FEBRERO

1

 

1856. Habiendo abierto la visita pastoral en la ciudad de Holguín (Cuba), al salir de predicar un sermón en la iglesia, es herido gravemente. El agresor es Antonio Abad Torres, quien con una navaja le cortó parte de la mejilla izquierda y del brazo derecho.

1869. En el exilio de París, el arzobispo local le aprecia mucho y le ha concedido todas sus facultades; por ello tiene varios proyectos apostólicos.

CONSTITUCIÓN DEL INSTITUTO (1858-1870)

Muerte del P. Fundador

El P. Claret llegó a la casa de Prades el 23 de julio de 1870, después de suspenderse el concilio Vaticano I. Aquello debía de haber sido un oasis de paz y alegría en medio de sus sufrimientos. Veía proféticamente cómo la Congregación poco a poco se esparcía por el mundo, pero pronto, el 6 de agosto, tuvo que abandonar secretamente a los suyos debido a la persecución y refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide, cerca de Narbona. Presintió que su muerte estaba ya cerca. Después de varios días de gran incertidumbre y de lenta y penosa agonía, entregó su alma en dicho monasterio el 24 de octubre de 1870, a las 8:45 de la mañana. Ni siquiera pudo ser enterrado en la iglesia por prohibición del gobierno francés. Providencialmente Claret era el primero que fallecía después de la definitiva aprobación del Instituto con la emisión oficial de votos y después de haber hecho él mismo la profesión el 8 de octubre. En su tumba, hoy vacía, todavía se lee: Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro.

Atentado de Holguín

El 1 de febrero de 1856 en la ciudad de Holguín (Cuba), san Antonio María Claret fue víctima de un fallido atentado contra su vida. Comenzaba aquel día la visita pastoral a la zona. Aunque el atentado fue perpetrado por una sola persona, las investigaciones determinaron que se trataba de una conspiración para acabar con su vida. La experiencia de Holguín fue la consecuencia de una vida coherente con el seguimiento de Cristo, llena de celo apostólico, con el fin de que Dios fuese conocido, amado y servido por todas las criaturas. El celo de la casa del Padre devoró a Claret, perseguido por la causa del Hijo, hasta la navaja barbera de Holguín. A partir de aquí, su sangre derramada, como sello sobre las verdades evangélicas que predicaba, le hizo crecer en fidelidad en medio de persecuciones y calumnias que, como él mismo decía, irían esculpiendo, labrando, cincelando, fraguando… su figura carismática, capaz de alegrarse en los tormentos de cada jornada, por la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres.

Sequedad espiritual

En los tres primeros años que estuve en Barcelona me resfrié mucho en el fervor que tenía cuando estaba en mi patria. Es verdad que recibía los santos sacramentos algunas veces entre año, que todos los días de fiesta y de precepto oía misa y cada día rezaba a María Santísima el santo Rosario y algunas otras devociones; pero no eran tantas ni tan fervorosas como antes. Todo mi objeto, todo mi afán, era la fabricación. Por más que diga, no lo encareceré bastante; era un delirio el que yo tenía para la fabricación… (Aut 66).

A los últimos días del año tercero de hallarme en Barcelona, tan aficionado como he dicho, al asistir en días de precepto a la santa Misa, tenía un trabajo grande en desvanecerme de los pensamientos que me venían… Eran inútiles mis esfuerzos, a la manera que una rueda que anda muy aprisa, que repentinamente no se puede detener. Cabalmente, para mayor tormento, durante la misa me venían ideas nuevas, descubrimientos, etc., etc.; por manera que durante la misa tenía más máquinas en la cabeza que santos no había en el altar (Aut 67).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

 

  • ¿Has experimentado algunos períodos de sequedad espiritual a lo largo de tu vida?
  • ¿Cuáles son tus principales distracciones cuando meditas?
  • ¿Cuáles son los recursos que sueles usar para superar la dispersión interior?
  • Comparte con un amigo lo que más te apasiona, te atrae. Lo que más cuidas y lo que más descuidas.

 

“En la unión y transformación de amor el uno da posesión de sí al otro,
y cada uno se deja y trueca por el otro; y así, cada uno vive en el otro,
y el uno es el otro, y entrambos son uno por transformación de amor”

(S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, XII.7).