Santa Misa, al siguiente día reanudamos la última jornada, hasta encontrar la carretera. Nos esperaban allí los RR. Curas Párrocos, altas personalidades del clero y autoridad civiles. Treinta kilómetros en auto y estamos en Pamplona”.

“Unos kilómetros antes de llegar, ya divisamos las vanguardias de Cristo: los niños aclamando a los Misioneros; más cerca de la ciudad gentes de todas las clases sociales; luego la Cruz Parroquial alzada, los Colegios… Semejante recibimiento hacía presagiar en perspectiva el más grandioso éxito, como así fue y no podía imaginarse, a pesar de la guerra que Satanás y sus secuaces hicieron al principio, al medio y aun después de terminada la Misión. Sólo el último día de la Misión para los hombres, había ocupados 14 confesonarios que desde la una de la tarde a la una de la mañana, acompañados del santo Prelado, oían las confesiones de los arrepentidos. A las cuatro de la mañana del último día, la Catedral vióse ocupada por señoritas y señoras quienes oyeron la Santa Misa y comulgaron preparadas por el Ruiseñor de la Eucaristía. “A las siete había sido ocupado el santo recinto por los caballeros. 5.000 Hostias consagradas se distribuyeron. Sólo en ese día y en la Catedral se calculan en más de 10.000 almas las que se acercaron al Divino Banquete”.

En Santa Rosa de Osos, Departamento de Antioquia, sede episcopal, predicó otra Misión de gran envergadura. Se calculan en unas 29.000 almas y las comuniones distribuidas se acercaron a las 50.000.

“Otra de las misiones cumbre fue la de Pereira, ciudad moderna de 60.000 almas. La misión era radiada desde el principio hasta el fin. La asistencia del templo era de unas 7.000 almas. Escuchaban la misión más de 70 haciendas que tenían radio y no era raro, después determinar la misión, tomar el auto y venir a confesarse. ¡Qué exitazo! ¡Qué de empujones de la gente para ser los primeros en confesarse! Levantaban en vilo los confesonarios; hacían astillas las barandas del comulgatorio… Gracias que pudimos salir con vida de tanto trabajo”.

“Pruebas y contradicciones. No tuvimos misión sin que el demonio rabioso de tanto éxito, atentara de una manera o de otra para frustrarlo”.

“En Pamplona fue donde desencadenó todas sus furias. Al propio tiempo que se tenía el acto de apertura, los sectarios se reunían en un conciliábulo para impedir por todos los medios la misión, concibiendo en endemoniado proyecto eliminar al P. Desantiago, asesinándole. Al efecto se buscaron tres bandidos de certera puntería y les pagaron doscientos pesos a cada un o. Pero Dios, que vela por los suyos, permitió que asistieran algunos elementos más moderados a aquella infernal sesión, los cuales, al oír semejantes maquinaciones, se levantaron protestando que de ninguna manera darían su voto para perpetrar semejante crimen. Saliéronse del contubernio, regaron el cuento por el jefe del Ejército y por pro-hombres de significación católica y fue esto bastante para que se levantara de entre el elemento civil la policía secreta encargada de vigilar a los asesinos por una parte y de custodiar a los Padres por otra. Desde entonces la Casa Cural estuvo secretamente vigilada y cuando teníamos que salir para la Catedral nos acompañaban numerosos católicos bien armados. En todas las bocacalles encontrábamos corrillos dispuestos a vender caras sus vidas. Advierto que le podían haber asesinado en cualquier instante, pues a las cuatro de la mañana salía todos los días hacia la Catedral para celebrar Misa y dar retiro a las sirvientas que en número fabuloso asistían a escuchar la divina palabra. Siempre hubo su víctima y ésta fue el Párroco de Bochalema con su papá, traidoramente acribillados a balazos. Los cadáveres fueron trasladados a Pamplona donde se les tributó un homenaje grandioso. El P. Desantiago tenía que dirigir la palabra a más de 8.000 hombres que asistieron al sepelio. ¡Qué discurso! Breve sí, pero cálido, apostólico, ofreciéndose a derramar la sangre por la conversión de aquellas almas ciegas… La prensa impía tergiversó las ideas y las palabras del Padre. El Señor Gobernador tomó cartas en el asunto. El Alcalde fue ignominiosamente destituido, y los Padres Misioneros el blanco de las furias de aquellos pocos que habían jurado exterminarnos”.

“Habíamos determinado marchar a Cúcuta a predicar unas Cuarenta Horas; pero nos aconsejaron que desistiéramos de ello, pues en el camino nos tenían tramada la asechanza. El Padre Desantiago quería a todo trance ir; pero como el Superior de la Misión era el infrascrito, después de oír al Comandante de la Plaza y al honorable Cabildo, con el Excmo. Sr. Obispo, me decidí a cambiar de dirección, saliendo a las cuatro de la mañana con rumbo a Bogotá, escoltados por 5 soldados que subieron a nuestro carro con las carabinas montadas y listas…»

Orador Académico

Fue también, cuando el caso lo demandaba, el orador de los más selectos auditorios y para las más altas ocasiones. Recordemos la oración fúnebre de la Reina María Cristina, que pronunció por encargo de la Embajada Española y que mereció los elogios de la Revista El Mensajero, de los Padres Jesuitas; la oración fúnebre en el centenario del presidente y literato don José Manuel Marroquín; los discursos en los centenarios del Concilio de Efeso, de San Luis Gonzaga, de San Agustín y San Francisco; los sermones de alto vuelo sobre el Corazón de Jesús o Cristo Rey en el templo de San Ignacio; sobre don Bosco y la Auxiliadora, en la iglesia de los Salesianos, o sus arengas a los soldados de Colombia cuando se bendecía su bandera o marchaban a la frontera colombo-peruana. Y es claro que mientras él estuviera en Bogotá a él se reservaban los panegíricos más comprometidos en nuestro templo del Voto Nacional. Volaba entonces muy alto esta águila soberana.

