ENERO

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1864. Aparece la edición espuria de La Llave de Oro, y hay muchos comentarios en periódicos; Claret pide al ministro de la Gobernación que, a través del Fiscal de imprenta, impida que le estén difamando de esa manera; de lo contrario, tendrá que decir a la Reina que se busque otro confesor.

1867. Claret comunica a D. Manuel Miura que el ministro de ultramar ha dado órdenes para que le paguen sus honorarios de arzobispo dimisionario.

CONSTITUCIÓN DEL INSTITUTO (1858-1870)

 

Fundación en Gracia

 

Con la fundación en Gracia (actualmente es un barrio de Barcelona, pero entonces era un pueblo aparte) salieron de la diócesis de Vic y comenzaron a tomar cuerpo las aspiraciones de expansión del P. Claret y del P. Xifré. La casa-misión de Gracia era entonces un edificio aislado. A finales de 1858 la fundación ya estaba aceptada en principio, pero no acababa de ultimarse debido a que los fondos prometidos para la realización de las obras no llegaban con puntualidad. Más tarde, gracias a las gestiones del P. Claret, se consiguieron 3.000 duros y luego el resto. El día 23 de enero de 1860 se trasladaron al edificio el P. Clotet y dos Hermanos coadjutores, quienes se hicieron cargo de la casa, que quedaba definitivamente organizada el 14 de marzo. Con ella se abría un vasto campo de actividad misionera, debido al abandono en que se encontraba pastoralmente desde el degüello de los frailes de 1835 y las leyes que se publicaron posteriormente. Apenas había eclesiásticos que se dedicasen a la predicación popular y a las Misiones.

Antonio Naval, CMF

Consultor General y jurista (1857-1939)

Olvena (Huesca, España). Influido por su hermano Francisco Naval, estudiante en Thuir (Francia), optó por la vida religiosa claretiana. En 1884 fue destinado a Roma para formar parte de la primera comunidad claretiana tanto en Roma como en Espoleto. Entabló contacto con las más altas jerarquías de la Iglesia. En el Capítulo General de 1906 resultó elegido Vicario General. Desde 1906 hasta 1934 formará parte del Gobierno General. Fue director espiritual del nuncio Federico Tedeschini, del obispo auxiliar de Madrid José María García Lahiguera, del P. Juan Postius, y de los ministros Arias de Miranda y Martínez de Velasco. El jesuita San José María Rubio le remitía los casos más difíciles de discernir. Su obra escrita fue escasa, unos cuantos artículos sobre liturgia y espiritualidad aparecidos en la revista El Iris de Paz, en la publicación interna de los Annales Congregationis, y su estudio La Ascética y Mística consideradas como Ciencia (1898). Ya octogenario, le tocó sufrir los horrores de la guerra civil.

Los frutos de las primeras semillas

 

Todo lo que me referían y explicaban mis padres y mi maestro lo entendía perfectamente, no obstante de ser muy niño; lo que no entendía era el diálogo del Catecismo, que lo recitaba muy bien, como he dicho, pero como el papagayo. Sin embargo, conozco ahora lo bueno que es saberlo bien de memoria, pues que después con el tiempo, sin saber cómo ni de qué manera, sin hablar de aquellas materias, me venía a la imaginación y caía en la cuenta de aquellas grandes verdades… A la manera que los botones de las rosas, que con el tiempo se abren, y, si no hay botones, no puede haber rosas, así son las verdades de la Religión. Si no hay instrucción de Catecismo, hay una ignorancia completa en materias de Religión… (Aut 26).

Cuando después me hallaba solo en la ciudad de Barcelona, como en su lugar diré, al ver y oír cosas malas, me recordaba y me decía: Eso es malo, debes huirlo; más bien debes dar crédito a Dios, a tus padres y a tu maestro, que a esos infelices que no saben lo que hacen ni lo que dicen (Aut 27).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

 

  • ¿Recuerdas alguna enseñanza recibida en tu infancia que en aquel momento no entendías y luego en cambio te ha servido para la vida?
  • ¿Reconoces en este momento de tu vida los frutos de lo que sembraron en ti cuando eras niño?
  • ¿Qué siembras en el corazón de los niños que encuentras en tu apostolado?

“Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca;
ahí le desea, ahí le adora y no le vayas a buscar fuera de ti”

(S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, I.8).