JOSÉ CASANOVAS

Nació en Calldetenas, Barcelona, el 3 de septiembre de 1833. Recién ordenado sacerdote entró en la Congregación (1859). Murió en Selva del Campo el 15 de noviembre de 1893. Pertenece al grupo de los misioneros más excelsos por su elocuencia y su celo. Conoció al P. Claret personalmente y de él recibió consejos en ratos de intimidad.

Sus padres eran muy pobres, pero muy buenos cristianos, y así procuraron infiltrar en el corazón de José sentimientos de acendrada piedad. No tardó en sentir éste vocación al estado eclesiástico, y así entró en el seminario de Vic, en el cual por aquellos años estaban cursando tantos jóvenes que con el tiempo serían columnas de nuestro Instituto, al que honrarían con su virtud y con su prestigio.

Apenas entró en la Congregación, y recibió las instrucciones que entonces se daban a los que eran novicios en el arte de misionar, comenzó el P. Casanovas aquella gloriosa carrera misional que no acabó sino con su muerte. Primero adjudicado a la casa madre de Vic, después como miembro de la casa misión de Gracia, de la que fue uno de los más ilustres fundadores. Finalmente como miembro de la casa misión de Segovia. 

Fue en los comienzos de su apostolado por tierras castellanas que de él escribió el P. Fábregas: El Sr. Casanovas es soldado bisoño, que todavía maneja con dificultad el arma de la lengua castellana. Mas parece que si Dios le da vida, no ha de dejar sin el competente correctivo a ningún enemigo del nombre de Dios”. En Segovia le cogió la revolución que se cebó en el P. Claret y en sus misioneros. Con el P. Claret había tenido confidencias íntimas, como en aquella ocasión en que con el P. Serrat y dos estudiantes que iban a entrar en nuestro noviciado fue e verle a La Granja, y el P. Claret en penitencia les obligó a tomas chocolate.

Mientras tanto la revolución del año 1868 quedó dueña de España, y el primer acto que hizo el comité revolucionario de Segovia fue desterrar de la provincia a los Misioneros. Fueron saliendo como pudieron. El P. Casanovas consiguió llegarse a Vic, cuya comunidad estaba dispersa, y con anuencia del P. Clotet, y acompañado del P. Alonso y del H. Plá refugióse en la masía Pujol de Viladrau. El día 7 de noviembre de 1868 fueron arrestados los tres. El P. Clotet hubo de mover todos los resortes posibles para conseguir la libertad de los tres presos. En el papel en que le citaban a declarar en la sumaria del proceso, escribió el P. Clotet: “título de honor”.

Consiguióse la libertad del P. Casanovas y entonces los superiores le enviaron a Isla, provincia de Santander, donde el Marqués del Arco y Conde de Isla había pedido tener en su palacio algunos misioneros, por el mucho cariño que nos profesaba. Le acompañaba el P. Santiago Felipe, y la estancia en la Isla fue aprovechada por ambos misioneros para repartir con verdadera profusión la divina palabra. La voz potente del P. Casanovas se dejó oír en las principales iglesias de la provincia, sin exceptuar la capital, Santander, donde predicó muchas veces.

Los púlpitos más famosos de España se disputaban el honor de servir al celo del gran misionero. Perteneció a varias comunidades, siendo la primera en la que se refugió apenas pudo ser restablecida la de Segovia, en la cual tanto había gozado su corazón verdaderamente apostólico. Contestando a una carta del P. Clotet en la que éste le daba cuenta de la muerte del P. Claret, le decía el P. Casanovas: “No digo otra cosa sino que nos vayan transmitiendo a todos el espíritu apostólico del que estaba poseído nuestro Padre, porque creo que los que han asistido a su muerte habrás heredado su espíritu, como Eliseo heredó el de Elías”.

Algo o mucho de este espíritu del Fundador hubo de tocarle al P. Casanovas. Véase lo que escribía el autor de su necrología: “Humilde, franco y sencillo, mortificado en gran manera, y lleno del espíritu de nuestro Fundador, fue un verdadero apóstol que obró en muchas partes verdaderas maravillas de ruidosas conversiones, e hizo en todas ellas incalculable fruto en los treinta y un años que duró su vida de misionero. En Castilla y Andalucía llamábanle el martillo de hierro, pues a pesar de haber predicado en despoblado y en las plazas a tres y cuatro pueblos juntos, jamás se le vio desfallecer, siendo tan fuerte y claro el timbre de su voz que de todos se dejaba oír”.

Sobre la muerte de tan ilustre misionero, veamos lo que nos dice el autor de la Historia de la Congregación: “Murió como valiente en el campo de batalla de una pulmonía doble que acompañada de una hemorragia interna le dio mientras estaba predicando un novenario en Montblanch. Durante los ocho días que duró su enfermedad mostróse siempre jovial y risueño, ocupado enteramente con el pensamiento del cielo. Momentos antes de recibir el Viático hizo su profesión de fe, pidió perdón a cada uno de los individuos de la comunidad de aquello que hubiera podido disgustarles, e inculcó a todos el amor a la Congregación y la unión de unos con otros.  Su muerte no podía ser ni más santa ni más tranquila, y así la merecía quien toda su vida había estado abrasado del celo de la gloria de Dios y sacrificándose sin descanso por la salvación de las almas”.

José María Berengueras