También las comunidades religiosas lo reclamaban y en los conventos de clausura su huella quedaba permanente por su doctrina sobre la vida interior; sobre la devoción mariana que él vivía con intensidad en la órbita del Padre Grignon de Montfort, o de la esclavitud de amor, o sobre la Eucaristía que era su atracción suprema.

No es desdeñable su aspecto de escritor, ya conocido por sus colaboraciones en La Aurora de Quibdó que dirigió y en gran parte marianizó; en Ideales, de Zipaquirá y en El Voto Nacional, de Bogotá. En esta revista empezó en 1.927 la sección «Impresiones Eucarísticas» en que hablaba de lo que llevaba redundante en su corazón. La sostuvo hasta 1.934 y finalmente las recopiló en volumen de 266 páginas editado por nuestra imprenta bogotana y dedicado a Monseñor Pablo Giobbe, Nuncio Apostólico, su gran amigo que en varias ocasiones le encomendó delicadas diligencias.

Uno diría que este libro recopila y revela, más que «impresiones», vivencias muy hondas y fuertes. Iluminaciones, sacudidas, chispazos de Eucaristía que ha vivido en sus misiones, sus lecturas, sus recuerdos, sus diligencias, y dilecciones. A veces lindas historias, a veces erudición, a ratos glosa lírica de enamorado de la Hostia. Por el ojeo de esas páginas puede uno saber por dónde andaba o misionaba el Padre y qué vivencias eucarísticas le ha suscitado un acontecimiento de la Iglesia, de Colombia, de la Congregación, de algún corazón también eucarístico…

Escribe un literato esmerado y pulcro, y ello se advierte; pero por encima de todo un sacerdote enamorado de la Eucaristía.

Años adelante, ya en España, publicó Siembra Eucarística, en lindo volumen de 358 páginas, que le presentó con su pluma de clásicos destellos el P. Tomás de Echevarría. Es también de su cosecha el libro «Remembranzas de la Villa de Leyva» que de seguro se le hizo simpática por sus trazas de vieja ciudad castellana y que trae carta-prólogo del Dr. José Joaquín Casas, historiador, prosista y poeta de alcurnia y excelente amigo de nuestros Misioneros del Voto, en particular del P. Pueyo.

Hablando de «Siembra Eucarística» discurre así su atildado prologuista:

«Ahora, este digno hijo del Beato Padre Claret, sin saber qué sea dormir -ni sobre laureles siquiera – ha descolgado su valiente pluma eucarística de otros tiempos: y no ya para redactar artículos volanderos, destinados a morir en el ocaso del sol que los vió nacer, sino en forma más seria, con carácter más duradero, bajo modalidades más estables, cuales son las de toda publicación libresca, amplia y vertebrada. Así ha querido él poner en nuestras manos su hermoso libro último, «Siembra Eucarística». Hay, en su contenido, raudal sonoro de labor novísima, como también remanso transparente y sosegado de rendimiento antiguo. Lo uno y lo otro, no obstante la diferencia de edad, participan de idéntico aire de familia, por línea paterna; con lo que dicho se está, que trascienden a divino sabor eucarístico, que deleita y conforma soberanamente.

¡Bienvenido sea el nuevo trabajo, que brinda al público la envidiable laboriosidad apostólica de nuestro querido hermano; y Dios haga que el fruto responda, con creces, a la sementera magnífica que su esfuerzo representa!

Desde luego, en sus animadas páginas, cosechará el orador sagrado más de un pensamiento cumbre que amplificar en sus profesionales compromisos; leyéndolas, avivarán los simples fieles las brasas encendidas de su fe y amor eucarístico, que son fuego de vida en el corazón; las familias religiosas, dadas a la consideración de las verdades cristianas, hallarán aquí un como breviario o manual aventajado para sus meditaciones y lecturas espirituales; en fin, (o mucho nos ciega el cariño), hasta el aficionado a galanuras y elegancias de estilo y lenguaje ha de cosechar, por estas sembraduras, flores bellísimas que por su hermosura le encanten y con el tesoro de su aroma celestialmente lo embriaguen…»

Delegado al Capítulo General de 1.934

La Provincia de Colombia lo escogió como elemento de lujo para que, con el P. Villarroya, la representaran en el Capítulo General en que resultó nombrado como Superior del Instituto el famoso canonista Felipe Maroto.

El 1º de Enero de 1.934, el P. Desantiago escribía desde Bogotá al P. Domínguez que entonces misionaba en Agua de Dios:

«No sabe cuánto le agradezco su carta del 27 de Diciembre pasado, como felicitación por nuestra «exportación» capitular. A los casi 18 años de nuestra salida, no viene mal un regreso”.

