Joaquina Vedruna

SANTA JOAQUINA VEDRUNA

Fundadora de las Religiosas Carmelitas de la Caridad

 

Sumario

           Santa Joaquina Vedruna nació en Barcelona (España) el 16 de abril de 1783, en donde, tras 71 años de existencia entregada a Dios y al servicio heroico de la caridad, falleció el 28 de agosto de 1854.

           Su primera ilusión fue consagrarse a Dios como contemplativa; pero interpretándolo como voluntad del Señor, siguió el consejo de sus padres y contrajo matrimonio con Teodor de Mas, rico hacendado de Vic. Tuvieron nueve hijos. A la edad de 33 años quedó viuda. A partir de ese momento, Joaquina se consagró con ahínco al cuidado de sus hijos, que compaginó con muchas obras de piedad.

           En cierto momento, deseó una vida de mayor entrega radical. A pesar de sus preferencias por la vida contemplativa, su director espiritual le mostró las necesidades urgentes de aquellos tiempos. Así asumió la conveniencia de fundar una institución dedicada a la enseñanza y a la ayuda de los enfermos. De manera imperiosa vio la necesidad de atender a la enseñanza de las niñas, tan abandonadas.

           Joaquina Vedruna trabajó con tesón y humildad desde esa moción del Espíritu. Por ello, el 26 de febrero de 1826 el obispo Corcuera aprobó el nuevo Instituto, que fue colocado bajo la protección titular de Nuestra Señora del Carmen. Y en 1850 fue aprobada de manera canónica la Congregación que conocemos como Hermanas Carmelitas de la Caridad.

           Las Hermanas Carmelitas de la Caridad supieron ser pioneras. Marcaron época y alumbraron un camino que más tarde fue seguido por distintas congregaciones. Ellas fueron las primeras religiosas dedicadas a la enseñanza en España. El rasgo propio que las identifica es que la Santa vivió en casa de sus padres y más tarde en su propio hogar un ambiente de familia. Ella supo insuflar esta atmósfera familiar al Instituto. Cada comunidad gozaba de un clima de confianza y cordialidad, como un hogar cálido y abierto; se abolieron aquellas diferencias sociales —de dote, abolengo, cultura…— que tanto y tan negativamente desnaturalizaron a la vida religiosa. También este ambiente familiar se trasladó a las educandas, que gozaban del privilegio de una entrega sin reserva por parte de las hermanas. Las jóvenes afortunadas aprendieron muy pronto aquel refrán felizmente trocado: «que la letra, no con sangre, sino con cariño entra».

           Antonio María Claret y Joaquina Vedruna coincidieron por varios motivos familiares y locales. El P. Claret animó espiritualmente a Joaquina Vedruna y se convirtió en impulsor y protector de la Congregación que fundara la Santa. Gracias a su decisivo influjo, el Instituto abrió pronto sus puertas a Cataluña y pudo extenderse por toda España. El santo las protegió siempre, dio la cara por su manutención y su permanencia en los pueblos. Fue verdaderamente su defensor, padre y hermano bueno. Lo harán también, después, otros Misioneros Claretianos.

**********

           Vida

           Nació en Barcelona el 16 de abril de 1783, en donde, tras 71 años de existencia entregada a Dios y al servicio heroico de la caridad, falleció el 28 de agosto de 1854.

           Su primera ilusión fue consagrarse a Dios en la vida religiosa contemplativa; pero interpretó que era voluntad del Señor seguir el consejo de sus padres y, conforme al parecer de éstos, contrajo matrimonio con Teodor de Mas, rico hacendado de Vic, procurador de los Tribunales, joven que tampoco había podido seguir su primera vocación religiosa en la Trapa. El matrimonio fue modelo de hogar cristiano, ejemplar y fecundo. Tuvieron nueve hijos.

           Cuando ella contaba con tan solo 33 años quedó viuda. Pero supo sacar adelante con coraje la inesperada y pesada carga de su deber. Se consagró con ahínco al cuidado de sus hijos por espacio de diez años.

           También se entregó a las obras de piedad y caridad para con el Señor y los más necesitados. Mediante la oración y una intensa vida de penitencia se afanó en llegar a conocer la voluntad de Dios y poder cumplirla con plena dedicación. Su espíritu de penitencia la lleva a decisiones de radicalismo evangélico como tener por lecho para dormir una estera y por almohada una piedra. Sus prácticas jamás le impidieron frecuentar los hospitales de Vic y de Igualada.

