JULIÁN BUTRÓN

JULIÁN BUTRÓN

El P. Julián Butrón nació el 7 de Febrero de 1874 en Rigoita, pueblo del Señorío de Vizcaya, y sus padres no menos piadosos que honrados procuraron ya desde los primeros años infundirle el santo temor de Dios y los gérmenes de las virtudes que más tarde habían en él de desarrollarse. Cuando tenía doce años ingresó como Postulante en nuestro Colegio de Valmaseda donde estudió latinidad, pasando después al de Alagón cursar la Retórica. Terminada ésta con buen éxito y asegurados los PP. Superiores de la aptitud y decidida vocación del joven Postulante le trasladaron al Noviciado de Cervera, y el 16 de Julio de 1891, después de bien probado, le admitieron a la Profesión religiosa, que efectuó con grandísimo consuelo de su alma.

En las apariencias exteriores el P, Butrón, como la humilde violeta; nada tenía por entonces que llamase particularmente la atención de los demás, pero nos consta que poseía un corazón hermosísimo, franco, dócil, amable y de muy nobles y santas aspiraciones, sin que tengamos conciencia dé que más tarde en el curso de sus estudios degenerara un punto de tan puros y elevados sentimientos.

Dotado de complexión sana y muy robusta, parecía desafiar las enfermedades; mas al llegar a Teología el cielo quiso poner a prueba su paciencia y conformidad visitándole con una. afección que puso en mucho peligro su existencia. Sin embargo, merced a los cuidados que se le prodigaron, y más que todo a las súplicas fervorosas que el interesado dirigió algún tiempo al virginal Esposo de la Reina de la pureza, pudo recobrar la salud y continuar, aunque no con tantas fuerzas, los estudios de Teología y Moral, logrando ordenarse de presbítero el 18 de Marzo de 1899. 

De la dignidad sacerdotal tenía formado tan alto concepto, que a diario pedía a nuestro Señor le enviase la muerte antes que permitir se ordenara para ser mal sacerdote. No es, pues, de extrañar que el P. Butrón, alentado más y más con la gracia del sacerdocio, ya no pensara en adelante más que en prepararse convenientemente para ser con el tiempo un buen operario en la viña del Señor, haciendo acopio de materiales y disponiendo su corazón con el ejercicio de la oración y de otras virtudes propias del Misionero, insistiendo en esto con tanto empeño que más de una vez hubo necesidad de irle a la mano para que no malograra su salud. Con todo, parecíale no hacer nada por Dios y se llenaba de rubor, como él decía, al contemplar que otros misioneros trabajaban infatigables en el ministerio de la salvación de las almas. Por esto su corazón se llenó de alegría al anunciarle los PP Superiores que estaba destinado para la Casa de Aldeia en Portugal, donde tan vasto campo de acción se le abría para satisfacer su ardoroso celo. Efectivamente, en Junio del pasado año llegó a dicha Casa y se dio tan buena maña en aprender la lengua portuguesa, que en pocos meses estuvo en disposición de consagrarse a las santas misiones.

La primera misión que dio juntamente con el R. P. Ramón Torres fue en Cimbres, donde ha dejado imperecedera memoria; pues con su porte edificantísimo, más que con la eficacia de la palabra, de tal modo se conquistó las voluntades de todos sus habitantes, que siempre más se acordarán del buen P. Julián, al que tienen por santo y por su verdadero apóstol.

De Cimbres pasaron ambos Padres a Villa Cha de Cangueiros y aquí hubo ya de hacer alto en su carrera el que con tantos bríos habíase aprestado a correrla. Comenz6se la Santa Misión el domingo 24 de Febrero, sin que nuestro querido hermano advirtiese en su salud algún síntoma de enfermedad; pero al terminar la primera plática de la mañana notó cierto malestar que a duras penas le dejó celebrar la Santa Misa, viéndose precisado a retirarse al lecho de donde ya no había de levantarse sino para volar su alma al cielo. Al principio creyose que no se trataba sino de un constipado fuerte, mas pronto degeneró éste en pulmonía y aun pleuresía, terminando con una fiebre tan intensa, que en breves días acabó con la existencia de nuestro paciente hermano, exhalando su postrer aliento y entregando su alma al Criador el día 3 de Marzo, después de tres horas de agonía. Cuantos presenciaron los últimos instantes del humilde y fervoroso Hijo del Corazón de María no pudieron menos de conmoverse profundamente, y admirados de su paciencia, resignación y fortaleza de ánimo viéronse como obligados a exclamar: ¡Este Padre era un Santo! Palabras que todavía repiten muchos con devoción.