“S.R. ha adivinado la idea que me ha dominado íntimamente desde que he dado principio remoto a algunos preparativos de viaje. Le acabo de escribir al P. Gorricho diciéndole: «lo profano de España nada me interesa; de lo político algo por lo que tiene de actualidad católica; de lo periodístico y social, mucho; de lo eucarístico y mariano, todo…»

“Quiero sacarle el jugo a este viaje principalmente para empaparme de ciertos asuntos de la Eucaristía. Si puedo, reposaré en Zaragoza, para beber el agua de los Jueves en su fuente. Quisiera comunicarme con el magno apóstol, Sr. Obispo de Oviedo, el que trajina en la implantación de la «Adoración, real, perpetua y universal», la empresa más luminosa que hasta ahora se ha emprendido para establecer el reinado de Jesucristo en el mundo…”

“En fin, ruegue para que estas ideas se realicen, que a todos nos tocará el resultado, nos repartimos las ganancias”.

Lo de la «exportación» con comillas del Padre, resultó profético. No regresó el P. Villarroya, tampoco el P. Desantiago.

Por una parte, sus compañeros y familiares le rogaron que permaneciese en España una temporada pues deseaban aprovechar sus dones y brindarle ese cambio de aire, de auditorios, de escenarios. Y sucedió además que de parte del gobierno izquierdista de Colombia en esos días, encontró el veto para el retorno.

Por indicación del Nuncio Monseñor Giobbe, el Padre había subido a la palestra de la prensa a refutar las ideas y las posiciones laicistas de un encumbrado personaje del Ministerio de Educación. Se armó la polémica y al fin el político salió «con aquello de que un extranjero no tenía por qué intervenir ni mezclarse en los asuntos de Colombia». Los asuntos del espíritu y de la fe, le respondió el P. Desantiago, no tienen fronteras. Pero lo cierto es que al pedir la visa para su regreso, le fue negada. Y ya en España estaba comprometido para meses enteros de predicación. Hasta el punto de que el atildado y rozagante escritor Tomás de Echavarría, en la introducción a «Siembra Eucarística», decía: «Mucho y muy escogidamente debió de trabajar en Colombia, donde tan popular es su nombre; pero creemos que lo que está labrando entre nosotros a la hora presente le supera en cantidad y calidad. Basta decir que no hay en España fiesta, asamblea, conmemoración, acontecimiento eucarístico para donde no se agencie su voto, se negocie su concurso, se solicite su presencia. Año hubo en que, materialmente buscado, disputado, estrujado para empeños de este linaje, vióse en la precisión de predicar hasta mil sermones, según reiterada confesión propia. Así es de competente, de activo, de fervoroso el P. Desantiago, cuando de empresas eucarísticas se trata».

Misionero en España

Refiriéndose ya a sus faenas en España acuden los testimonios de sus compañeros de andanzas y predicaciones. «En las misiones, -corrobora el P. Ursa, era más amigo de sembrar que de aparentar infatigable, algo débil en los sermones morales, le vi fascinante en las conferencias».

En Cayes y Lugones (Asturias), el exitazo con los hombres fue enorme. Cuando las Damas Catequistas comunicaron al Señor Obispo (lo era entonces el después Cardenal de Tarrogona Dr. Arce), la marcha de estas dos misiones, no quiso creerlas sin ver el prodigio por sus propios ojos; (téngase en cuenta que eran centros sustancialmente obreros), y se convenció de ello acudiendo dos días a la primera y uno a la segunda y más cuando se le rogó enviara diez o doce Sacerdotes para confesar hombres, lo que hizo de buen grado…. No es extraño que cuando a los pocos meses de llegar a España tuvo necesidad de ser operado de apendicitis, apenas se supo esta circunstancia en Colombia, llovió un sinnúmero de telegramas al domicilio de su madre.

En la Peregrinación de los Jueves Eucarísticos de España a la Virgen del Pilar, en el mes de Mayo de 1.940, recuerda el P. Janáriz, le invitaron a predicar y contestó que compromisos ineludibles le impedían complacerles. Tan grande fue el empeño, que el Sr. Director General de los Jueves se comprometió a sacarle todos los encargos… Lo consiguió y con gozo de todos; el P. Desantiago hizo el discurso de presentación y ofrenda de los peregrinos juevistas, el tercero de los sermones del Triduo celebrado en la Basílica, más una conferencia a los Sacerdotes, Religiosos y Directores locales y diocesanos que habían acudido a Zaragoza.

“Rayó tan alto en esta conferencia, que viendo el Sr. Director General el gozo y satisfacción con que había quedado el distinguido auditorio, subió a la Tribuna…, abrazó al P. Pablo, lo elogió, le dio las más expresivas gracias y le proclamó el Predicador por excelencia de los Jueves Eucarísticos de España, aprobando todos el hecho con estrepitosos aplausos. Estuve en Zaragoza en estos días y presencié lo que acabo de escribir».

En su fogoso libro «Siembra Eucarística» quedan recogidas estas intervenciones vibrantes del P. Desantiago, que dichas por él y como él sabía, causaron sensación en esa España de los arrogantes y formidables oradores.

Distintivo de su carácter misionero, entre otros que señalaremos al enmarcar su vida interior, fue éste señaladísimo de la actividad incansable y dinamismo claretiano. «Llegó a dar hasta tres tandas de Ejercicios a la vez; los sermones que predicó son incontables: en un sólo año habló en público 1.200 veces…» De una su agenda particular tomo estos datos de 1.940: «Enero 57; Febrero 167; Marzo 108; Abril 68; Mayo 33; Junio 37; Julio 38; Agosto 23; Septiembre 100; Octubre 76; Noviembre 33″; ¡Buena muestra! comenta quien nos aporta el dato.