           Pero ella sentía que el Señor la llamaba a una vida de radical seguimiento. Y vio cumplido el momento de hacer realidad su sueño de convertirse en religiosa. Así se cumplieron los designios misteriosos del Señor. Joaquina Vedruna, sin saberlo, repetirá la experiencia de Juana de Lestonnac y de Francisca de Chantal. Será, como ellas, madre de familia, santa viuda, y religiosa fundadora de una familia religiosa en la Iglesia. El Papa Pío XII, con motivo de su beatificación el día 19 de mayo de 1949, supo dibujar de Joaquina Vedruna este fiel retrato:

«Unida en matrimonio, cuanto le fue permitido, detestó las vanidades del mundo, fue en todo obediente a su marido, cumplió diligentemente sus obligaciones de esposa y madre, y educó a sus hijos con admirables resultados, formándolos en sus deberes religiosos y ciudadanos.»

           Pero en la hora de la decisión y del compromiso, ¿adónde dirigirse, a qué puerta había que llamar? Entonces apareció providencialmente en su vida el P. Esteban de Olot, capuchino, conocido popularmente como el Apóstol del Ampurdán. Fue él quien la orientó por el rumbo certero. La Santa hubiese preferido la vida contemplativa, pero el capuchino le mostró las necesidades urgentes de aquellos tiempos calamitosos y circunstancias deplorables. Era preciso fundar una institución dedicada a la enseñanza y a la ayuda a los enfermos. De manera imperiosa había que atender a la enseñanza de las niñas, tan abandonadas. Joaquina Vedruna se empeñó con tesón y humildad en la cristalización de ese programa evangélico. El 26 de febrero de 1826 el obispo Corcuera aprobó el nuevo Instituto, que fue colocado bajo la protección titular de Nuestra Señora del Carmen.

           La Fundación, a pesar de los muchos impedimentos de tipo social que encontró —le tocó beber el cáliz del Señor, en frase de la Santa—, progresó y se extendió pronto por toda España. Finalmente, en 1850, fue aprobada de manera canónica la Congregación.

           Las Hermanas Carmelitas de la Caridad supieron ser pioneras. Marcaron época y alumbraron un camino que más tarde fue seguido por distintas congregaciones. Ellas fueron las primeras religiosas dedicadas a la enseñanza en España. El rasgo propio que las identifica es que la Santa vivió en casa de sus padres y más tarde en su propio hogar un ambiente de familia. Ella supo insuflar esta atmósfera familiar al Instituto. Cada comunidad gozaba de un clima de confianza y cordialidad, como un hogar cálido y abierto; se abolieron aquellas diferencias sociales —de dote, abolengo, cultura…— que tanto y tan negativamente desnaturalizaron a la vida religiosa. También este ambiente familiar se trasladó a las educandas, que gozaban del privilegio de una entrega sin reserva por parte de las hermanas. Las jóvenes afortunadas aprendieron muy pronto aquel refrán felizmente trocado: «que la letra, no con sangre, sino con cariño entra».

           Joaquina Vedruna fue un alma mística. Foco de su vida contemplativa fue el misterio de la Santísima Trinidad, que también supo inculcar y transmitir a sus hijas. Fue canonizada por Pío XII el 12 de abril de 1959.

           Consideración claretiana

           El celo apostólico del P. Claret no podía contenerse en espacios reducidos, sino desbordaba por su empuje misionero unos horizontes diocesanos, demasiado estrechos para él. «Su espíritu era para todo el mundo» (Claret al Nuncio Apostólico, 12 de agosto 1849). Él supo animar y alentar toda congregación religiosa que nacía en su tiempo. Las apreciaba como instrumentos para una evangelización más profunda y extensa. Eran parte de su familia apostólica, hijas de la madre Iglesia, que se muestra solícita por los hermanos más pequeños y desvalidos.

           Estas pinceladas esclarecedoras sobre el espíritu del P. Claret sirven muy bien para entender y valorar su colaboración con la M. Joaquina Vedruna y la Congregación recién fundada por ella. Veamos, pues, los motivos que anudaron esta mutua relación tan fecunda para la Iglesia.

           Empecemos por las razones del corazón que, aun siendo emotivas, resultan ser muy poderosas y eficaces.