Durante los ocho días de su enfermedad fue muy asistido c0rporal y espiritualmente y nunca se apartó de su lado el R. P. Torres, quien con cariño verdaderamente paternal le prodigó cuantos medios de alivio y consuelo estuvieron a su alcance. Agua de Lourdes, oraciones privadas y públicas, comuniones, todo se intentó para que el cielo conservara la existencia del virtuoso Misionero, pero en vano; pues como hemos ya consignado, el Altísimo complacido de tan bella alma no quería que habitase por más tiempo en una región donde tanto abunda la iniquidad y donde con frecuencia, aun los corazones sin malicia, corren peligro de ser fascinados y obscurecidos.

Aunque larga la agonía de nuestro buen P. Butrón, conservó siempre cabal conocimiento; y sin que hubiera necesidad de sugerirle las jaculatorias propias de tan angustioso trance, las hacía él mismo por sí muy tiernas y fervorosas, comprendiéndose que saliesen llamas abrasadoras de un pecho donde poco antes se había hospedado el Amor de los amores dulcemente invitado y ardientemente deseado de su tierno amante. Pues la divina Madre tampoco faltó a su predilecto hijo en aquella hora terrible concediéndole, aparte de otros consuelos interiores, como prenda de su maternal cariño, que pudiese morir abrazado con su Rosario santísimo, cuyos dieces son como otras tantas escaleras por donde suben al Cielo los devotos de la Señora.

La muerte del R. P. Butrón ha sido muy sentida y llorada, no sólo en Villa Cha y Cimbres, sino en otras poblaciones, llegando sus mismos ecos hasta las columnas de los mismos diarios católicos de Oporto. Ni se explica naturalmente que un joven Misionero, casi desconocido y extranjero, haya podido interesar tanto a aquellas gentes y excitar en todas sin distinción de clases tanto cariño y devoción, hasta disputarse la honra de querer guardar sus restos mortales como lo hicieran con las preciosas reliquias de un gran Santo.

Hablar de las exequias que le han hecho sería cosa de no acabar pues hubo verdadero empeño en que resultaran brillantísimas no perdonando para ello sacrificios, aun pecuniarios; y mejor que entierro diríase la conducción del cadáver por las calles verdadera procesión triunfal. Además de los PP. Ciriza, Echeverría y Torres asistieron cerca de unos veinte Párrocos, Asociaciones, Hermandades, etc.. etc. A pesar del inmenso gentío hubo un orden admirable. Los impíos se conmovieron ante espectáculo tan grandioso. Ofició de Preste el dignísimo Párroco de Cimbres, el cual pronunció después de la Misa una muy sentimental oración fúnebre que arrancó copiosas lágrimas de su numeroso auditorio.

Con autorización civil estuvo el cuerpo de nuestro Hermano insepulto casi unos diez días durante los cuales no le faltaron personas que le velasen hasta por la misma noche, contribuyendo a aumentar su religiosa devoción el prodigio (así lo creemos) que obró Dios con su siervo; pues con admiración de propios y extraños el cadáver se conservó siempre flexible v exento de toda corrupción. Mientras se construye un magnífico sepulcro o panteón, costeado por la espontánea generosidad de los fieles, provisionalmente yacen los restos del inolvidable P. Brutón en la Capilla de San Antonio de Villa Cha, a donde sus habitantes, así como los pueblos vecinos, afluyen devotamente á implorar gracias del Cielo por intercesión del joven y santo Misionero, habiendo ya nuestro Señor premiado su sencillez, su fe, su devoción y su confianza.

Como va resultando esta necrología demasiado difusa, ponemos punto final, dejando otros muchos datos que no relegaremos al olvido, por si algún día el Dios de las misericordias quiere ostentarlas en nuestro queridísimo P. Butrón, a quien ha empezado ya a honrarle conforme al dicho del Eclesiástico: “Timenti Deum bene erit in extremis, et in die defunctionis suae beneficetur”

 

Antonio Sánchez cmf.