Pero podría desorientarnos buscar en los libros de ministerios el elenco de sus predicaciones, porque téngase en cuenta, anota el P. Benito Prada al citar la relación de trabajos de 1.938 a Febrero de 1.940 en Aranda, que las predicaciones del P. Desantiago no guardan relación con lo que suele acontecer de ordinario. Así por ejemplo, en las tres tandas de Ejercicios predicadas en el mes de Agosto de 1.939, dirigió la palabra 105 veces. En las Novenas era frecuente el que predicara 18, 27 y más veces porque no solo lo hacía en el acto de la Novena, sino por la mañana, durante la Misa, etc.

Cuando en alguna población ejercía algún ministerio, imitando a nuestro Santo Padre, se industriaba para predicar a las Religiosas, Acción Católica, etc., de suerte que se multiplicaba casi siempre su trabajo. En la Semana Eucarística de Bocines (Asturias) predicó 35 veces».

Cuatro meses en la Zona Roja

Predicando en Asturias, en Julio de 1.936, sobrevino el estallido de la contienda española y él quedó atrapado en la zona roja, que se especializó en asesinar sacerdotes, monjas y católicos practicantes. En Colombia se dió por muerto al P. Desantiago a quien sus antiguos auditorios no olvidaban y seguían añorando. El 4 de Diciembre, desde Medina de Rioseco, daba cuenta y noticias suyas en carta al P. Villarroya, su antiguo provincial en Colombia, ahora residente en Roma como miembro del Consejo General del Instituto.

«Mi amadísimo Padre: Vuelto de nuevo a la vida, oigo que algunos me han dado y tienen por muerto; lo que me obliga a dar testimonio de mí. Como aún no sé de mis Superiores inmediatos de Casa y Provincia, me dirijo a los mediatos de Roma, escogiendo a S. R. como víctima de este ataque epistolar, por creerle más hecho a mis impertinencias. A más de que en últimas, vino a contribuir a mi liberación el pasar en Asturias por «Colombiano», que así fui presentado cuando allí comencé a predicar; y es muy natural me dirija al antiguo Provincial de Colombia”.

“He permanecido 133 días (qué breve se dice y qué largo se vive)!, a merced de los Comités mineros, comunistas y socialistas, que se fueron sucediendo estos meses en Quirós, ayuntamiento próximo a Oviedo, entre Mieres y Pola de Lena o Trubia. En Oviedo prediqué hasta el 17 de Julio por la noche y el 18, siguiendo mi programa apostólico, me sorprendió el movimiento militar en la población mencionada. Desde entonces he estado practicando originales «ejercicios espirituales», teniendo por cueva las proximidades de los socavones de una mina de carbón, de que se incautaron los obreros de esta cuenca desde las últimas elecciones y la que explotaban a sus anchas, como dueños absolutos. He visto quemar la Iglesia parroquial y otra de S. José, profanar públicamente cálices, custodias, ornamentos sagrados, (pusieron una casulla a una vaca y muchas en los parapetos y trincheras, y en mi mismo apartamento un Copón con Hostias consagradas, que estuvo antes escondido en alacenas y pajares. ¡En cuántos momentos sentí llegado mi último día! Muchos fueron cayendo a mi lado… Vi con envidia esa procesión sangrienta; pero no fuí digno de integrarla. Por lo demás, tan afortunado estuve que no omití una sola Misa, ni un solo día los actos de comunidad… La atmósfera de defensa formada alrededor de mi alma por las generosidades de muchos corazones compasivos se me hizo tangible. Y aún habrá quienes duden de los milagros de Jesús Sacramentado! Estos se multiplicaron hasta el exceso en mi fuga: salí el 26 de Noviembre a las ocho de la noche para cruzar las montañas que separan a León de Asturias. Fue necesario burlar los centinelas rojos y los lobos; pasar parte de esa noche y día siguiente entre paja en una cabaña, para seguir otra noche más entre nieve de 28 pulgadas de altura… Me recibieron los falangistas con unos cincuenta disparos a treinta metros de distancia… En Torrebario, San Emiliano y León tuve que presentarme a distintos tribunales militares. Estuve dos días en la cárcel de San Marcos de León. Me pasearon con otros cuarenta en camioneta por las calles; y como gracia extraordinaria se me ha concedido permanecer en ésta hasta fallar favorablemente el proceso incoado, por supuesto espionaje.

Nunca agradeceré suficientemente a la dulcísima Madre estos baños de soledad, silencio, oración y sacrificios con que mi espíritu se ha refrigerado durante este singular veraneo, prorrogado hasta Diciembre. De Gijón nada pude averiguar, sino que asesinaron unas tres mil personas y casi todos los sacerdotes…»

Datos estos que ahora, a los cincuenta años de la tragedia española, han sido olvidados por quienes hacen historias y balances…

El «Corpus Christi» de Oviedo

En Oviedo, en su plaza de América, tienen los Claretianos un templo parroquial esbelto y un sagrario de poderosas irradiaciones eucarísticas… En los cimientos de todo ello está el alma del P. Desantiago. Predicando unos ejercicios acertó a participar en ellos una joven viuda – Eloisa Bustillo de Guisasola- que en verde juventud vio asesinar a su esposo en 1.936 a manos de la horda roja. Resuelta entonces a gastar su vida en aras del Amor Eucarístico, soñó en regalar a los Padres Claretianos, llegados a Oviedo, un templo consagrado al Corpus Christi. El P. Desantiago, ya moribundo, encargó a esta su dirigida que no abandonase la fundación y que escogiera al P. Antimio del Cura, fervoroso misionero, como orientador de su conciencia. Regaló ella los terrenos para la fundación y recogiendo todas sus joyas encargó en los Talleres Granda, de Madrid, una custodia de estilo gótico florido y de incalculable valor económico y artístico. Regaló también la estatua del Corazón de María y puso especiales cariños en el sagrario del altar Mayor… Falleció el tres de Septiembre de 1.941.

