Cristóbal Soteras

P. Cristóbal SOTERAS, C.M.F.

Nació en Piera, Provincia de Barcelona, el día 13 de noviembre de 1836

Profesó en Prades, donde había entrado el día 25 de Agosto de 1870.

Murió en La Serena el día 8 de Diciembre de 1908.

 

Es el P. Soteras una de las figuras más simpáticas de la Congregación en Chile, donde se distinguió por su apostolado entre los pobres y los niños. Los párrafos siguientes están sacados de la necrología que se publicó en Annales escrita por el P. Pedro Constansó.

Nació de padres piadosos y acomodados, ingresó en el seminario de Barcelona, donde se distinguió por su aplicación al estudio, su amor a la disciplina y constante dedicación a la piedad. Ordenado sacerdote ejerció el ministerio parroquial en diferentes poblaciones, hasta que sintiendo la voz de Dios que lo llamaba a más perfección, se desterró voluntariamente pasando a Francia para incorporarse al Noviciado que habían abierto los Misioneros del Corazón de María.

Su Maestro fue el P. Clemente Serrat: distinguióse entre sus connovicios por el fervor, y hay que advertir que entre ellos figuraba el P. Mariano Avellana. Profesó el mismo día que este gran Venerable, y juntos también fueron enviados a Chile, en la expedición capitaneada por el P. Molinero. Llegando a Santiago el día 11 de Septiembre de 1875.

El teatro donde ejercitó su celo fueron las diócesis de Santiago, Concepción y La Serena, y el Vicariato de Antofagasta. El amor a los niños y la devoción al Santísimo Rosario fueron el distintivo de su carácter y el ejercicio constante de su celo apostólico. Se puede decir de él que consagró su larga vida de setenta y dos años a la propagación del culto de la gloriosa Reina de cielos y tierra, de lo que dan testimonio cuantos le han conocido.

De estatura elevada, de modesto continente, siempre cariñoso y afable, se atraía fácilmente las simpatías de cuantos le trataban, y empleaba esas cualidades para hacer el bien entre los niños y los más necesitados. Visitaba constantemente los colegios y las cárceles, viéndose constantemente en movimiento, a pesar de su avanzada edad y de los achaques consiguientes.

En 1905 estuvo algunas semanas en Tocopilla, regentando aquella parroquia, mientras llegaba el propio pastor: y nos vimos sorprendidos un día que lo visitamos, encontrando la iglesia llena de gente te a la hora del rosario, con ser día de labor, siendo esto más de admirar en una población alejada de las prácticas piadosas y dominada por le secta metodista y adventista.

Pero la obra más hermosa fue la organización de los centros catequísticos en La Serena, que a manera de red abarcan toda la ciudad y a ellos acuden todos los niños y niñas, para aprender el catecismo y demás enseñanzas que les dan las señoritas instructoras y el P. Misionero que por turno los visita. Instálanse en cualquier lugar, en la escuela, en una casa particular, en un rancho y cada centro reúne veinte, treinta, cincuenta o más niños con una o más instructoras que espontáneamente se ofrecen a cooperar a una obra tan importante y salvadora. Celebran sus fiestas parciales de cada centro y generales de todos ellos, con distribución de premios etc.

Tantos trabajos fueron debilitando su robusta constitución: pasó a Ovalle para reponerse: el día 7 de Diciembre de 1908 volvía a La Serena. A varias personas había pedido rogasen a Dios se lo llevase el día de la Inmaculada y sus deseos se vieron cumplidos. Preso de una debilidad incontenible, tomó alimento a las cinco de la madrugada y repetidas veces durante el día: a las tres de la tarde se confesó y tres horas después dejó de latir su corazón.

 Según Crónica y Archivo de la Provincia de Chile, un grupo de Señoritas dirigidas por al P. Soteras quistaron fundar, bajo la dirección de éste, una Congregación religiosa cuyo fin sería principalmente la enseñanza del catecismo. Acudió el Padre el Gobierno General pidiendo premiso para proceder adelante, permiso que no lo fue concedido, razón por la cual desistió. La Congregación fie fundada años más tarde con el título da Hermanas de Betania, con las mismas Señoritas que el Padre había preparado.

José Berengueras