  • La voz de la sangre. Es una razón familiar que atrae profundamente. Eran carmelitas una hermana suya, su hermana María, que convivió con él como ama de cura en Sallent y que fue superiora en Borjas y maestra de novicias. También tres sobrinas suyas: dos hijas de su hermano José y una de su hermana Rosa, de la que anotaba en su Autobiografía: «Rosa, la que más he querido». Este parentesco familiar otorgaba a la naciente Congregación, siempre necesitada de protección, una gran confianza y acceso.
  • La voz del pueblo. El ámbito en donde nació, creció y maduró la vocación de Claret fue Vic. Allí nació la Congregación de los Misioneros, Hijos del Inmaculado Corazón de María. Aquí también se desarrollaron las compañeras de Joaquina Vedruna. Se conocían por ser todos hijos e hijas del mismo pueblo. Un ambiente de honda espiritualidad reinaba en Vic y los configuraba. La semilla del Evangelio se revelaba fértil en abundancia de santos e insignes hombres y mujeres de Dios. El obispo Corcuera, que admitió a Claret en el seminario, fue quien aprobó la fundación de las Carmelitas de la Caridad. Y el P. Esteban Sala, general de la Congregación, las favoreció y ayudó muchísimo.

           Mas toda esta historia providencial de ayuda, empezó con unos ejercicios espirituales, que el santo dirigió en junio de 1843 en Vic a las hermanas. Una mutua confianza se anudó entre el P. Claret y la M. Vedruna. El obispo de Vic, Casadevall, lo nombró director espiritual de las hermanas. A partir de entonces, cada año les dirigía los santos ejercicios, y aprovechaba sus estancias en la ciudad para darles retiros y charlas. Ya nunca se interrumpió esa relación espiritual y profunda.

           El P. Claret escribió y preparó en 1850 la primera edición de las Constituciones. Insufló, como no podía ser de otra manera, un espíritu de apertura, marcadamente apostólico. Y no solo ayudó a redactar sus Constituciones, sino que hizo todo lo posible para que fueran definitivamente aprobadas. Les abrió de par en par el espacio para el ejercicio de su actividad benéfica. Se preocupó cuanto estaba en su mano por la dimensión espiritual, y también en el aspecto material: les pagó impuestos y hasta les proporcionó alguna ayuda cuando percibía la penuria y escasez en que vivían.

           Existen testimonios claros de cómo veló por su supervivencia en tiempos arduos. He aquí las líneas de una carta, que asume la forma de una solicitud de Claret a la Reina para la aprobación civil del Instituto (28 de febrero de 1860):

«Señora, el Arzobispo Antonio María Claret acude respetuosamente a V.M. implorando su real protección…, y suplica se reconozca y declare la existencia legal del Instituto de las Hermanas Terciarias de la Orden del Carmen».

           Gracias a su decisivo influjo, el Instituto abrió pronto sus puertas a Cataluña y pudo extenderse por toda España. El santo las protegió siempre, dio la cara por su manutención y su permanencia en los pueblos. Fue verdaderamente su defensor, padre y hermano bueno.

            Los diversos cargos que tuvo Claret no lo apartaban de ellas, sino que potenciaban sus favores en favor de las hermanas. Él no cobraba nunca servicios ni favores prestados. Utilizaba un singular pago: les pedía, a cambio, oraciones. Las hermanas fueron como sus ángeles veladores; a ellas encomendaba sus empresas apostólicas, sobre todo las más arriesgadas.

           Las trató con llaneza y con la sencillez propia de unos miembros queridos de la familia, como auténticas hermanas. Cuando estuvo en Roma, ellas se encargaron de su cuidado y de su ropa. Cuando se despidió de ellas, les anunció con humor que volvería a verlas, «porque las personas se encuentran, las montañas no».

           Sí, dos montañas —pero no apartadas— fueron san Antonio María Claret y santa Joaquina Vedruna. Dios las puso juntas. Montañas, como el Tabor, en donde el Señor es transfigurado y manifestado en la santidad de sus hijos, y en donde nos sigue revelando un mensaje a todos sus hijos: «Colaborad y trabajad juntos, escuchadlos y entregaos sin reservas, tal como ellos han hecho, por la Iglesia y por la humanidad más necesitada».

BIBLIOGRAFÍA

  1. ESCUREDO, R. voz Giocchina Vedruna, en Bibliotheca Sanctorum VI, Istituto Giovanni XXIII della Pontificia Universitá Lateranense, Roma 1965.
  2. GALMÉS, L. voz Joaquina Vedruna, en Diccionario de los Santos II, Madrid 2000.
  3. MARTÍN, L. Joaquina de Vedruna, Barcelona 1983.
  4. NONEL, J. Vida y virtudes de la venerable Madre Joaquina de Vedruna y de Mas, fundadora del Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, 2 tt., Manresa 1905.
  5. SANZ Y FIORE, B., Vida de la Madre Joaquina de Mas y de Vedruna, Madrid 1892.