Las raíces de este dinamismo

Es claro que toda esta actividad portentosa y todo este dinamismo apostólico, con los sacrificios constantes que exige y las renunciaciones inevitables que impone, no puede sostenerse a la larga, sin una veta riquísima de vida interior y de espíritu sobrenatural, a pesar de los defectos y de las sombras. «El espíritu del P. Desantiago era recio y vigoroso. Una vitalidad interior rica, exuberante, espléndida. En él no había puntos muertos; todo vivía, y con opulencia, de la savia de la gracia. Nunca omitía, y el testimonio es de persona seglar que le trató íntimamente, no ya el rezo del oficio divino, pero ninguna de las prácticas de piedad que tienen ordenadas por sus Reglas. La meditación, el Rosario, las Visitas a Jesús Sacramentado, las lecturas espirituales a que se entregaba continuamente eran nuevas inyecciones espirituales con que nutría su vida interior».

La reciedumbre de su vida espiritual le venía de los años colegiales. Se conservan sus libretas íntimas con sus luces, sus propósitos, el reconocimiento de sus defectos, las penitencias, disciplinas y cilicios que usaba y sus resueltas aspiraciones a la santidad. «Quiero -escribía en 1.911- hacerme santo y gran santo, por medio de María». Con permiso de sus directores espirituales renueva tres o cuatro veces el voto «sub levi» de no cometer un solo pecado venial deliberado y de hacer lo más agradable a la Virgen. Piensa incluso ofrecerse como víctima expiatoria; pero el P. Alfredo Martínez, su Prefecto espiritual, no se lo permite.

En el año de Aranda, ya sacerdote, renueva el «Plan de vida» que desea y prometió cumplir hasta la muerte «el más indigno, aunque el más mimado de los Hijos, esclavos y sacerdotes de María, Pablo Desantiago”. Y añade, ya con rubricado en rojo: «Lo firmo con mi propia sangre como testimonio de las ansias que tengo de derramar hasta la última gota que mi amada Reina me dé para ser fiel hasta la muerte a estas promesas» Aranda de Duero, 14 de Julio de 1.915

El fervor de su espíritu y la seriedad y solidez de su vida religiosa, anhelante de santidad, no fue tan solo llamarada de los años estudiantiles o de seminario, en que todo incita al adelanto y casi no hay tropiezos. Ya en Quibdó, de sacerdote, tenía su director espiritual, el P. Medrano, y le daba cuenta de conciencia por escrito.

Dos santos le dieron especialísimo estímulo: San Pablo y Santa Teresita.

Dos eran los fuertes rodrigones para que no se cuartease su estructura apostólica: la oración y la regularidad. Acaso extrañé esto en vida tan extrovertida, pero son datos de testigos. «Su postura ante el Santísimo antes y después de la predicación, asevera el P. Ildefonso Martínez, era algo que sugestionaba y se imponía». «En el Coro pasaba grandes ratos» dice uno respecto de su estancia en Bilbao. «De los 18 días que residí con él en Oviedo en una fondita… no vi a nuestro bonísimo P. hacer visita alguna; recibió muchas que le esperaban ansiosas y se disputaban poder hablar con él; solo un día salió unos 18 minutos de casa por habérsele llamado a confesar y antes de salir me dió cuenta de ello». Mientras duraban los trabajos más fuertes, escriben de Colombia, no salía de casa sino para ir a la Iglesia. La oración, el rezo del oficio divino, el rosario, eran sus ocupaciones incesantes». Y el P. Prada: «Al regresar a Casa después de prolongadas ausencias, inmediatamente entraba a la vida de Comunidad, asistiendo ejemplarmente a la meditación de la mañana y a todos los actos de la vida común». «De América trajo al Capítulo y llevó a Bilbao, asegura el P. Surano Marín, algunas cosas, regalo de sus admiradores; recuerdo: la máquina de escribir, máquina de retratar fotográfica, un precioso estuche para los menesteres de aseo… Pues bien: la máquina fotográfica la cedió a las casas, el estuche lo entregó al P. Ministro local, y si bien de la máquina de escribir, con los debidos permisos, se reservó el uso, la puso a disposición de todos y más de uno la usaba a veces».

«Como Ministro que fui suyo me maravillaba la humildad y el pormenor y la limpieza con que a la vuelta de sus largas correrías me daba cuenta detalladísima de los gastos y entradas».

Enamorado del Sacramento

Las características de su vida interior son quizás su fervor eucarístico y mariano. «Sobre su amor a la Eucaristía se podría escribir, no ya unas páginas sino un voluminoso libro. Toda su vida la consagró al amor y al servicio de Jesús-Hostia. Para él la vida cristiana y ascética, propia y de los demás, no tenía más que un centro que era el Sagrario. Todo lo miraba a través de su portezuela, todo lo enfocaba hacia la Hostia Santa. En todo encontraba vestigios y semejanzas de Jesús Sacramentado. En sus sermones innumerables, y no había uno en que no hablara por lo menos algo del Sacramento, llamaba poderosamente la atención de sus oyentes el ingenio con que veía en todo ideas y relaciones con la Hostia consagrada”.

Alma encendidamente enamorada del Santísimo Sacramento, persuadióse, muy persuadido, de ciertas verdades que día y noche, en forma de rigurosos teoremas, le venían zumbando y aguijoneando el espíritu, como son: I. Que la vida cristiana consiste esencialmente en nuestra unión con Cristo. II. Que Cristo sólo en la Santa Eucaristía se halla personal y vivo acá en la tierra. III. Que los fieles, para recibir de El la vida divina, necesitan, por tanto, sentarse con frecuencia a la Sagrada Mesa. IV. Que la frecuente comunión debe acompañarse con la óptima preparación de cuerpo y alma que demanda tan alto Sacramento. V. Que, a fin de convertir en carne y sangre las susodichas ideas en el ánimo del pueblo cristiano, hace falta que se le prediquen e inculquen a todo ruedo.

Y a todo ruedo se las está él predicando e inculcando hoy al pueblo español, después de haber hecho ayer lo propio en aquellas cristianísimas tierras colombianas.

Basta ojear su hermoso libro SIEMBRA EUCARISTICA para ver cómo sabía remontarse de las cosas más insignificantes a las alturas de la Custodia, donde se ostenta el amor del Señor. Como San Fernando, podía decir que en nada encontraba gusto ni sabor, si no encontraba a Jesús Sacramentado. Buena prueba era el fervor notorio con que celebraba la Santa Misa, llamando mucho la atención de los fieles por su recogimiento y por la majestad y piadosa elegancia de sus actitudes durante el Santo Sacrificio. Buena prueba son también los grandes ratos que se pasaba siempre de rodillas ante el Sagrario. Cumplía a la letra en su vida el lema que en su libro IMPRESIONES EUCARÍSTICAS quiso para su sepulcro: “Este es Pablo, que no tuvo ni en vida ni en muerte más apoyo que el Corazón Eucarístico de Jesús…” Y su entusiasmo por las asociaciones Eucarísticas… Jueves, etc. Propagó y fundó en Oviedo y en otras muchas partes la Asociación Real, Perpetua y Universal del Santísimo Sacramento. Con un grupo de almas escogidas y fervorosas fundó el día 9 de Mayo de 1.935 la Asociación llamada ACADEMIA DEL AMOR que no tiene otro objeto que acrecentar en las almas las llamadas del amor a Jesús Sacramentado. Predicaba con tal unción y fervor de la Eucaristía que el Sr. Obispo de Oviedo, D. Juan Bautista Pérez, después de haberle oído predicar en la Parroquia de San Lorenzo de Gijón, le pidió allí mismo, en público, que recorriera Asturias predicando Triduos Eucarísticos, como efectivamente lo hizo con grandes éxitos. En todas las manifestaciones de su vida supo poner la nota eucarística y fue en verdad, lo que le llamó un compañero, “ruiseñor de la Eucaristía… y si su celo infatigable le apartaba materialmente del Sagrario, se fue por el mundo haciendo a manos llenas su siembra de Hostias». No fue corta la cita, pero tampoco exhaustiva.

Podríamos sus constantes compañeros de misiones, como el P. José López, darle a conocer con el mote del «santamente chiflado por Jesús Hostia».

«Yendo a la ciudad de Bucaramanga a una serie de Misiones, llegamos al pueblo de Puerto Wilches. Como teníamos que pernoctar, lo primero que me dijo fue: vamos a visitar a nuestro Amo; y nos encaminamos a la Iglesia: era una capillita destartalada y estaba al cuidado de unas santas, pero pobrísimas Hermanas Misioneras. El Sancta Sanctorum de la Capilla no tenía más de tres metros: las formas consagradas estaban encerradas en un triste cajón de gasolina, cubierto con una tela blanca. Al salir, todo contristado me dijo: “P. López, me voy todo triste y desalmado porque queda el Santísimo en esta caja repugnante y tan indecente”. Hacía poco que en Medellín había dado a las Señoras de la alta sociedad unos ejercicios eucarísticos. Al subir al Hotel tomó la pluma y escribió a la señorita Presidenta una sentida carta poniéndole al tanto de lo que había visto suplicando un donativo para un Sagrario nuevo. A vuelta de correo descubrían las Hermanitas un magnífico Sagrario de metal, con todo lo que se necesitaba de manteles, purificadores, palias… Con cuánto regocijo me leyó la carta. En los Ejercicios eucarísticos, a fin de tener a los ejercitantes ocupados, les hacía escribir algunas máximas referentes a la Eucaristía, pero máximas originales que conservaba para perpetuo recuerdo. En los fervorines de Comuniones generales se transformaba por completo. El aspecto que representaba con los ornamentos sacerdotales ante Jesús-Hostia a la vista, era el de un Isidoro de Sevilla o el de un beato Ávila, las frases eran tan nuevas, tan divinas, tan llenas de unción y pronunciadas con tal calor oratorio, que enardecía los corazones en amor a Jesús Sacramentado, haciendo derramar lágrimas, como las derramadas por el P. Desantiago».

Todo lo que se relacionaba con la eucaristía le fascinaba, como a la mariposa la luz sacramentaria. Delante de los ojos tengo la relación de una Religiosa Adoratriz, contando sus empeños y sus trabajos para la fundación en Bogotá. «En todas nuestras casas, termina, se conserva de él un recuerdo gratísimo unido siempre a la Eucaristía, que era para él como para nuestra Santa Fundadora, la vida, el elemento y el motor bendito de todas sus actividades y trabajos».

En la revista «El Voto Nacional» refirió el mismo P. Desantiago los preámbulos, vaivenes y desenlace feliz que tuvo el establecimiento de las Adoratrices en Bogotá, luego de su fracasado intento de ocupar la casa de La Ceja, que fue motivo de amargos pleitos para la Madre Elisa, fundadora, con el P. Silvestre Apodaca, de las Siervas de la Madre de Dios. Datos éstos que el P. Desantiago no alcanzó a conocer… Dicho relato pasó a perennizarse, en el volumen de Impresiones Eucarísticas. Datos -dice el autor- para la historia religiosa de Colombia. Por esas páginas afloran también los nombres de los Padres Villarroya y Belarra que se entusiasmaron con la gran iniciativa del P. Desantiago.

«No nos olvide y no nos abandone en las «Auras», le escribían urgiéndole desde Zaragoza a su último retiro calceatense, hace V. mucho bien con ellas». A su paso por París, de vuelta de Colombia, manifestó ardientes deseos de propagar cuando la ocasión se presentara y entre tanto con hojitas suyas traducidas al francés, su devoción preferida, testifica el P. Valtierra.

Y podríamos así ir enhebrando hechos y testimonios; me parece empero que no es necesario por ser este carácter bien marcado e indiscutido ante todos los que, amigos o enemigos, de una manera o de otra trataron al Padre.

Durante el dominio rojo, en Asturias, llegó a extremos de heroísmo su pasión eucarística, e hizo, o como él modestamente escribe, ayudó a elevarse a otras almas, que juntas escribieron una de las páginas más hermosas de devoción de toda la historia de la piedad. Las relaciones de que el P. dio testimonio con la pluma no tienen desperdicio, pues si ensalzan a otros, redundan al cabo en su panegírico y elogio.

Cordimariano hasta el fin.

Como no podía ser menos, junto con el amor a la Eucaristía sobresalió, a fuer de Misionero Hijo del Ido. Corazón de María, en un amor entrañable a la Reina y Señora. Y supo encontrar tan bien el hilo misterioso que une a la Virgen con el Sagrario, que nunca en su vida los separó; y si no nacieron juntos, podemos afirmar que el de la Virgen creció antes. En los lindes de la carrera misionera encontró un maestro perfecto de la verdadera devoción, según el método monfortiano, en el P. Guevara; y con el lema: “per ipsam, cum ipsa et in ipsa” encabezaba sus libretas de apuntes hasta que lo sustituyó por este otro: «Viva Jesús Hostia. Por María» que fue el lema de su vida.

Se sabe que durante varios años de la carrera llevó en el bolsillo el libro «El Secreto de María» y que por la noche lo ponía debajo de su almohada.

Nunca omitía entre los actos de sus predicaciones el rezo del Santo rosario y al empezar cualquier actuación solía hacerlo con un Padre nuestro a Jesús Sacramentado, una Avemaría al Inmaculado Corazón y un Gloria a la Santísima Trinidad.

Ya en el Chocó y en el Colegio Carrasquilla formó lo que llamó «Legión cordimariana», que, desgraciadamente, por múltiples causas, tuvo vida muy efímera. Y el tema más frecuente de sus predicaciones con el de la Eucaristía, la Virgen y su Corazón Inmaculado.

Rayones Negros

La gran misionera colombiana Laura Montoya, al hablar de su propia vida, apuntaba que en ella escurría dos rayones paralelos: el luminoso, trazado por Dios; el negro, trazado por la criatura.

Al pincelar al P. Desantiago y ponderar su vida, sus ministerios, sus virtudes, no se ha tratado de canonizarlo.

Tuvo sus defectos. ¿Quién no? En los últimos años, debido quizás a la exquisita atención y esmero que ponía en sus discursos y públicas actuaciones, se había tornado supersensible e irritable para con los ruidos e interrupciones procedentes del auditorio. Las toses insistentes, la entrada de una persona por media Iglesia, el llanto de un niño lo hacían guardar un silencio de mal presagio o proferir algún sarcasmo humillante.

A veces también le afloraba la española franqueza o la tajante actitud. Algún día, un joven párroco de la arquidiócesis bogotana pidió a la casa del Voto un sacerdote para predicarle una misioncita. Fue designado el P. Desantiago, quien después de sus sermones se sentaba al confesionario, asediado de pueblerinos y de campesinos. Mientras éstos en larga fila esperaban, otros sacerdotes de la comarca, allí invitados por su antiguo compañero de seminario, tertuliaban alegremente en un recibidor de la casa cural. No pudo soportarlo el Padre Desantiago y se les presentó diciéndoles:

– Hay mucha gente esperando para confesarse.

– Hágalo usted, mi Padre, que para eso lo llamé, fue la respuesta del párroco.

El Padre oyó, dio media vuelta, se dirigió a su aposento y salió con su maletilla rumbo a Bogotá. «En presencia de la muda, de la absorta caravana» como diría el poeta…

Tuvo también que tragar disgustos amargos por parte de quienes tergiversaron sus intenciones y su manera de obrar. Pero, ¿en qué vida de misionero, que exceda algo de la mediocridad, no existen estos episodios? Fuera no creer ni aceptar las palabras del Evangelio: «Si a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán…»

Abeja industriosa, supo el Padre sacar miel de aprovechamiento de esos percances, sobrenaturalizar los acontecimientos y afianzarse cada vez más en su vocación de santidad misionera.

Un corte y un receso

Inesperadamente, en pleno vuelo, quedó herido en las alas. Y los superiores pensaron aprovechar el caudal de su espiritualidad y de su insuperable experiencia misionera para amaestrar a los seminaristas ya cercanos a la ordenación y a las faenas del apostolado. Aceptó de muy buena gana. Y se fue al Teologado de Santo Domingo de la Calzada en donde él se formara y estudiara en años ya algo remotos.

Hacía tiempos andaba buscando un repliegue y se sentía acuciado por un ansia de interioridad. Una carta suya de 21 de Agosto de 1.941 indica propensiones fuertes hacia la Trapa. «Es -dice- algo muy seriamente pensado»… No podemos admitir en él una simple deserción ni un cansancio puramente humano, si bien su organismo estaba desgastado y sin defensas. Creyó que ya le había dado a la acción todo lo que debía y podía y que le había llegado la hora del «unum necesarium»… Pero el Corazón de María por quien había trabajado tanto y a quien tanto amaba no lo iba a soltar así como así… En ese Agosto la comunidad de la Calzada, en donde estaba de maestro espiritual de los teólogos, le pidió predicara la Novena del Corazón de María que en esa ciudad fue siempre un lujo de piedad, de oratoria y de música. Lo hizo con su gallardía y su fervor incomparables. «Estuvo como nunca» dijeron después sus compañeros de comunidad; ya en los dos últimos días de la novena empezó a sentir ciertos dolores de ciática en una pierna, tan fuertes que en los dos últimos debieron ayudarle a subir las cinco gradas del púlpito.

Por indicación de un excelente médico fue llevado al balneario de Arnedillo (Logroño). Pero ya todo fue inútil. En medio de sus agudísimos dolores no hubo una sola queja y sí una permanente sonrisa. Agradecía cualquier atención que se le hacía, no dejaba de sus manos el crucifijo y el rosario, recibió con devoción admirable el santo viático y pidió la extremaunción. «La pido y la deseo…» Y repetía: «Qué día tan grande éste…»

Su jaculatoria preferida, la tradicional de la Congregación: Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía…

Minutos después de la extremaunción decía mirando al crucifijo: «Señor, ofrezco mi vida por el triunfo eucarístico y por el de mi Congregación».

Pidió en seguida que se le hiciera la recomendación del alma y cinco minutos después había entregado su alma al Señor de una manera apacible y sencilla como un niño que se duerme. Eran las 3.30 de la madrugada del 3 de Septiembre de 1.941.

El médico que lo atendió atestigua: «Parece mentira que pueda sentirse envidia de uno que muere; pues la sentí y muy sincera. A muchos con quienes tiene uno que cruzarse en la vida, les hubiera traído aquella noche para que vieran y admiraran grandeza, heroísmo y sobrenaturalidad en la muerte de un hombre, santo por la gracia de Dios Nuestro Señor, porque la muerte del P. Desantiago ha sido la de un santo».

Entre nuestros hermanos de España se hizo famoso un exabrupto oratorio del P. Juan María Gorricho, condiscípulo dilectísimo del P. Desantiago y émulo de sus fervores oratorios, de muy distinto estilo, y de sus amores eucarísticos y cordimarianos. En ejercicios espirituales a una de nuestras comunidades, el P. Gorricho decía aludiendo a su condiscípulo: «El Corazón de María lo mató para que muriera en su Congregación». Digamos que ante sus ansias de vida contemplativa se lo llevó con celeridad a la suma contemplación del cielo.

El año de 1.941 fue luctuoso para la Provincia Colombiana.

El 12 de Marzo moría en Albano-Laziale el joven P. Efraín Amaya.

El 19 de Mayo, en Medellín, el P. Francisco Gutiérrez, segundo prefecto Apostólico del Chocó.

El 12 de Agosto en Bogotá, el P. Pedro Díaz, meritísimo del Templo votivo y Primer Provincial de Colombia.

Y el 3 de Septiembre, en La Calzada, el P. Pablo Desantiago, nuestro predicador y misionero sin par. Al lado de un joven claretiano de las primeras promociones e Colombia, tres grandes de la Provincia que no podemos olvidar.

Bibliografía

Boletín de la Provincia de Castilla, -1941- p. 427.

Benito Castilla. Semblanza del P. Pablo Desantiago. Crónica de la Provincia Claretiana de Cantabria. Nov-dic. 1960. p. 175

 Boletín de la Provincia Colombiana, -1961- pp. 243 a 256

Informe del Chocó. 203-204.

Eulogio Sánchez: Auras Chocoanas. Marianismo de La Aurora y de su fundador el P. Desantiago. 1918-1.921. En Boletín Claretiano de la Provincia Occidental de Colombia. Julio-Diciembre 1.970. pp. 310-314.

Carlos Eduardo Mesa Gómez, “Pablo Desantiago, Misionero Cordimariano y Apóstol de la Eucaristía”. La anterior semblanza es la reproducción casi total del folleto que con el mismo título publicara en 1987. Ocupó el número 8 de la Colección “Academia Colombiana de Historia Eclesiástica”.